Tís Tí Are
Mantengan el suspense sobre el título que lo voy a explicar
después. Antes quiero decir algo sobre las dos últimas tonterías que he visto
en las vallas publicitarias: una anuncia moda: “Llega tu otoño”; otra es sobre
un coche: “De Mii a Mío por 2 euros al día”. Las dos coinciden en considerar a
sus destinatarios, o sea nosotros, tan irremediablemente estúpidos que sólo nos
fijaremos en lo que lleve delante su correspondiente posesivo: mi otoño, mi
coche…,misma táctica que en mis documentos, mis descargas, mis imágenes, mi
iphone, mi ipad…Y la nueva ola de “yo cuantificado” que se nos viene encima:
mis calorías, mis latidos, mi tensión, mis sensores… Y lo malo es que la cosa
no es reciente y se remonta a mi infancia: ya entonces el devocionario que
usábamos niños y niñas era el “Mi Jesús”. No tenemos remedio.
Lo constata Rilke en uno de sus poemas:
“No debes tener miedo, Dios. Ellos dicen mío
a todas esas cosas,
tan pacientes.
Son como el viento
que roza las ramas y
dicen: árbol mío.
Dicen mío y llaman su
posesión
a lo que se cierra
cuando se acercan,
al modo que un
insulso charlatán
llama acaso suyo al
sol y al relámpago…
Y en medio de este pringue pegajoso del yo, mi, me, conmigo
y para mí, emerge la “pasarela Belén”
por la que vuelven a desfilar, como cada año, unos personajes peculiares con
aire de vivir ajenos al tema de los posesivos e incapacitados para decir: mi
posada, mi establo, mi pesebre, mi paja, mis pañales, mis ángeles, mis
pastores… Y ahora es cuando viene lo del tís tí are del título en griego:
“quién cogía qué” sería la traducción en bruto de lo que dice Marcos al contar
que los soldados echaron a suertes las vestiduras de Jesús. “Que cada cual coja
lo que quiera o pille lo que pueda…”, diríamos hoy.
Como si fueran dos páginas distantes del Evangelio pero que
al doblarlas coinciden, la escena del comienzo de la vida de Jesús está ya
“anticipando tendencia” de cómo van a ser su trayectoria y su final. Ya desde
el principio lo encontramos acampado en un espacio público, abierto y a la
intemperie, sin puertas, defensas, cerrojos o alambradas. Qué acierto el del
posadero al reservarse el derecho de admisión y no dejar entrar a aquella
pareja de indocumentados sin blanca.
Que esto no es Lampedusa, oiga, y yo no hago más que seguir
directrices europeas y estoy muy satisfecho de haberme adelantado a la “Jornada
Mundial contra las Migraciones Indeseables”, que debería celebrarse todos los
24-D.
Así que el niño se quedó fuera en plan “indignadito”,
precursor de los que vendrán después y que sabrán poco de propiedad privada,
ese inviolable derecho que permite a algunos “obtener, poseer, controlar,
emplear, disponer de, y dejar en herencia tierra, capital, cosas y otras formas
de propiedad”, según la definición de Wikipedia.
Perteneció al colectivo de los que carecen de estrategias
para proteger lo suyo y no consiguen entender las bondades de “lo privado”:
desde que salió de Nazaret, no supo ya lo que era disponer de casa propia ni de
un lugar donde reclinar la cabeza. Pescaba, dormía y cruzaba el lago en una
barca de amigos; comía y bebía donde le invitaban y, cuando fue él quien dio de
comer a la gente, solo pudo ofrecerles como asiento la hierba de un descampado.
Pidió prestados el borrico sobre el que entró en Jerusalén y la sala en la que
se despidió con una cena de los que llamaba suyos, porque él sólo usaba los
posesivos para decir “mi Padre” y “mis hermanos”.
Al morir, echaron a suertes su túnica y volvió a estar tan
desnudo como en el pesebre.
Se nos anuncia una
gran alegría: nos ha caído en suerte un Niño. Que cada uno coja de él lo que
quiera. Y que siga haciendo lo mismo que él hizo en memoria suya.
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