Evangelii Gaudium, una lectura
José Arregui
Poco latín necesitas para traducir el título de la reciente Exhortación del papa Francisco sobre la evangelización: “El gozo del Evangelio”. Y no es fácil decir más en menos: el Evangelio es gozo. No dice que no pueda haber gozo sin Evangelio, sino que no puede haber Evangelio sin gozo. No dice que quien cree en el Evangelio no vaya a conocer la tristeza, sino que quien anuncia el Evangelio ha de procurar aliviar la tristeza en sí mismo y en los demás.
No dice que baste sentirse contento sin luchar contra todo lo injusto, sino que a toda lucha sin gozo le falta corazón.
Es un texto lleno de aliento y frescura. Pero no ocultaré que no todo me gusta en él, como cuando afirma que “Jesús dio su sangre por nosotros” –para expiar nuestros pecados, se entiende– (n. 178; cf. 128, 229, 274) (la verdad es que no se entiende, y ¿a quién le puede resultar hoy buena noticia, motivo de alegría?); o cuando reivindica una mayor presencia de la mujer en la Iglesia, pero afirmando a la vez que “el sacerdocio reservado a los varones, como signo de Cristo Esposo que se entrega en la Eucaristía, es una cuestión que no se pone en discusión” (n. 104) (es decir, mantiene el modelo clerical de Iglesia, el “sacerdocio”, y ¿puede una Iglesia clerical alegrar a las mujeres y a los hombres de hoy?); o cuando habla de la defensa de los “niños por nacer”, sin hacer distinción alguna entre el cigoto de un día y el feto de cuatro meses (nn. 213-214) (lo cual contradice los datos de la ciencia, y ¿puede así la Iglesia aliviar la angustia de muchas madres o padres?). Perdura, pues, una teología tradicional.
Dicho eso, pienso que la teología no es lo esencial en esta verdadera Encíclica del papa Francisco en forma de Exhortación. La misericordia es lo único esencial. “La primacía de la gracia” (n. 112) es lo que cuenta. Todo lo demás es superficial, ideas discutibles. Toda teología –tanto si es trasnochada como si está puesta al día– es discutible, transitoria y siempre penúltima. La teología busca decir una palabra creíble sobre la fe que nos hace vivir, pero la palabra es siempre provisional y relativa, relativa al marco de credibilidad cultural de cada uno o de cada tiempo. La entraña de la vida es lo que importa, y la compasión es lo que mueve la vida y las entrañas. De eso habla este papa, y viene a decir que todo lo demás es secundario. ¡Gracias de nuevo, papa Francisco, por decirlo tan claro, por exhortarnos sin rodeos al corazón del Evangelio, el gozo de la bondad!
Leer es siempre interpretar, y más aun hacer una selección de frases de un texto cualquiera. Es lo que haré. Es mi lectura. Creo, sin embargo, que es una lectura acorde con la intención y el conjunto de esta Exhortación. También ella es, en realidad, una lectura selectiva de los textos del magisterio jerárquico precedente, como queda a la vista mirando cómo cita el Vaticano II o los documentos de los últimos papas. Sus citaciones revelan su intención de fondo, que no es atajar errores –como sucedía hasta el atosigamiento en los documentos de Juan Pablo II y Benedicto XVI–, sino animar a buscar juntos nuevas formas de decir y de vivir la alegría del Evangelio.
No cita para cerrar, sino para abrir. No cita para reafirmar la doctrina tradicional “segura”, sino para invitar a renovar, a renovarse, a arriesgar. No alerta contra la innovación, sino contra el estancamiento en el pasado. No llama a repetir, sino a reinventar. Y no condena el mundo moderno, sino invita a acogerlo y escucharlo. No reclama obediencia, sino libertad solidaria, fraternidad evangélica. No insiste en los dogmas, sino en la “revolución de la ternura” (n. 88). No denuncia la cultura actual, sino la economía financiera asesina. Y afirma que el gran peligro del mundo (y de los cristianos) es la tristeza” (n. 2), no la increencia. Vuelve el espíritu de la Constitución Gaudium et Spes del Vaticano II. Vuelve el aliento.
