martes, 15 de julio de 2014

Marx y Keynes

Ignacio González Faus


Tranquilos. No va de economía sino del llamativo paralelismo que hay en la visión de la historia que tienen estos dos maestros. Coinciden en tres puntos.


1.- Nuestra historia camina hacia un paraíso futuro. Para el alemán el paraíso socialista, para el inglés el paraíso de la técnica. En ese paraíso el ser humano se habrá liberado de su necesidad de asegurar la subsistencia. Promete Marx que entonces podrá dedicarse a “pescar por la mañana o cazar por la tarde” según le apetezca. Y predice Keynes que tendrá que aprender a “manejar esa liberación de las necesidades económicas apremiantes que ahora ocupan casi todo nuestro tiempo”: pues la técnica hará casi innecesario el trabajo humano. Y concluye que hoy (1930) “atisbamos ya esa tierra prometida del descanso”.

2.- El hombre ha de llegar a ese paraíso a través de medios inmorales. En Marx, por la dictadura explícita del proletariado que luego se quedó en dictadura del partido, único que sabe lo que conviene al proletariado. En Keynes mediante la dictadura implícita del capital que, son palabras suyas, nos enseña “a llamar justo a lo que es injusto.. elevando algunas de las más odiosas cualidades humanas a la altura de grandes virtudes”. Para ambos esa etapa inmoral será breve: Marx ve la dictadura del proletariado como transitoria. Y Keynes nos pide “unos cien años de hipocresía”.
Coincidiendo en esa inmoralidad de los medios, diferirán en sus modelos económicos: pero esto ahora no hace al caso.


3.- También para ambos, el resultado de esos medios inmorales será el nacimiento de un hombre mucho más moral y más humano. Según Marx, unas estructuras comunistas de propiedad acabarán con la contradicción entre egoísmo y amor. Según Keynes, la riqueza creada en la etapa anterior liberará a los hombres de su pasión por el dinero. Entonces (¡pero sólo entonces!) podremos reconocer que esa pasión es “una inclinación vergonzosa, una tendencia de ésas medio criminales y medio patológicas que uno lleva temblando a los especialistas en enfermedades mentales”. Entonces, pero sólo entonces, “podremos regresar a los mejores principios de la religión: que la avaricia es un vicio, la usura un pecado y el amor al dinero detestable… Pero ¡ojo!: esa hora todavía no ha llegado y “durante unos cien años habremos de pretender que lo sucio es noble y que lo noble es sucio: porque ahora lo sucio es rentable y lo noble no lo es; la avaricia, la usura y la desconfianza han de ser nuestros dioses durante un tiempo porque sólo así saldremos del túnel de las necesidades económicas a la luz del día”. Luego, “cuando uno ya tenga asegurada su existencia, se volverá razonable preocuparse por la existencia de los otros”.

Es llamativo el clamoroso fracaso de esas predicciones. Ambos fueron unos crédulos beatos en su visión de la historia y del hombre. Esto lo aceptamos en el caso de las sociedades marxistas (aunque nos negamos a reconocer y examinar tanto sus logros iniciales como las verdaderas causas de su fracaso).

En cambio no queremos reconocer el desastre de nuestras sociedades capitalistas. En el mundo marxista el hombre siguió siendo egoísta y, una vez liberado de las necesidades materiales, anheló otras libertades más espirituales (de palabra, de reunión…) que el sistema no permitía para no poner en peligro sus primeros logros. En el mundo capitalista, la hipocresía, la mentira y la injusticia siguen instaladas en nuestro sistema como únicos modos indispensables de mantener su eficacia; y aunque unos pocos vivan mucho mejor, otros muchos viven igual o peor. Tampoco se han transformado los seres humanos, como esperaba Keynes: siguen presos del fetichismo del dinero por encima del respeto a la persona, igualmente infelices y terriblemente ciegos ante la enfermedad que la técnica ha causado al planeta y que puede ser ya irremediable. Pero hay que agradecer a Keynes su espantosa ingenuidad que le permitió reconocer en voz alta lo que nosotros sabemos y no decimos: que las virtudes del capitalismo son como el vestido de aquel rey del cuento que, en realidad, iba desnudo.

A esa visión mítica de la historia hay que oponer otra: la historia sólo avanzará si nos decidimos a caminar por las sendas de una libertad no egoísta sino responsable: libertad para la fraternidad que, por eso, busca la máxima igualdad entre todos los humanos. No hay paraísos futuros aunque podamos crecer en humanidad y en experiencias de sentido; pero sabiendo que ese crecimiento no se logra con medios inmorales o inhumanos que más bien nos alejan de él. Los seres humanos no nacerán mejores mañana, sino que cada generación ha de comenzar por labrar su propia humanidad. A ello podrán ayudarla tanto una educación buena como la recepción de unas tradiciones valoralmente ricas.

Por ello, si bien caídas están las utopías comunistas, es indispensable ahora acabar con las falsas utopías neoliberales que están llevando el planeta a la ruina y a la humanidad a cotas de deshumanización inauditas. Más necesario que evitar una dictadura del proletariado es hoy acabar con la dictadura de los multimillonarios.

(NB. Las citas de Keynes son todas de Economic possibilities for our gradchildren, breve capítulo de un libro más amplio de 1930).

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