lunes, 14 de julio de 2014

Para preparar el Sínodo de la Familia. Una historia pendienta

Xabier Pikaza


La Iglesia está preparando dos sínodos sobre la familia, uno extraordinario (octubre 2014) y otro general (2015), que están siendo cuidadosamente preparados. Con esta ocasión:


1. El pasado 11.05.2013 se publicó un Documento Preparatorio, con una encuesta a la que han respondido numerosas diócesis y organización de Iglesia.

2. Más recientemente (26.06.14), la misma Comisión Preparatoria del Vaticano ha recogido en su “documento de trabajo” las respuestas al gran Cuestionario.
Muchos de mis lectores conocen mi opinión sobre el tema, publicada varias veces, y con matices distinto, en este mismo blog.

Algunos lectores saben también que, en este contexto, he venido preparando desde hace tiempo un libro sobre LA FAMILIA EN LA BIBLIA, que está siendo “elaborado” técnicamente por la editorial, para salir a la calle a primeros de septiembre. Con esta ocasión tanto la editorial (Verbo Divino) como un servidor (cf. https://www.facebook.com/xabier.pikaza, día 4 de julio) hemos pedido una opinión sobre la posible portada y título del libro.

Con la respuesta de los muchos "amigos" (a quienes agradezco su colaboración) escogimos portada (la de Abrahán) y subtítulo (Una historia pendiente).
A comienzos de septiembre, cuando aparezca el libro, ofreceré algunas indicaciones sobre su contenido. Ahora recojo algunas reflexiones finales, en las que insisto sobre algunos temas importantes de la familia y de su temática en perspectiva de Iglesia.
Respondo así a las tristísimas y valientes declaraciones del Papa Francisco que acaba de afirmar que un 2% de los pederastas en la iglesia son obispos e incluso cardenales. El tema no es fácil de resolver, pero nos invita a profundizar en el sentido de la familia. Dejo así a mis lectores con las “reflexiones finales” sobre una pastoral de familia.

PASTORAL DE FAMILIA. 
UNA CUESTIÓN PENDIENTE
Más que una pastoral “sobre” importa una pastoral “de” familia, no con palabras, sino con la vida, de manera que la misma Iglesia sea (por su constitución y su despliegue, no por algo añadido) una escuela y fermento de familia. Ciertamente, ella debe seguir elaborando su doctrina, conocer el mensaje de la Biblia, para descubrir su sentido y actualizarlo, como he querido hacer en este libro, pero no puede quedarse en ese plano, sino ella misma debe expresar y proclamar con su vida el sentido de la familia mesiánica. Desde ese fondo ofrezco unas consideraciones finales sobre algunos temas de cierta importancia en la Iglesia.

1. La única “pastoral” de la familia cristiana es la vida.
Por eso, la Iglesia no puede contentarse con redactar buenos documentos (que los hay) y escribir directrices redactadas en general por pastores célibes, desde fuera y por arriba, como si el tema tratara de otros, de los matrimonios laicos, y no de ellos, de los “pastores sacerdotes”, sino que ella debe el sentido de la Biblia como “libro de familia” en la misma palabra de su vida. Así dice Pablo en 2 Cor, 3, 2-4 que su verdadera carta, su Biblia, son ellos, los cristianos corintios, pues llevan la palabra de Dios escrita en sus corazones.
De un modo consecuente, la única pastoral realista en este campo es la misma “vida”: Que los cristianos, empezando por sus “pastores”, pero centrándose de un modo especial en las familias concretas (laicales), ofrezcan un testimonio y camino alternativo y fuerte (evangélicamente profundo y rompedor) de familia. No se trata ya de hablar sobre ella, dictando lecciones magisteriales, sino de hacerse y ser familia mesiánica, según el evangelio, en un mundo amenazado por una profundísima crisis de humanidad.

2. El tema de la familia nos sitúa en el principio de la vida, es decir, en la obra de la creación,
como sabe el mismo Jesús cuando retoma el motivo de Gen 1, 27 y 2, 23-24 (cf. Mc 10, 1-9). Éste es el principio, ésta es (por decirlo con una palabra técnica) la primera y más honda “teodicea” o defensa del Dios bíblico: Reconocemos a Dios y descubrimos su Vida cuando aceptamos la vida que él nos ha regalado, para compartirla en amor, sin dejarnos dominar por miedos o evasiones de tipo satánico o espiritualista. En el principio del testimonio bíblico de la familia está la pasión por la vida, recibida, regalada, compartida.
Ciertamente, como sabemos desde Gen 3-4 (según hemos visto en el primer capítulo de este libro), el “deseo” fuerte de ser nosotros mismos puede conducirnos a un tipo de enfrentamiento con Dios (y de lucha interhumana). Pero ese riesgo no se resuelve negando la vida, sino todo lo contrario, asumiendo con más intensidad su don y su tarea, en amor generoso, abierto a los demás, viviendo en Dios, pero sin querer divinizarnos.