Evangelii gaudium. Dos palabras bastan, o incluso solo una: “Evangelio”, pues Evangelio significa eso, “buena noticia” o simplemente alegría. Como dijeron los ángeles –que es como decir Dios, que es como decir el Corazón de la Realidad– a los pastores de Belén – que es como decir los más pobres o los más despreciados–: “No temáis, os anuncio una gran alegría que lo será para todo el pueblo” (Lc 2,10). Bastaba, pues con pocas palabras, pero a este papa le ha dado por hablar, y lo hace muy bien; habla ex abundantia cordis, de lo que en su corazón abunda. Pero como creo, amigo lector/a, que no dispondrás del tiempo o la calma requerida para leer las 224 páginas de esta Exhortación, te ofrezco una selección en 5 páginas con las afirmaciones que considero más importantes. Y si quieres solo una frase, quédate con ésta: “Vive un deseo inagotable de brindar misericordia (…) y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo” (n. 24).
José Arregi
Para orar
Madre María, tú que, movida por el Espíritu,
acogiste al Verbo de la vida
en la profundidad de tu humilde fe,
ayúdanos a decir nuestro “sí”
ante la urgencia, más imperiosa que nunca,
de hacer resonar la Buena Noticia de Jesús.
Danos la santa audacia de buscar nuevos caminos
para que llegue a todos el don de la belleza que no se apaga.
Estrella de la nueva evangelización,
ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión,
del servicio, de la fe ardiente y generosa,
de la justicia y el amor a los pobres,
para que la alegría del Evangelio
llegue hasta los confines de la tierra
y ninguna periferia se prive de su luz.
Madre del Evangelio viviente,
manantial de alegría para los pequeños,
ruega por nosotros.
Amén. Aleluya.
(Oración final de Evangelii Gaudium)
Una selección reordenada de
Evangelii Gaudium
(por José Arregi)
NOTA: las cifras entre paréntesis indican los números de la Exhortación. Los títulos numerados son del autor de la selección.
1. Acoger el mundo de hoy con su evangelio
Él vive entre los ciudadanos promoviendo la solidaridad, la Fraternidad, el deseo de bien, de verdad, de justicia (71).
“Llegan, a veces, a nuestros oídos, hiriéndolos, ciertas insinuaciones de algunas personas que, aun en su celo ardiente, carecen del sentido de la discreción y de la medida. Ellas no ven en los tiempos modernos sino prevaricación y ruina […] Nos parece justo disentir de tales profetas de calamidades, avezados a anunciar siempre infaustos acontecimientos, como si el fin de los tiempos estuviese inminente (Juan XXIII) (84).
Son muchos los jóvenes que se solidarizan ante los males del mundo y se embarcan en diversas formas de militancia y voluntariado (106).
La Iglesia no evangeliza si no se deja continuamente evangelizar (174).
Es verdad que, en nuestra relación con el mundo, se nos invita a dar razón de nuestra esperanza, pero no como enemigos que señalan y condenan (271).
2. Abrirse a un Evangelio siempre nuevo
Jesucristo también puede romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante creatividad divina. Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual. En realidad, toda auténtica acción evangelizadora es siempre nueva (11).
La Iglesia debe aceptar esa libertad inaferrable de la Palabra, que es eficaz a su manera, y de formas muy diversas que suelen superar nuestras previsiones y romper nuestros esquemas (22)
Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación (27).
La pastoral en clave de misión pretende abandonar el cómodo criterio pastoral del “siempre se ha hecho así”. Invito a todos a ser audaces y creativos… Sin prohibiciones ni miedos (33).
Para eso, a veces estará delante para indicar el camino y cuidar la esperanza del pueblo, otras veces estará simplemente en medio de todos con su cercanía sencilla y misericordiosa, y en ocasiones deberá caminar detrás del pueblo para ayudar a los rezagados y, sobre todo, porque el rebaño mismo tiene su olfato para encontrar nuevos caminos (31).
