Martín Gelabert Ballester, OP
Demonios y ángeles
En un post reciente, uno de los comentaristas suscitó la pregunta de por qué los ángeles caídos habían hecho una decisión irrevocable que no podía ser perdonada. Sin entrar en la existencia de los ángeles o de los demonios, me pareció oportuno contestar: “Todas las creaturas están llamadas a responder al amor de Dios. Y el amor es una respuesta libre. Cuanto más perfecta es una criatura, cuanta más luz tiene, más responsable es de sus actos y más decididas y acabadas son sus acciones. Al final nos encontramos con el misterio de la libertad. Si no fuera posible decir no, el sí no tendría ningún valor”.
Mi respuesta provocó esta reacción por parte de otro lector: “Dicho sea con todos los respetos, me ha extrañado la cuestión planteada sobre los ángeles caídos, pues personalmente me resulta muy difícil entender y aceptar lo que creo que forma parte de lo mítico e incomprobable de nuestra religión, como que esos ángeles, transformados en demonios, se dedican a malmeter a los humanos, como si nos hiciera falta”. Evidentemente, para hacer el mal nos bastamos nosotros solos, sin necesidad de que haya ningún demonio. De hecho, la existencia del demonio no ha sido nunca objeto de una declaración dogmática. Por tanto, cada uno es libre de opinar sobre esta cuestión, aunque es cierto que las intervenciones del Magisterio de la Iglesia dan por supuesta la existencia de los demonios.
Tan interesante como la cuestión de los ángeles malos es la de los ángeles buenos. En la Escritura, el ángel es signo de la presencia de Dios en la vida de una persona, desde una de estas dos perspectivas: Dios tiene un mensaje para esta persona, o Dios manifiesta que cuida de esa persona. Cuando se afirma que “el ángel del Señor anunció a María”, se está diciendo: Dios se hizo presente a María. ¿De qué modo? Eso ya no lo dice la Escritura, aunque, en demasiadas ocasiones, sea lo que interesa a nuestra curiosidad. Pero este interés denota la preferencia por cuestiones secundarias, que desgraciadamente olvidan la principal.
Me gusta lo que dice el artista dominico Miguel Iribertegui: "los ángeles representan una antropología escatológica: ni hombre ni mujer, eternamente joven, eternamente bello”. Jesús hablando del matrimonio utilizó parecidas ideas: los que sean hallado dignos de la resurrección no se casarán, serán como ángeles. El encuentro con Dios potenciará todas las dimensiones de nuestra existencia, pero las relaciones entre los seres humanos no serán como en este mundo. Nuestros encuentros se realizarán en un nivel que irá más allá de lo biológico, nos relacionaremos en el nivel más profundo y auténtico de nuestra personalidad.
Finalmente, hablando de los ángeles, recuerdo haber leído en Kierkegaard esta idea: ¡ángeles, ángeles! ¡Algunos dicen que no existen! Bien, pues compórtate tú como un ángel y así habrá ya un ángel en este mundo. En vez de preocuparnos por la existencia de demonios y de ángeles, lo que debería preocuparnos es lo demoniaco y lo angelical. Dos actitudes bien reales y posibles, una rechazable y otra deseable, al alcance de todos los humanos.
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