3. Jesús ha sido es heredero de una intensa pasión por la vida,
marcada por la esperanza del Reino de Dios. En esa línea, su evangelio es un “canto” a la creación, que se expresa en la salud de los enfermos, en la esperanza de los niños, en la acogida que ofrece a los expulsados. Toda su enseñanza se condensa en el “mandato” de que tengamos vida, y la tengamos (la compartamos) en abundancia (cf. Jn 10, 10).
Jesús no ha proclamado ni iniciado una evasión “espiritualista”, separada del mundo, sino un movimiento de “vida encarnada” (cf. Jn 1, 14), concreta, que se expresa en el surgimiento de una familia en la que todos puedan dar, recibir y compartir la vida, en la línea del “ciento por uno” de la que habla Mc 10, 30-31(cf. cap. 10). Más que la abundancia en número a Jesús le ha interesado la intensidad en entrega y generosidad, en fidelidad a la obra de Dios, que es la creación, tal como se expresa en la familia. Más que la huída hacia un más allá (entendido como vida eterna), Jesús ha promovido una intensa fidelidad al presente de la vida, en comunión de humanidad.

4. El tema de la familia se aplica a todos, pero en la actualidad, por circunstancias históricas, dentro de la Iglesia católica resulta fundamental el testimonio de los “ministros”.
Ellos han ocupado un lugar preferente en la vida y misión (oficial) de la Iglesia, en línea de celibato, muchas veces generoso, al servicio de la comunidad entero. Pero ha llegado el momento de que los “pastores” empiecen a ser ejemplo aún más hondo de familia, en un plano de celibato y/o de matrimonio.
En ese contexto debemos vincular el ideal mesiánico de Pablo (que quisiera que todos fueran célibes como él, para dedicarse a las cosas del Señor) y el realismo comunitario de las Pastorales (1 Tim, Tito), donde se afirma que sólo podrán ser ministros de la Iglesia los bien casados, “animadores” de familia, hombres y mujeres capaces de promover espacios de comunión, vinculando la intimidad familiar (esponsal, paterna) con la vida de la comunidad, entendida como casa grande (cf. tema 13).
Mucha tinta y sangre ha corrido desde que Pablo formuló su llamada universal al celibato (¡porque el tiempo acaba!), mucha experiencia se ha dado en la Iglesia desde la propuesta de las Cartas Pastorales, con su visión patriarcalista de los ministerios. Posiblemente no se deba absolutizar ninguna postura (ni celibato universal, ni casamiento obligado), pero hay que llegar a la experiencia de fondo que está en la base de esas dos propuestas: Sólo el que es hombre o mujer de familia (de un modo u otro, en celibato o matrimonio) puede ofrecer un testimonio y ejemplo de comunión cristiana. Mientras la Iglesia en conjunto no pueda presentar a sus “pastores” como ejemplo y modelo no podrá hablarse en realidad de una pastoral de familia.

5. Casados y mujeres, un ministerio múltiple.
Siguiendo en esa línea, a partir del testimonio de la Biblia y de la experiencia actual de la Iglesia, me parece que la exclusión de los casados y de las mujeres para los ministerios (desde la asistencia pastoral hasta el episcopado, formulado quizá de un modo nuevo) resulta hoy escandalosa, y debe ser superada. En un contexto antiguo pudo tener un sentido la “reducción” de los ministerios, que sólo podían ser ejercidos por varones célibes. Actualmente, ella carece de fundamento y finalidad.
Todos los cristianos, varones y mujeres, son “sacerdotes” con Cristo, como ha proclamado en diversos contextos el Nuevo Testamento, pero puede y debe haber unos ministros “ordenados”, es decir, reconocidos, para realizar determinadas tareas pastorales. Lo único que se les puede y debe pedir es que sean hombres y/o mujeres de familia en el sentido profundo del término, es decir, personalmente maduros, capaces de establecer una conexión positiva con el mensaje de Jesús y de la Iglesia, en las circunstancias, actuales del mundo, en relación concreta con hombres, mujeres y niños (es decir, con todos los creyentes). Los ministros de la Iglesia no forman un tipo de “sistema sacral” al servicio de otra cosa, sino que han ofrecer un testimonio intenso de familia.

