domingo, 29 de diciembre de 2013

¿Manipulan la fiesta de la Sagrada Familia?
José Manuel Bernal




El tema de la familia constituye una de las preocupaciones más agudas que hoy atormentan la conciencia pastoral de la Iglesia. Los vertiginosos cambios que el modelo de familia está sufriendo en la sociedad actual están cuestionando de raíz el modelo ofrecido por la Iglesia. Somos conscientes, por supuesto, de la importancia de la familia en la transmisión y educación en la fe, en el impulso de los valores cristianos, en el cultivo de experiencias tan ricas como el amor, la solidaridad y el calor entrañable surgido entre padres e hijos. Yo soy plenamente consciente de todo ello.

Por lo demás, tengo la persuasión de que la atención pastoral referida a la familia requiere unos espacios propios, especiales. No podemos servirnos de cualquier oportunidad para adoctrinar sobre el tema de la familia o para promocionar los valores cristianos. Es, a mi juicio, lo que está pasando, lamentablemente, con la festividad natalicia de la Sagrada Familia.

 Esta fiesta fue instituida por el papa León XIII el año 1893. Frente a los movimientos secularizadores de la época el papa instituye esta fiesta a fin de dar a conocer y promover el modelo cristiano de la familia, fuertemente cuestionado y amenazado por las nuevas corrientes modernistas. Ya en sus orígenes se percibe la intencionalidad adoctrinadora de la fiesta y su clara intención de llevar a cabo una promoción de los valores ejemplares que encarna la familia de Nazaret. Ahí radica precisamente el problema que yo intento señalar en estas líneas.

Ocurre lo de siempre. Pensamos que la celebración eucarística es una plataforma de la que nos servimos para poner en marcha, promocionar o solemnizar cualquier iniciativa: jornadas especiales, proyectos y actividades de cualquier tipo. En este caso, ahora, está ocurriendo eso precisamente. Una fiesta o una referencia a la familia de Nazaret habría que entenderla en el marco de las fiestas natalicias; es un aspecto importante del misterio de la manifestación del Señor, que se nos ha hecho cercano, que ha irrumpido en nuestra historia, encarnándose en un pueblo concreto, en una cultura concreta, en una familia. No celebramos, sin más, a la sagrada familia; celebramos al Señor hecho uno de nosotros y como nosotros.

Ahora quiero denunciar el hecho. Es harto conocido. Se trasluce sin recato en las hojas semanales ofrecidas a los pastores para preparar las celebraciones. En todas ellas el acento se carga en la necesidad de condenar los desmanes que la sociedad actual está cometiendo contra la familia; al mismo tiempo, se destacan las virtudes de la familia de Nazaret. En la práctica pastoral de las celebraciones ocurre otro tanto; buena parte de los responsables tienen la convicción de que ésta es la fiesta de la sagrada familia. 

Quiero terminar subrayando algo que he venido diciendo repetidas veces en estos breves escritos del blog. La Iglesia, en su liturgia, no celebra ideas, ni proyectos, ni consignas. La Iglesia celebra hechos, acontecimientos. Celebra, por encima de todo, el gran acontecimiento pascual del Señor, muerto y resucitado; y, también, encarnado en el seno de María, nacido en Belén, educado en el seno de la familia de Nazaret, donde vivió hasta el comienzo de su ministerio público. Eso es lo que celebramos, lo que proclamamos y creemos. Pero convertir la fiesta de la Sagrada Familia en una oportunidad para ofrecer a los fieles una catequesis sobre las características y exigencias de la familia cristiana, o para denunciar los desmanes que, en la sociedad moderna, se cometen contra la institución familiar, no deja de ser una manipulación de la fiesta. Hay que educar a los fieles, cierto; pero debemos buscar otros espacios apropiados para hacerlo; no convertir la eucaristía en algo que no es, en un gran discurso de adoctrinamiento.

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