jueves, 31 de julio de 2014

col espeja

El papa Francisco está suscitando en muchos cristianos esperanza: una mirada de confianza en que sí es posible caminar hacia una Iglesia servidora y pobre.
Hemos vivido un largo segundo periodo postconciliar, donde han prevalecido el desconcierto en las relaciones de la Iglesia con una situación cada vez más compleja del mundo, la obsesiva preocupación por la ortodoxia y la insistencia en la unidad de los católicos a veces entendida como uniformidad.
La orientación del papa Francisco en este primer año como Sucesor de Pedro significa ya un cambio cualitativo. No sólo en la exhortación “El gozo del Evangelio”. Sus gestos tratando de sanar heridas y sus frecuentes intervenciones de palabra retoman aspectos fundamentales del Vaticano II bastante olvidados en dicho periodo: una Iglesia servidora del mundo que reconoce su lazo inseparable con los pobres y es invitada constantemente a vivir la pobreza evangélica.
En otras palabras, una Iglesia que respire, viva y manifieste la certeza de que Dios nos ama infinitamente más allá de todo. Que sea madre donde caben todos cada uno con su vida a cuestas; donde tenga espacio la legítima y necesaria pluralidad.
No faltan quienes, con cierto aire de lúgubre sensatez, dicen que ya veremos cuando el nuevo papa tenga que decidir sobre tantas y tan serias cuestiones que hoy se plantean a la Iglesia. Sin duda el procesamiento de esas cuestiones no es fácil, pero los gestos y palabras del nuevo papa tienen ya por sí mismos calado bien significativo. Están dando respiro y abriendo paso a una fuerte línea de renovación postconciliar que, a veces silenciada o ignorada, viene siendo decisiva para la presencia pública y evangelizadora de la Iglesia en la compleja y cambiante situación española.
Como botón de muestra, en el fin de semana último, ha tenido lugar el curso de verano que organiza la Cátedra de Santo Tomás (dominicos) en Ávila para leer el significado del papa Francisco dentro y fuera de la Iglesia. No sólo participaron lúcidos e influyentes pensadores de la línea postconciliar renovadora como Juan Martín Velasco, Joaquín García Roca, Reyes Mate, Felicísimo Martínez… Hubo también profundo y fraterno diálogo entre las tres religiones monoteístas: judaísmo, cristianismo e islamismo.
La nueva orientación del papa Francisco, al mismo tiempo abre paso a esta línea de renovación, cuenta con ella. E inicia una tercera etapa de postconcilio para procesar con serenidad la herencia del Vaticano II que debe ser brújula en nuestro siglo.

Jesús Espeja

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