domingo, 15 de diciembre de 2013

  Martín Gelabert Ballester, OP 
Si alguien se siente ofendido 



“Si alguien se siente ofendido por mis palabras, le digo que las expreso con afecto y con la mejor de las intenciones”. Eso dice el Papa Francisco hacia el final de su exhortación apostólica Evangelii Gaudium. Tan buenas intenciones no evitarán que algunos se sientan molestos u ofendidos. El Papa se refiere directamente a sus palabras a propósito de la pobreza y de las estructuras económicas perversas, pero eso de molestar seguramente podría decirse de otros aspectos de su pensamiento. Al respecto quisiera aprovechar para expresar una preocupación personal. Es sorprendente y hasta desagradable oír que este Papa atrae a “los de fuera” y no convence a “los de dentro”. Dicho así se trata de una tremenda falsedad. Porque la mayoría de los “de fuera” siguen con su indiferencia habitual hacia la doctrina de la Iglesia. Y la mayoría de “los de dentro” estamos muy contentos con este Papa y damos muchas gracias a Dios por el regalo de su magisterio.



Con todo, lo que hay de verdad en este contento de los de fuera y disgusto de los de dentro, por una parte debería alegrarnos, aunque quizás por otra debería preocuparnos. Debería alegrarnos que personas no creyentes o no cristianas se sientan comprendidas por nosotros, o muestren su respeto por la Iglesia y la fe cristiana. Por otra parte deberían preocuparnos estos recelos de “los de dentro”. ¿Quiénes son esos que recelan? ¿Por qué recelan? ¿De qué tienen miedo? Quizás habría que preguntarse si algunos de esos que se consideran “más papistas que el Papa”, en realidad no son nada “papistas”, porque solo apelan al papismo cuando el Papa parece estar de acuerdo con ellos.



Si la llamada del Papa a la renovación y a la conversión, hace peligrar las seguridades y comodidades, es lógico que aquellos que no están dispuestos a cambiar o a dejarse interpelar por la sencillez y exigencia del Evangelio, se sientan incómodos. Casi deberíamos alegrarnos de tal incomodidad y tomarla como una advertencia para todos y cada uno: ¿hasta qué punto estoy dispuesto a convertirme y a orientar mi vida según lo exige el seguimiento de Cristo, hasta qué punto estoy dispuesto a salir de mi mismo para vivir en el amor sin límites ni discriminaciones, hasta qué punto estoy dispuesto a compartir mis bienes con los pobres?

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