Los enormes y veloces cambios culturales requieren que prestemos una constante atención para intentar expresar las verdades de siempre en un lenguaje que permita advertir su permanente novedad (…) somos fieles a una formulación, pero no entregamos la substancia. Ése es el riesgo más grave. Recordemos que “la expresión de la verdad puede ser multiforme, y la renovación de las formas de expresión se hace necesaria” (Juan Pablo II) (41).
No tengamos miedo de revisarlas (43) [las costumbres].
Se desarrolla la psicología de la tumba, que poco a poco convierte a los cristianos en momias de museo (83).
A veces el miedo nos paraliza demasiado. Si dejamos que las dudas y temores sofoquen toda audacia, es posible que, en lugar de ser creativos, simplemente nos quedemos cómodos y no provoquemos avance alguno (129).
3. Evangelio es salir, ser “Iglesia en salida”
Hoy, en este “id” de Jesús, están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia, y todos somos llamados a esta nueva “salida” misionera (…). Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio (20).
La Iglesia “en salida” es una Iglesia con las puertas abiertas (46). Siempre tiene la dinámica del éxodo y del don, del salir de sí, del caminar y sembrar siempre de nuevo, siempre más allá (20).
A menudo nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas (47).
Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos. Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en lasnormas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: “¡Dadles vosotros de comer!” (Mc 6,37) (50).
4. El Evangelio requiere permanente reforma
El Concilio Vaticano II presentó la conversión eclesial como la apertura a una permanente reforma de sí (26).
No se pueden llenar los seminarios con cualquier tipo de motivaciones, y menos si éstas se relacionan con inseguridades afectivas, búsquedas de formas de poder, glorias humanas o bienestar económico (107).
No nos quedemos anclados en la nostalgia de estructuras y costumbres que ya no son cauces de vida en el mundo actual (108).
También debo pensar en una conversión del papado. Me corresponde, como Obispo de Roma, estar abierto a las sugerencias que se orienten a un ejercicio de mi ministerio que lo vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización (32).
No es conveniente que el Papa reemplace a los episcopados (16).
5. El Evangelio contra una economía que mata
Hoy tenemos que decir “no a una economía de la exclusión y la inequidad”. Esa economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa (53).
Algunos todavía defienden las teorías del “derrame”, que suponen que
todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante (54).
Mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera… A todo ello se añade una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta, que han asumido dimensiones mundiales. El afán de poder y de tener no conoce límites cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta (56).
“No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos” (San Juan Crisóstomo) (57).
Os exhorto a la solidaridad desinteresada y a una vuelta de la economía y las finanzas a una ética a favor del ser humano (58).
Los planes asistenciales, que atienden ciertas urgencias, sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras. Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema. La inequidad es raíz de los males sociales (202).
Ya no podemos confiar en las fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado (204).
¡Ruego al Señor que nos regale más políticos a quienes les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los pobres! (205).
6. La injusticia es la raíz de la violencia
Hoy en muchas partes se reclama mayor seguridad. Pero hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia. … Cuando la sociedad –local, nacional o mundial– abandona en la periferia una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad. Esto no sucede solamente porque la inequidad provoca la reacción violenta de los excluidos del sistema, sino porque el sistema social y económico es injusto en su raíz (59).
La inequidad genera tarde o temprano una violencia que las carreras armamentistas no resuelven ni resolverán jamás las armas y la represión violenta, más que aportar soluciones, crean nuevos y peores conflictos (60).
En muchos lugares del mundo, las ciudades son escenarios de protestas masivas donde miles de habitantes reclaman libertad, participación, justicia y diversas reivindicaciones que, si no son adecuadamente interpretadas, no podrán acallarse por la fuerza (74).
7. Los pobres, los primeros del Evangelio
Los gozos más bellos y espontáneos que he visto en mis años de vida son los de personas muy pobres que tienen poco a qué aferrarse” (7).
A veces se trata de escuchar el clamor de pueblos enteros, de los pueblos más pobres de la tierra, porque “la paz se funda no sólo en el respeto de los derechos del hombre, sino también en el de los derechos de los pueblos” (Pontificio Consejo Justicia y Paz) (190).
Hay un signo que no debe faltar jamás: la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha (195).
