martes, 29 de enero de 2013


La Torá, el fuego y la responsabilidad
Al lamentable calor de lo acaecido en Brasil, sería auspicioso que volviéramos a revisar la conformación de nuestras responsabilidades. Marcelo Polakoff.
(Rabino, integrante del Comipaz).







No hace falta buscar ninguna cita para asegurar que todos somos –en última instancia– mutuamente responsables. Esta verdad de Perogrullo acerca del lazo que une todo lo que es puede en todo caso percibirse –al menos desde alguna concepción mística– a partir de los vínculos existentes entre las letras y las palabras.

No es muy sorpresiva esa idea, ya que tanto letras como palabras conforman el brebaje con el que (de acuerdo a la mayoría de las tradiciones religiosas) el universo fue llamado a la existencia.

Vale decir que el casi bicentenario descubrimiento filológico de la posibilidad de que el lenguaje –como tal– sea creador de mundos tiene antecedentes más que tres veces milenarios, al menos, dentro de la sabiduría judía.

“Garante” en hebreo se dice “ arev ”, un vocablo de tres letras que al entremezclarse de otro modo, dan lugar a “ voer ” cuyo significado es “arder, incinerar” (señalemos, de paso, que las vocales modificadas son secundarias, ya que el hebreo es un idioma consonántico).

¿Qué tenemos aquí entonces? Hasta el momento sólo algún dejo de contacto entre la raíz misma de la responsabilidad y la del fuego. No parece mucho. Sin embargo, no es poco asombroso que únicamente en dos ocasiones a lo largo de toda la Torá aparezca la mención de que algo “ voer ” está “ardiendo”.

La primera vez, cuando el Todopoderoso se le presenta a Moisés en el desierto, a través de una zarza ardiente. “Un día en que Moisés estaba cuidando el rebaño de Itró, su suegro, que era sacerdote de Midián, llevó las ovejas hasta el otro extremo del desierto y llegó a Horeb, la montaña de Dios. Estando allí, el ángel del Señor se le apareció entre las llamas de una zarza ardiente. Moisés notó que la zarza estaba envuelta en llamas, pero que no se consumía, así que pensó: ‘¡Qué increíble! Me desviaré para ver por qué no se consume la zarza’. Cuando el Señor vio que Moisés se desvió a mirar, lo llamó desde la zarza: ¡Moisés, Moisés! –Aquí me tienes –respondió”. (Éxodo 3:1-4)

Es notable que el llamado divino a Moisés para convertirse en el líder del pueblo de Israel esté exclusivamente vinculado a que se “desvió” de lo que sería su camino normal. La tradición oral lo comprende enseguida al explicar que en realidad Moisés se desvió de sus ocupaciones para observar el sufrimiento de su pueblo esclavo, y que por ello mismo fue llamado por el Creador.

La segunda y última vez que aparece esta misma palabra es para describir que el Monte Sinaí “ardía” en llamas cuando estaban a punto de escucharse los mandamientos.

La maravilla de la Torá nos presenta en exclusiva el mismo verbo cuando se trata de comenzar a pactar quién será el líder del pueblo, y cómo esta nación en ciernes podrá eventualmente convertirse en un “reino de sacerdotes y pueblo sagrado” a partir del cumplimiento del propio pacto de Sinaí.

La asunción de la responsabilidad, el ser “ arev ” va a estar enlazada con un ardor (v oer ) especial y único.

Pero si avanzamos en este inédito escudriñar por lo que nos sugiere la aliteración de aquella raíz hebraica podremos también leer “ vier ” que implica “extirpar, eliminar” (algo que el fuego hace muy bien...). Y finalmente, leído como “ vear ”, será un sustantivo sinónimo de “burro, inculto, carente de razón”, la descripción ideal para alguien capaz de destrozar todo lo que tiene a su alcance, como consecuencia de su ausencia de conocimiento y de cuidado.

Al lamentable calor de lo acaecido en Brasil –esa monstruosa réplica de Cromañón–, sería auspicioso que volviéramos a revisar la conformación de nuestras responsabilidades

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