6. Un caso concreto y difícil, la pederastia clerical.
En este momento de vida de la Iglesia (año 2014) siguen resonando los gritos de niños que han sido violados por “pastores” pederastas célibes dentro de la Iglesia. Es evidente que el tema no se puede universalizar, pues han existido y existen cientos de miles de buenos pastores, y, por otra parte, la pederastia se ha dado y se da también en otros contextos sociales. Pero, en algunos casos, un tipo de celibato y de vida ministerial ha podido llevar a la pederastia, de manera que se han dado en este campo relaciones menos claras. El problema no ha sido el celibato en sí (con sus inmensos valores), sino un tipo de “celibato legal”, asumido como condición para realizar un tipo de tarea clerical, sin verdadera vocación, ni madurez afectiva, ni posibilidad de establecer un tipo de relaciones humanas “normales”, en cada momento de la vida. Sea cual fuere el origen de ese riesgo de pederastia, esa situación debe aclararse, pues como he dicho, sólo pueden ser buenos pastores de iglesia aquellos que tienen “sosegada” y resuelta, en principio, su opción afectiva, en clave de familia (de un tipo o de otro), de manera que no exista en ellos ningún riesgo apreciable de tendencia a la pederastia.
Matrimonio y celibato son opciones que vienen en un segundo momento, sin que una sea mejor que la otra. Ambas pueden ser y son muy apropiadas para cumplir una misión eclesial, al servicio del Reino, tanto de hombres como de mujeres. Pero se necesita en ambos casos una gran madurez para relacionarse en ambientes “artificiales” con niños y adolescentes. Sólo la madurez afectiva, la normalidad humana y la libertad de opción (matrimonial, celibataria, de amistades…) puede capacitarnos para superar de raíz el riesgo de la pederastia, con lo que ello implica para una visión del evangelio, sabiendo que los niños son un momento esencial de la familia cristiana (cf. tema 9).

7. El tema complejo, los homosexuales.
Pienso que la Iglesia no ha planteado tampoco todavía, en todo su rigor antropológico y cristiano, la situación de aquellas personas que tienen un tipo de sexualidad y tendencia afectiva distinta. Éste es un caso que puede parecer secundario, dentro de la agenda general de las preocupaciones cristianas, pero está muy vinculado al proyecto y a la praxis de Jesús que convivió con personas de una orientación sexual y antropológica distinta (cf. tema 8). Pues bien, por circunstancias diversas (de forma de ser y celibato) parece que en la “familia clerical” han sido y son bastante numerosos los casos de clérigos homosexuales, lo que no es un bien ni un mal, sino un hecho y una oportunidad, tanto en un clero que siga siendo celibatario, como ahora, como en un clero donde los/las ministros de la Iglesia podrán ser casados.
El problema no es que haya homosexuales (varones o mujeres), con otros tipos de personas sexualmente “distintas”, sino que deban mantenerse en situación de semi-clandestinidad, en contra del evangelio de Jesús, a quien acusaron de “eunuco”. Como he venido desarrollando en este libro, pienso que hay un “modelo de familia heterosexual y generadora”, que es fundamental, conforme al esquema de Gen 1-2, que nos sitúa ante Adán y Eva, un hombre y una mujer. Pero en el abanico de la vida hay también otros modelos de tendencia sexual y de familia, que deben respetarse, pues no son una rémora o “desgracia” para la familia, sino todo lo contrario: Hombres y mujeres homosexuales deben aportar dentro de la iglesia su modelo de búsqueda afectiva y de creatividad humana. Puede haber, según las circunstancias, homosexuales célibes o casados, pudiendo se ministros de la Iglesia. Lo único que se les debe pedir, igual que a los otros miembros de la Iglesia, es que procuren amar con fidelidad y respeto, ayudando a los demás a vivir en transparencia y entrega evangélica.

8. La Iglesia está llamada a ofrecer un espacio de familia para muchos hombres y mujeres sin familia,
superando un tipo de oposición moderna extremada entre lo privado (casa, familia) y lo público (sociedad…). Sin duda, hay diferencias, se trata de espacios en parte distinto. Pero en sentido estricto (como en el principio de su historia) la Iglesia debe presentarse como un “tercer género de sociedad”, entre el mundo privado de la pequeña familia (con sus principios de gratuidad personal) y el mundo público del sistema (donde tiende a dominar un tipo de ley implacable de tipo capitalista).
La Iglesia no es un agregado de pequeñas familias aisladas, que se reúnen para cultivar su intimidad espiritual, mientras el mundo externo sigue dominado por la mamona o capital sin alma. Pero ella no es tampoco una justificación sacral del sistema capitalista, como algunos quieren. En la línea de todo lo que he venido mostrando en este libro, ella es una comunidad que es, al mismo tiemplo, íntima (espacio de gratuidad) y pública (un espacio abierto de convivencia social), vinculando así los principios de la intimidad personal (de pequeña familia) y las exigencias de solidaridad y de justicia.


9. Como he venido diciendo, nos hallamos en un momento clave de gran transición creadora, y sabemos que la gran revolución social del futuro ha de vincular el aspecto social y familia.

Los dos siglos pasados (XIX y XX) han estado marcados por una fuerte violencia política y social, han sido tiempos de grandes revoluciones y cambios económicos. Muchos han querido cambiar al ser humano desde fuera, a través del progreso o del dinero o con la transformación de las estructuras sociales (por medio de revoluciones). Pues bien, ha llegado el tiempo del cambio más hondo, en un plano de familia. Con ese fin he querido escribir este libro, que he redactado en el contexto de la celebración de los Sínodos de la Familia (año 2014 y 2015).

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