Martín Gelabert Ballester, OP
Dios, ¿el eslabón perdido de la ciencia?
¿Podemos considerar a Dios como una hipótesis, que explicaría en última instancia la realidad del universo y que sería la razón oculta que un día dará respuesta cabal a las preguntas para las que la ciencia no tiene respuesta? ¿Es Dios el “eslabón perdido” de tantas explicaciones científicas, una causa que completaría las otras causas que ya conocemos y que incluso seria la causa de las leyes y movimientos que la ciencia descubre? Concebir a Dios como una hipótesis reduce el infinito misterio divino a una causa científica finita y, una vez reducido a lo finito, Dios deja de ser Dios. De existir, Dios se sitúa en un nivel distinto al de la ciencia. Pero entonces, podrá argumentar alguien, ¿tenemos alguna prueba de su existencia? Y si su realidad está fuera del ámbito de las pruebas, ¿no le convertimos en una realidad “sin razón”?.
La ciencia no es el único modo de adquirir certezas. Existen muchos canales distintos de la ciencia para conocer, comprender y experimentar la realidad. En el conocimiento interpersonal, por ejemplo, las pruebas de que alguien me ama, aunque resulten difíciles de medir, pueden ser muy reales. Sólo conocemos a fondo a una persona desde la confianza recíproca, y no desde el método objetivador de la ciencia. ¿Quién conoce más al amado, el amante o el analista científico de su cuerpo? Tratar al otro como si fuera un objeto, no es llegar a la profundidad de su ser. Para ello tengo que dejar de lado el método objetivador y dominador, y adoptar una actitud de confianza y hasta de vulnerabilidad. Igualmente, si quiero comprender la emoción que produce la belleza del arte o de la naturaleza, no lo logaré desde una postura puramente analítica y objetivante; comprender estéticamente requiere adoptar una actitud de admiración que me implica en el acto mismo de admirar.
Si existe un Dios de infinita belleza e ilimitado amor, no es a base de pruebas científicas como podemos conocerlo, sino desde el amor, la confianza y el abandono interpersonal. Sólo podemos conocer a Dios si nos implicamos en su búsqueda, si arriesgamos nuestro propio ser, si experimentamos un cambio análogo al que hace falta para conocer el amor de otro ser humano. Como dice John F. Haught, “si el universo se halla envuelto por un amor infinito, ¿no requerirá el encuentro con esta realidad última, como mínimo, un actitud de receptividad y la disposición de rendirse a su abrazo?”.
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