viernes, 11 de enero de 2013


Diácono Lucas Trucco

Domingo del Bautismo del Señor

1º Lectura: 
“Consuelen, consuelen a mi pueblo dice el Señor”
2º Lectura: 
“La gracia de Dios, que es fuente de salvación para todos los hombres, se ha manifestado”
Evangelio: 
“Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección”


Llamativas las palabras de la primera lectura, un gran llamado a consolar el pueblo del Señor. En medio de tanta violencia, crisis y de pensamientos mágicos –donde muchos ponen su fe en objetos o teorías extrañas- Dios nos pide que salgamos al encuentro de nuestros hermanos y hermanas para acogerlos y escucharlos.
En Juan el Bautista se da un inesperado renacimiento del profetismo de Israel, que contrasta con la religión dominante, concentrada en la ley y su observancia. Es lógico que muchos se preguntaran si no sería Juan el Mesías prometido. De hecho, para él hubiera sido relativamente fácil arrogarse tal título, tanto más si tenemos en cuenta que muchos estaban dispuestos a aceptarlo como tal.

Pero el mensaje de Juan mira hacia otro lado, hacia otra persona. Él es un ejemplo de lo que predica: “cambio moral y un arrepentirse de los pecados”; pero no se predica a si mismo o su persona, habla de otro hombre, de otro proyecto mas grande. Porque el gran peligro de ponerse uno mismo en el centro es que distorsionamos el mensaje solo para agradar a todos. Nos gana la tentación de no perder adeptos y predicamos lo que nos conviene. Pero cuando la mirada descansa sobre Otro es más fácil decir la verdad.

Jesús, de hecho, se sabe puro y sin pecado (cf. 1 P. 2, 22), pero, al mismo tiempo, se siente solidario con su pueblo y partícipe de su destino, que es el destino de toda la humanidad. Jesús, igual en todo a nosotros excepto en el pecado (cf. Hb 4, 15), siente en sí las consecuencias del pecado, la debilidad y vulnerabilidad humana, como las tentaciones, y la misma muerte. Por eso, se somete junto con su pueblo a este rito de purificación, que es signo y anticipo del verdadero bautismo en el que, según sus mismas palabras, debe ser bautizado: su Pasión y muerte en cruz. Así pues, Jesús se somete al bautismo de Juan no porque sea pecador, sino porque ha cargado sobre sí con los pecados del mundo. (cf. Is 53, 4-6).[1]

Jesús acoge a los pecadores y los ayuda a caminar. No los atormenta con sus pecados y errores, sino que le tiende la mano amiga que sana y salva.

Que María nos haga verdaderos hermanos que obran por amor y no por miedo.


[1] Cfr. Pág. Web Ciudad Redonda

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