jueves, 10 de julio de 2014




“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. ¡Una conmovedora exhortación poco realista! Porque la historia y la vida nos enseñan que lo realista no es amar al prójimo sino amarse a uno mismo. Peor aún, a veces la historia enseña que lo realista es que el hombre es un lobo para el hombre. El peor enemigo del hombre es el propio hombre. ¿Cómo es esto posible? Precisamente porque somos egoístas. Cada uno busca lo suyo, por encima de los demás y a costa de los demás. Ante tal coincidencia de intereses, necesariamente chocamos los unos con los otros. Cada uno es un estorbo para que el otro pueda sobresalir. Nada hay más molesto que el prójimo. La teología católica habla de un pecado original, resultado del primer acto de libertad del ser humano. En cuanto tuvo capacidad para decidir, lo que primero vino a la mente del humano fue esto: pretender ser dueño absoluto de sí mismo, no deberse a nadie, tener plenos poderes.

El egoísmo está tan arraigado en la naturaleza humana que, incluso cuando parece que somos amables y generosos, somos egoístas. Me muestro amable con aquellos de los que quiero obtener algo para mi propio provecho. Y aparento generosidad pensando en mi propio beneficio. ¿A qué se debe que de vez en cuando los comercios rebajen los precios? No lo hacen para favorecer al comprador, sino para incitar a los compradores a consumir más. De este modo el comerciante obtiene más beneficios. Esa regla es aplicable al conjunto de la sociedad. Si yo no me muestro violento con el prójimo o no le ataco directamente, no es por falta de ganas, sino porque pienso que esta actitud (de no agresión) me beneficia, o porque temo que, de adoptarla, me arriesgo a grandes perjuicios. Los efectos más perversos y destructivos del egoísmo, llevados al extremo, terminarían por ser autodestructivos.

Así se comprende eso que dice el código de Hammurabi: “ojo por ojo, diente por diente y mano por mano”. En este antiguo código se basan los modernos códigos de justicia. Pero ahí el amor y el desinterés están totalmente ausentes. De lo que se trata es de dar una respuesta proporcionada al mal que el otro me hace, y evitar los excesos de la venganza. Porque si devuelvo dos por uno, entonces me arriesgo a que el otro también me devuelva el doble de mal, y a entrar así en un círculo imparable de réplicas y contrarréplicas que podrían destruirme. Continuará.

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