sábado, 28 de diciembre de 2013

Martín Gelabert Ballester, OP 
Familia cristiana 


La expresión “familia cristiana” sugiere prácticamente a todos los que la oyen un tipo de familia muy definido y muy característico: se trata de la unión sacramental de un varón y una mujer, que bautizan a sus hijos y los educan cristianamente. Esto es, dicho de forma muy resumida, lo que evocan las palabras “familia cristiana”. Y, sin embargo, sin negar lo precedente, los evangelios nos invitan a ampliar el concepto de familia cristiana y a situar la idea corriente de familia cristiana en este contexto más amplio.



Jesús no puso en entredicho la estructura familiar, pero sí la relativizo en función del reino de Dios. Mi madre y mis hermanos no son los de la carne, vino a decir en un momento dado, sino los que escuchan, acogen y ponen en práctica la Palabra de Dios. Jesús mismo vivió fuera de las estructuras familiares de su época y en contraste con ellas. El era célibe. Formar parte de la familia de Dios no requiere, por tanto, el establecimiento de familias biológicas. Por eso, las familias biológicas cristianas deben vivir orientadas e integradas en la familia más amplia de Dios. En una familia cristiana importa la fidelidad, la compasión y el perdón entre sus miembros, pero estas actitudes deben ampliarse hacia todos los seres humanos. La familia cristiana es una escuela de amor universal.



La familia cristiana está además relacionada con la comunidad cristiana local, con la parroquia. Una no puede prosperar sin la otra. Una pareja cristiana se casa en el seno de una comunidad para formar parte así del cuerpo de Cristo. Por eso el fracaso de un matrimonio no es solo un fracaso de la pareja, sino de la Iglesia entera. Esta Iglesia que debería estar presta para acoger y comprender a aquellas personas que, tras una ruptura, han encontrado nuevos caminos y han logrado rehacer su vida.



Una cosa más a propósito de la familia y, en concreto, del matrimonio entre dos cristianos. En esta unión no se trata de un amor distinto al que puede darse en otras parejas que se quieren. Se trata de una distinta orientación del amor. Una pareja cristiana celebra su amor como un don transformador de Dios. En esta pareja hay “un tercero”, siempre atento y siempre dispuesto a conducirlos hacia Dios. La comprensión sacramental del matrimonio subraya la conciencia de la presencia de Dios y la perspectiva de eternidad del amor humano.

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