lunes, 23 de diciembre de 2013

Navidad, ¿aniversario o misterio?
José Manuel Bernal




En realidad, lo que intento aclarar aquí es la propia identidad de la navidad. Lo hago porque, con el correr del tiempo, esta fiesta, entrañable y de gran colorido popular, ha ido perdiendo su hondura religiosa y, sobre todo, su identidad cristiana. Tanto la gente como incluso los pastores de las iglesias tienen la idea de que navidad es una especie de gran aniversario del nacimiento de Jesús en Belén. En el mejor de los casos, para las personas piadosas, navidad es un recuerdo enternecido de los acontecimientos que rodearon el nacimiento de Jesús, de los contratiempos que sufrieron en Belén, de la aventura de un parto inminente, de la entrañable presencia de los pastores y, sobre todo, de la maravillosa aparición de los ángeles en el cielo iluminando la oscuridad de la noche. Este sería el contenido de la celebración. Así como celebramos, a lo largo del año, las fiestas de los santos y conmemoramos su nacimiento o su tránsito, su natale, así también, en navidad, celebraríamos el natale, el nacimiento, del santo de los santos.

Algo así se pensó en la antigüedad al colocar la fiesta del nacimiento de Cristo al principio del santoral. Los expertos deducen esta conjetura del testimonio de la llamada Depositio martyrum, conservada en una especie de antiguo calendario llamado "Cronografo del 354". Se trata de una lista en la que se consignan los nombres de los mártires. La primera referencia de la lista señala la fiesta del nacimiento de Cristo el 25 de diciembre. Él va el primero, el santo de los santos, el mártir por antonomasia. Lo mismo ocurre en el viejo sacramentario Veronense; también aquí la fiesta de navidad aparece integrada en el santoral.

Pero navidad no es una fiesta de aniversario. Nadie, serenamente informado, reconoce que el 25 de diciembre corresponda a la fecha exacta del nacimiento de Jesús en Belén. Ese es un asunto que escapa del todo a los cálculos y a las hipótesis que han podido aventurarse desde opciones religiosas diversas. Por eso no es posible celebrar el natale de Jesús lo mismo que celebramos, año tras año, el aniversario de un mártir o de un santo haciéndolo coincidir con la fecha del martirio o de su nacimiento. Navidad no es una fiesta de aniversario.

Habrá que esperar a san León Magno. Él es quien, distanciándose en esto de los planteamientos de san Agustín, profundizará sobre este tema y nos descubrirá el sentido profundo de las fiestas de navidad. Una larga serie de sermones, pronunciados por él a lo largo de su pontificado romano, son la fuente doctrinal en la que se han inspirado los teólogos. Los mismos textos de oración, los más venerables, contenidos en los viejos sacramentarios, reflejan claramente el pensamiento del papa León Magno. 

Para el gran papa romano, el acontecimiento del Dios hecho hombre es celebrado no como un puro evento pasado y lejano, sino como realidad sacramental, perennemente presente y actuante. Porque en los gestos y palabras de Jesús hay algo más que el puro hecho histórico. Hay la fuerza viva, regeneradora y salvadora de Dios. Las acciones temporales pasan, pero la virtus salvadora del misterio permanece. Al celebrar el misterio, la acción liberadora de Dios se actualiza y se hace presente. Para san León, en efecto, navidad, lo mismo que pascua, renueva y actualiza el misterio salvador del Dios hecho hombre, haciéndolo presente. Por eso. Navidad también es un misterio, un sacramentum. El habla expresamente del sacramentum Natalis Christi [sacramento del nacimiento de Cristo] y del Nativitatis Domini sacramentum  [sacramento de la natividad del Señor]

http://bernalllorente.files.wordpress.com/2013/12/theotocos.jpgEste es el filón de pensamiento, enraizado fuertemente en la tradición patrística y de manera especial en León Magno, que ha inspirado una buena parte de los textos litúrgicos de mayor solera, conservados todavía en la liturgia romana. Aquí bebió Odo Casel y de aquí surgió su convicción más profunda respecto a la presencia viva y actuante del Señor en los misterios del culto. En un escrito póstumo, publicado por la revista francesa «La Maison-Dieu» en 1961 (n. 65), el célebre liturgista alemán interpreta la significación del Hodie, tantas veces repetido en los textos litúrgicos de la solemnidad romana de navidad. Para Dios, que es presencia perenne e incesante, no hay ni pasado ni futuro. Todo se resuelve en un «hoy» divino e inmutable. Para nosotros, que vivimos inmersos en la provisionalidad del tiempo, el instante presente —nuestro «hoy»— es pasajero, fugitivo, inconsistente. El «hoy» de Dios no pasa jamás. Significa una presencia inmutable, para siempre, que no se marchita jamás. Pero Dios, a través de las celebraciones del culto, nos brinda a las comunidades cristianas, cada uno de nosotros, la posibilidad de entrar, desde ahora, en su presente inmutable, en el «hoy» eterno de la divinidad. En el ahora, en el «hoy» de la celebración cultual, convergen misteriosamente el pasado y el futuro. Todo se hace presente y actual. De ahí la riqueza inextinguible y la fuerza salvadora de los misterios del culto. De ahí también la consideración del culto como memoria [anamnesis] del pasado y anticipación escatológica del futuro.´

A través, pues, de la celebración litúrgica la comunidad cristiana se libera de los estrechos límites de lo temporal y se ve transportada a la órbita de lo divino, inmersa en el eterno presente de Dios, en un «hoy» inmutable y siempre nuevo. Por ahí debiéramos adentrarnos en la comprensión profunda y en la vivencia del misterio del Dios hecho hombre; el misterio de su aparición entre nosotros; de su manifestación, de su epifanía, como como Señor de la historia, como salvador y regenerador de nuestra condición humana. Esa es la gran realidad que celebramos. Por encima de la escenografía y más allá de los pormenores del acontecimiento histórico, la comunidad cristiana se reúne para celebrar la fuerza de la acción de Dios y abrirnos de par en par al impulso renovador del misterio que celebramos.

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