lunes, 23 de diciembre de 2013

RECUPERAR LA NAVIDAD
JOSEP CORNELLÀ, 
GIRONA.

Dicen que, hace muchos años, los hombres se asustaron cuando tomaron conciencia de que los días se acortaban y el sol duraba menos horas en el cielo. Dicen que los hombres creyeron que era un presagio de que el mundo acabaría. Y tenían miedo. Y entonces intentaron modificar sus vidas. Compraban mucho, comían mucho, e iluminaban las calles. Ya que los árboles perdían la hoja, ponían guirnaldas de pino y de abeto para dar la impresión de que la vida seguía a pesar del crudo invierno. Y con estos engaños pretendían detener el tiempo. Pero el tiempo no se detenía. Y, de repente, el sol volvía a alzarse sobre el horizonte. Y hacían una fiesta. Pero al cabo del año, se repetía el mismo ciclo. Y la luminosidad del sol que renacía no era capaz de desvanecer aquellos sentimientos de miedo.

Hace poco más de dos mil años, dicen, sucedió un hecho excepcional en la actual Palestina. Con un niño, dicen, había nacido una esperanza. Y dicen que, por unas horas, en aquel lugar, los hombres proclamaban la Paz y hacían propósitos de vivir con sencillez. Pero duró poco. Los cánticos de alegría de esa noche se desvanecieron. Aquel niño creció y, dicen, sus palabras no fueron del agrado de los que tenían la sartén por el mango. Y acabó mal. Y, a pesar del esfuerzo y la perseverancia de algunos de sus seguidores, su memoria quedó encorsetada en unos ritos y en unas costumbres que no evolucionaban con el paso de los años.

Y, a pesar de afirmar que aquel nacimiento había cambiado sus vidas, los hombres volvieron a preocuparse ante el paso del tiempo. Y volvió el miedo a la muerte. Y ante los días que se acortaban, encendían luces en la calle, se compraban más y más tonterías en un esfuerzo por acaparar lo que prometía una vida perdurable, y se lanzaban a comer y beber. Era como una lucha por la subsistencia, una lucha para no desaparecer con el último rayo de sol de cada tarde.


Pero, dicen que, poco a poco, después de una grave crisis, los hombres volvieron a mirar hacia su interior. Y vieron como la racionalidad excesiva y el consumismo exacerbado generaba una saturación existencial y un sentimiento de profunda decepción. Descubrieron que la felicidad no estaba en la materialidad de las cosas, sino en las dimensiones relacionadas con el corazón, con los afectos, y con las relaciones de amor, de solidaridad y de compasión. Y, dicen que, poco a poco, los hombres descubrieron, en su profundo interior, una dimensión espiritual que no habían osado desarrollar. Y, con la dimensión espiritual, fueron capaces de celebrar la Navidad. Y recuperaron de nuevo el mensaje de aquella noche en que, hacía dos mil años, había nacido el niño. Aquel mensaje que decía "No temáis, os anuncio una gran alegría, os ha nacido un Salvador, que veréis en un pobre pesebre, y envuelto en pañales”. 

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