domingo, 20 de julio de 2014




Esa mirada cómplice


El término cómplice parece tener connotaciones negativas. Cómplice se dice de aquel que ayuda a cometer un delito. Pero con el término complicidad podemos denotar una colaboración para el bien, como cuando se dice que dos amigos se intercambian una mirada cómplice; o también indicar un movimiento de simpatía hacia otra persona, como queda claro en la siguiente frase: Antonia se apresuró a santiguarse ante la beneplácita y cómplice mirada de las monjas.

Las religiones, en ocasiones, han sido acusadas de complicidad con el mal. Cuando han callado ante la injusticia, han favorecido a los poderosos, han ocultado los delitos de sus dirigentes, han presentado un Dios represivo, han llamado a la guerra y la han calificado de santa. Desgraciadamente, la imagen que ofrecen las religiones está muy ligada al comportamiento de sus dirigentes. En demasiadas ocasiones esos dirigentes se han aprovechado de la sensibilidad religiosa de muchas personas para pedirles dinero, no precisamente para los pobres, sino para su propio enriquecimiento. Jesús de Nazaret lanzó serias diatribas contra esos que se aprovechan de los bienes de las viudas so pretexto de largos rezos.

Las religiones, por ser humanas, son ambiguas. Lo interesante es que a través de la ambigüedad de lo humano, Dios se hace presente. Las mejores imágenes del Dios de Israel lo presentan como solidario con los oprimidos, como defensor del huérfano y de la viuda. Para Jesús de Nazaret, Dios es aquel que tiene una mirada cómplice con aquellos que lo pasan mal, con los enfermos y los pobres, los oprimidos y los deprimidos. Cuando Jesús nos invita a ser misericordiosos como el Padre celestial es misericordioso, nos está indicando cuáles deben ser nuestras complicidades.

Un buen ejercicio para los profesores de religión sería invitar a sus alumnos a buscar historias de complicidad en la Biblia: la de Judas con los sacerdotes que prenden a Jesús, la de las mujeres que están al pié de la cruz, la de María con su prima Isabel. O estas otras del Antiguo Testamento: la de Jonatán, el hijo del rey Saul, que avisa a David de que el rey quiere matarle; la de Rajab, la prostituta de Jericó, que esconde a los espías israelitas en su casa; la de Rut que no quiere abandonar a su suegra Noemí, cuando se queda viuda. En las historias de solidaridad se descubre un reflejo de la bondad de Dios. Los personajes que aparecen no siempre son recomendables a primera vista, como es el caso de la prostituta Rajab. Pero estos personajes son propuestos a nuestra imitación precisamente porque supieron discernir quiénes son los cómplices malos y los cómplices buenos.

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