Cuidado del cuerpo versus culto del cuerpo
Leonardo Boff
Entender la existencia humana a partir de la teoría de la complejidad es enriquecedor. Somos seres complejos, vale decir, en los que se da la convergencia de un sinnúmero de factores, materiales, biológicos, energéticos, espirituales, terrenales y cósmicos. Poseemos una exterioridad con la cual nos hacemos presentes unos a otros y pertenecemos al universo de los cuerpos. Y tenemos una interioridad, habitada por vigorosas energías positivas y negativas que forman nuestra individualidad psíquica. Somos portadores de la dimensión de lo profundo por donde rondan las preguntas más significativas del sentido de nuestro paso por este mundo. Estas dimensiones conviven e interactúan permanentemente influenciándose unas a otras y moldean eso que llamamos el ser humano.
Todo
en nosotros tiene que ser cuidado, si no, perdemos el equilibrio de las fuerzas
que nos construyen y nos deshumanizamos. Al abordar el tema del cuidado del
cuerpo es menester oponerse conscientemente a los dualismos que la cultura
persiste en mantener: por un lado el «cuerpo», desvinculado del espíritu y por
otro el «espíritu» desmaterializado de su cuerpo. Y así perdemos la unidad de
la vida humana.
La
propaganda comercial explota esta dualidad, presentando el cuerpo no como la
totalidad de lo humano, sino parcializándolo, sus músculos, sus manos, sus
pies, en fin, sus distintas partes. Las principales víctimas de esta
fragmentación son las mujeres, pues la visión machista se refugió en el mundo
mediático del marketing usando partes de la mujer, sus pechos, su sexo y otras
partes, para seguir haciendo de la mujer un «objeto» de consumo de hombres
machistas. Debemos oponernos firmemente a esta deformación cultural.
También
es importante rechazar el «culto al cuerpo» promovido por la infinidad de
gimnasios y otras forma de trabajo sobre la dimensión física, como si el
hombre/mujer-cuerpo fuese una máquina desposeída de espíritu que busca
desarrollos musculares cada vez mayores. Con esto no queremos de ninguna manera
desmerecer los distintos tipos de ejercicios de gimnasia al servicio de la
salud y de una mayor integración cuerpo-mente, los masajes que renuevan el
vigor del cuerpo y hacen fluir las energías vitales, en particular las
disciplinas orientales como el yoga, que favorece tanto una postura meditativa
de la vida, o el incentivo a una alimentación equilibrada, incluyendo también
el ayuno, bien como ascesis voluntaria o como forma de armonizar mejor las
energías vitales.
El
vestuario merece una consideración especial. No solo tiene una función
utilitaria para protegernos de las intemperies. También tiene que ver con el
cuidado del cuerpo, pues el vestuario representa un lenguaje, una forma de
revelarse en el teatro de la vida. Es importante cuidar de que el vestuario sea
expresión de un modo de ser y que muestre el perfil humano y estético de la
persona. Es especialmente significativo en la mujer pues ella tiene una
relación más íntima con su propio cuerpo y con su apariencia.
Nada
más ridículo y demostrativo de anemia de espíritu que las bellezas construidas
a base de botox y de cirugías plásticas innecesarias. Sobre este
embellecimiento artificial hay montada toda una industria de cosméticos y de
prácticas de adelgazamiento en clínicas y spas que difícilmente sirven a una
dimensión más integradora del cuerpo. Esto no quiere decir que haya que
invalidar los masajes y los cosméticos importantes para la piel y para el justo
embellecimiento de las personas. Pero hay una belleza propia de cada edad, un
encanto que nace del trabajo de la vida y del espíritu en la expresión corporal
del ser humano. No hay photoshop que sustituya la ruda belleza del
rostro de un trabajador tallado por la dureza de la vida, los rasgos faciales
modelados por el sufrimiento. La lucha de tantas mujeres trabajadoras en el
campo, en las ciudades y en las fábricas dejó en sus cuerpos otro tipo de
belleza, frecuentemente con una expresión de gran fuerza y energía. Hablan de
la vida real y no de la vida artificial y construida. Por el contrario, las
fotos trabajadas de los iconos de la belleza convencional, casi todos moldeados
por tipos de belleza a la moda, mal disfrazan la artificialidad de la figura y
la vanidad frívola que ahí se revela.
Tales
personas son víctimas de una cultura que no cultiva el cuidado propio de cada
fase de la vida, con su belleza y luminosidad, y también con las marcas de una
vida vivida que dejó estampada en el rostro y en el cuerpo las luchas, los
sufrimientos, las superaciones. Tales marcas crean una belleza singular y una
luminosidad específica, en vez de fijar a las personas en un tipo de perfil de
un pasado ya vivido.
Cuidamos
positivamente del cuerpo regresando a la naturaleza y a la Tierra, de las
cuales nos habíamos exiliado hace siglos, con una actitud de sinergia y de
comunión con todas las cosas. Esto significa establecer una relación de biofilia,
de amor y de sensibilización hacia los animales, las flores, las plantas, los
climas, los paisajes y la Tierra. Cuando nos la muestran desde el espacio
exterior –esas preciosas imágenes del globo terrestre trasmitidas por los
telescopios o por las naves espaciales–, irrumpe en nosotros un sentido de
reverencia, de respeto y de amor por nuestra Gran Madre, de cuyo útero venimos
todos. Ella es pequeña, cosmológicamente ya envejecida, pero radiante y llena
de vida.
Tal
vez el mayor desafío para el ser humano-cuerpo consiste en lograr un equilibrio
entre la autoafirmación sin caer en la arrogancia y el menosprecio de los
otros, y la integración en un todo mayor, la familia, la comunidad, el grupo de
trabajo y la sociedad, sin dejarse masificar y caer en una adhesión acrítica.
La búsqueda de este equilibrio no se resuelve de una vez por todas, debe de ser
trabajada diariamente, pues se nos pide en cada momento. Hay que encontrar el
balance adecuado entre las dos fuerzas que nos pueden desgarrar o integrar.
El
cuidado de nuestro estar-en-el-mundo incluye también nuestra dieta: lo que
comemos y bebemos. Hacer del comer más que un acto de nutrición, un rito de
celebración y de comunión con los otros comensales y con los frutos de la
generosidad de la Tierra. Saber escoger los productos orgánicos o los menos
quimicalizados. De ahí resulta una vida sana que asume el principio de
precaución contra eventuales enfermedades que nos pueden sobrevenir por el
ambiente degradado.
De
esta manera el ser humano-cuerpo deja transparentar su armonía interior y
exterior, como miembro de la gran comunidad de vida.
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