Quiero una Iglesia pobre para los pobres. Ellos tienen mucho que enseñarnos (…). Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos. La nueva evangelización es una invitación a reconocer la fuerza salvífica de sus vidas y a ponerlos en el centro del camino de la Iglesia. Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas (198).
8. El Evangelio no se encierra en la doctrina
Una pastoral en clave misionera no se obsesiona por la transmisión desarticulada de una multitud de doctrinas que se intenta imponer a fuerza de insistencia (35).
[Si se olvida el primado de la misericordia] no será propiamente el Evangelio lo que se anuncie, sino algunos acentos doctrinales o morales que proceden de determinadas opciones ideológicas. El mensaje correrá el riesgo de perder su frescura y dejará de tener “olor a Evangelio” (39).
Más que el ateísmo, hoy se nos plantea el desafío de responder adecuadamente a la sed de Dios de mucha gente, para que no busquen apagarla en propuestas alienantes o en un Jesucristo sin carne y sin compromiso con el otro. Si no encuentran en la Iglesia una espiritualidad que los sane, los libere, los llene de vida y de paz al mismo tiempo que los convoque a la comunión solidaria y a la fecundidad misionera, terminarán engañados por propuestas que no humanizan ni dan gloria a Dios (89).
Que todos puedan admirar cómo os cuidáis unos a otros, cómo os dais aliento mutuamente y cómo os acompañáis (99).
La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo
el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio (114).
La centralidad del kerygma [anuncio de la buena noticia] demanda ciertas características del anuncio que hoy son necesarias en todas partes: que exprese el amor salvífico de Dios previo a la obligación moral y religiosa, que no imponga la verdad y que apele a la libertad, que posea unas notas de alegría, estímulo, vitalidad, y una integralidad armoniosa que no reduzca la predicación a unas pocas doctrinas a veces más filosóficas que evangélicas (165).
Más que como expertos en diagnósticos apocalípticos u oscuros jueces que se ufanan en detectar todo peligro o desviación, es bueno que puedan vernos como alegres mensajeros de propuestas superadoras (168).
Pequeños pero fuertes en el amor de Dios, como san Francisco de Asís, todos los cristianos estamos llamados a cuidar la fragilidad del pueblo y del mundo en que vivimos (216).
Aun las personas que puedan ser cuestionadas por sus errores, tienen algo que aportar que no debe perderse (236).
Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne
sufriente de los demás (270).
La fe es también creerle a Él, creer que es verdad que nos ama, que vive, que es capaz de intervenir misteriosamente, que no nos abandona, que saca bien del mal con su poder y con su infinita creatividad (278).
Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre nos devuelve la alegría (3).
9. “Mundanidad espiritual” en nombre del Evangelio
Llama la atención que aun quienes aparentemente poseen sólidas convicciones doctrinales y espirituales suelen caer en un estilo de vida que los lleva a aferrarse a seguridades económicas, o a espacios de poder y de gloria humana que se procuran por cualquier medio, en lugar de dar la vida por los demás en la misión (80).
La mundanidad espiritual, que se esconde detrás de apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia, es buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal (93).
Se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico propio del pasado. Es una supuesta seguridad doctrinal o disciplinaria que da lugar a un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar (94).
En algunos hay un cuidado ostentoso de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, pero sin preocuparles que el Evangelio tenga una real inserción en el Pueblo fiel de Dios y en las necesidades concretas de la historia. Así, la vida de la Iglesia se convierte en una pieza de museo o en una posesión de pocos (95).
No nos preocupemos sólo por no caer en errores doctrinales, sino también por ser fieles a este camino luminoso de vida y de sabiduría. Porque “a los defensores de ‘la ortodoxia’ se dirige a veces el reproche de pasividad, de indulgencia o de complicidad culpables respecto a situaciones de injusticia intolerables y a los regímenes políticos que las mantienen” (Congregación para la Doctrina de la fe, 1984) (194).
10. A nueva cultura, nueva expresión del Evangelio
Una cultura inédita late y se elabora en la ciudad (73).
