martes, 15 de julio de 2014




C.Salas



Cuando las cosas marchaban estupendamente hace quince o veinte años, había un montón de gente que se pasaba el día quejándose: se quejaban porque trabajaban mucho o se quejaban porque los clientes les estaban molestando todo el día.
Hoy no tienen trabajo ni clientes. Y claro, se quejan igual.
Hay gente que siempre se queja, vayan las cosas bien o mal.
En esta crisis he aprendido a mantenerme alejado de esas personas porque sé que su queja es patológica.
¿Es que no debemos quejarnos?
Todo lo contrario: si un joven no consigue trabajo después de haber estudiado una carrera, debe quejarse. Y si cuando lo consigue, lo tienen años trabajando de becario, de prácticas o con contratos temporales, también debe quejarse.
Yo me refiero a los que ‘siempre se quejan’. Unos lo hacen por motivos políticos: cuando estás en la oposición te quejas por profesión. Otros lo hacen porque son patológicamente quejicas.
Con esos últimos, siempre pongo el ejemplo del Titanic.
Me imagino que estoy en el Titanic en medio del hundimiento. Entonces, se ven dos actitudes entre los pasajeros. En uno de esos grupos se oyen gritos, lloros y frases como: “¡Oh, Dios mío, qué horror, vamos a morir ahogados y congelados!”. Los quejicas de siempre.
En otro grupo se escuchan frases como: “¡Que levanten la mano los que sepan nadar!”.
¿Adivinan a cuál grupo me apunto?
Al segundo, por supuesto. Quizá moriremos ahogados y congelados, como los del primer grupo, pero desde luego estamos dispuestos a nadar hasta que nos extingamos. No nos quejamos: actuamos.
Esto no se llama optimismo, porque ni el Titanic ni tampoco esta crisis dan para ser un optimista iluminado. Se llama ‘ser prácticos’. En una situación de crisis hay personas que tratan de buscar salidas, ver posibilidades y luchar. Otras personas se pasan el día llorando y quejándose. Los de siempre.
Hace poco, un amigo que ha cambiado varias veces de empleo, que ha atravesado por varias crisis económicas, y que no es muy optimista porque su empresa está en suspensión de pagos, me decía: “En esta crisis he aprendido a no amargarme y a luchar”.

Creo que me quería decir que había aprendido a nadar.

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