¿Por qué en medio del dolor
los negros
cantan, ríen y bailan?
Leonardo Boff
Miles
de personas en toda Sudáfrica mezclaron el llanto con la danza, la fiesta con
los lamentos por la muerte de Nelson Mandela. Es la forma como realizan
culturalmente el rito de paso de la vida de este lado a la vida del otro lado,
donde están los ancianos, los sabios y los guardianes del pueblo, de sus ritos
y de sus normas éticas. Allí está ahora Mandela de forma invisible pero
plenamente presente, acompañando al pueblo que él tanto ayudó a liberar.
Momentos
como éstos nos hacen acordarnos de nuestra más alta ancestralidad humana. Todos
tenemos nuestras raíces en África, aunque la gran mayoría no lo sepa o no le dé
importancia. Pero es decisivo que volvamos a apropiarnos de nuestros orígenes,
que, de un modo u otro, están inscritos en nuestro código genético y
espiritual.
Voy
a referirme aquí a aspectos de un texto que escribí hace tiempo con el título:
“Todos somos africanos”, actualizado teniendo en cuenta la situación mundial,
que ha cambiado.
De
entrada, es importante denunciar la tragedia africana: es el continente más
olvidado y vandalizado por las políticas mundiales. Solamente cuentan sus
tierras. Las compran grandes consorcios mundiales y China para organizar
inmensas plantaciones de granos con el fin de asegurar la alimentación, no de
África, sino de sus países, o para negociarlos en el mercado especulativo. Las
famosas “land grabbing”, juntas tienen la extensión de Francia entera. Hoy
África es una especie de espejo retrovisor de cómo nosotros los humanos pudimos
en el pasado, y todavía hoy podemos, ser inhumanos y terribles. La actual
neocolonización es más perversa que la de siglos pasados.
Sin
olvidar esta tragedia, concentrémonos en la herencia africana que se esconde en
nosotros. Hoy en día hay consenso entre los paleontólogos y antropólogos acerca
de que la aventura de la hominización se inició en África hace unos siete
millones de años. Y luego se aceleró pasando por el homo habilis, erectus,
neanderthal... hasta llegar al homo sapiens hace unos noventa mil
años. Después de estar 4,4 millones de años en suelo africano, se trasladó a
Asia, hace sesenta mil años; a Europa, hace cuarenta mil años; y a las Américas
hace treinta mil años. Es decir, gran parte de la vida humana ha sido vivida en
África, hoy olvidada y despreciada.
África
no es solamente el lugar geográfico de nuestros orígenes. Es el arquetipo
primitivo, el conjunto de marcas impresas en el alma del ser humano. Fue en
África donde el ser humano elaboró sus primeras sensaciones, donde se
articularon sus crecientes conexiones neuronales (cerebralización), brillaron
los primeros pensamientos, irrumpió la creatividad y emergió la complejidad
social que permitió el surgimiento del lenguaje y de la cultura. El espíritu de
África está presente en todos nosotros.
Veo
tres ejes principales del espíritu de África que pueden ayudarnos a superar la
crisis sistémica global que nos asola.
El
primero es la Madre Tierra, la Mamá África. Al extenderse por los
vastos espacios africanos, nuestros antepasados entraron en profunda comunión
con la Tierra, sintiendo la conexión que todas las cosas guardan entre sí: las
aguas, las montañas, los animales, los bosques y selvas, y las energías
cósmicas. Necesitamos volver a apropiarnos de este espíritu de la Tierra para
salvar a Gaia, nuestra Madre y única Casa Común.
El
segundo eje es la matriz relacional (relational matrix, al decir
de los antropólogos). Los africanos usan la palabra ubuntu que
significa: “yo soy lo que soy porque pertenezco a la comunidad” o “yo soy lo
que soy a través de ti y tú eres tú a través de mí”. Todos necesitamos unos de
otros; somos interdependientes. Lo que la física cuántica y la nueva cosmología
enseñan acerca de la interdependencia de todos con todos es una evidencia para
el espíritu africano.
A
esa comunidad pertenecen también los muertos como Mandela. Ellos no «van» al
cielo, pues el cielo no es un lugar geográfico, sino un modo de ser de este
mundo nuestro. Ellos se quedan en medio del pueblo como consejeros y guardianes
de las tradiciones sagradas.
El
tercer eje son los ritos y las celebraciones. Nos admira que se
dedique un día entero a rezar por Mandela con misas y oraciones. Los africanos
sienten a Dios en la piel, los occidentales en la cabeza. Por eso, bailan y
mueven todo el cuerpo, mientras que nosotros permanecemos fríos y rígidos como
un palo de escoba.
Las
experiencias importantes de la vida personal, social y estacional se celebran
con ritos, danzas, músicas y presentaciones de máscaras. Éstas representan
energías que pueden ser benéficas o maléficas. Es en los rituales donde las
fuerzas negativas y positivas se equilibran y se festeja la primacía del
sentido sobre el absurdo. Si reincorporamos el espíritu de África, la crisis no
tendrá que ser una tragedia.
Sabemos
que a través de las fiestas y los ritos la sociedad rehace sus relaciones y se
refuerza la cohesión social. Además no todo es trabajo y lucha. Está también la
celebración de la vida, el rescate de las memorias colectivas y el recuerdo de
las victorias sobre las amenazas vividas.
Me
complace presentar el testimonio personal de uno de nuestros más brillantes
periodistas, Washington Novaes: «Hace algunos años, en Sudáfrica, me impresionó
ver que bastaba que se reuniesen tres o cuatro negros para empezar a cantar y a
bailar con una amplia sonrisa. Un día, le comenté a un joven taxista: “Su
pueblo sufrió y todavía sufre mucho. Pero basta que se reúnan unas pocas
personas y ustedes ya están bailando, cantando y riendo. ¿De dónde viene tanta
fuerza?” Y él me contestó: “Con el sufrimiento, aprendemos que nuestra alegría
no puede depender de nada fuera de nosotros. Tiene que ser sólo nuestra, estar
dentro de nosotros”».
Nuestra
población afrodescendiente nos da esa misma muestra de alegría, que ningún
capitalismo ni consumismo puede ofrecer.
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