Se impone una evangelización que ilumine los nuevos modos de relación con Dios, con los otros y con el espacio, y que suscite los valores fundamentales. Es necesario llegar allí donde se gestan los nuevos relatos y paradigmas (74).
Un programa y un estilo uniforme e inflexible de evangelización no son aptos para esta realidad (75).
Se trata del encuentro entre la fe, la razón y las ciencias, que procura desarrollar un nuevo discurso de la credibilidad, una original apologética (…). La prédica cristiana, por tanto, encuentra en el corazón cultural del pueblo una fuente de agua viva para saber lo que tiene que decir y para encontrar el modo como tiene que decirlo (133).
Un predicador es un contemplativo de la Palabra y también un contemplativo del pueblo (154).
11. Un Evangelio en muchas culturas
Como podemos ver en la historia de la Iglesia, el cristianismo no tiene
un único modo cultural (116).
No haría justicia a la lógica de la encarnación pensar en un cristianismo monocultural y monocorde. Si bien es verdad que algunas culturas han estado estrechamente ligadas a la predicación del Evangelio y al desarrollo de un pensamiento cristiano, el mensaje revelado no se identifica con ninguna de ellas y tiene un contenido transcultural. El mensaje que anunciamos siempre tiene algún ropaje cultural, pero a veces en la Iglesia caemos en la vanidosa sacralización de la propia cultura, con lo cual podemos mostrar más fanatismo que auténtico fervor evangelizador (117).
No podemos pretender que los pueblos de todos los continentes, al expresar la fe cristiana, imiten los modos que encontraron los pueblos europeos en un determinado momento de la historia, porque la fe no puede encerrarse dentro de los confines de la comprensión y de la expresión de una cultura (118).
No hay que pensar que el anuncio evangélico deba transmitirse siempre con determinadas fórmulas aprendidas, o con palabras precisas que expresen un contenido absolutamente invariable (129).
12. Evangelio es también diversidad
A quienes sueñan con una doctrina monolítica defendida por todos sin matices, esto puede parecerles una imperfecta dispersión. Pero la realidad es que esa variedad ayuda a que se manifiesten y desarrollen mejor los diversos aspectos de la inagotable riqueza del Evangelio (40).
Cuando somos nosotros quienes queremos construir la unidad con nuestros planes humanos, terminamos por imponer la uniformidad, la homologación. Esto no ayuda a la misión de la Iglesia (131).
13. Junto a otras Iglesias, religiones, convicciones
Tenemos que recordar siempre que somos peregrinos, y peregrinamos juntos 244).
La inmensa multitud que no ha acogido el anuncio de Jesucristo no puede dejarnos indiferentes. ¡Son tantas y tan valiosas las cosas que nos unen! Y si realmente creemos en la libre y generosa acción del Espíritu, ¡cuántas cosas podemos aprender unos de otros! A través de un intercambio de dones, el Espíritu puede llevarnos cada vez más a la verdad y al bien (246).
Una actitud de apertura en la verdad y en el amor debe caracterizar el diálogo con los creyentes de las religiones no cristianas, a pesar de los varios obstáculos y dificultades, particularmente los fundamentalismos de ambas partes. Este diálogo interreligioso es una condición necesaria para la paz en el mundo, y por lo tanto es un deber para los cristianos (250).
Los creyentes nos sentimos cerca también de quienes, no reconociéndose parte de alguna tradición religiosa, buscan sinceramente la verdad, la bondad y la belleza, que para nosotros tienen su máxima expresión y su fuente en Dios (257).
14. Nadie, ni el papa, tiene el monopolio del Evangelio
Tampoco creo que deba esperarse del magisterio papal una palabra definitiva o completa sobre todas las cuestiones (16).
Ni el Papa ni la Iglesia tienen el monopolio en la interpretación de la realidad social o en la propuesta de soluciones para los problemas contemporáneos. Puedo repetir aquí lo que lúcidamente indicaba Pablo VI: “Frente a situaciones tan diversas, nos es difícil pronunciar una palabra única, como también proponer una solución con valor universal” (184).
En el diálogo con el Estado y con la sociedad, la Iglesia no tiene soluciones para todas las cuestiones particulares (231).
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