jueves, 19 de febrero de 2015

Elogio de la fiesta

Isabel Gómez Acebo


Estamos a punto de comenzar el periodo de la cuaresma, un tiempo que está limitado por el carnaval y la vieja costumbre del risus paschalis en el domingo de Resurrección. Hoy en desuso, la intención de este rito era producir carcajadas lascivas entre los fieles, marcadas por la conciencia del gozo que la relación con un Dios resucitado produce, un júbilo semejante al de los amantes pero que dura eternamente. Y desde esta premisa me cuestiono por qué esa alegría no se prolonga a lo largo de toda la cuaresma, de todo el año.
Las ceremonias gozosas de los misterios de la encarnación vienen siempre precedidas por periodos de ayuno y mortificación. Pero no debemos alabar a un Dios que sólo potencia el razonamiento, la seriedad y el sacrificio porque no estaría festejando la vida que él mismo ha creado y caeríamos en la crítica merecida de que los cristianos hemos envenenado la alegría de vivir.
Dice Joseph de Maistre que “la raison ne peut que parler, c’est l’amour qui chante” (la razón sólo puede hablar mientras que es el amor el que canta). Un canto acompañado de la risa ya que como dice el salmo 2 “el que mora en el cielo ríe” y Lutero lo confirma “todas las criaturas conocerán el placer, el amor, la alegría y reirán contigo y tú con ellos”, lo malo es que deja esa actitud para la vida futura. Por eso, decía el gran teólogo francés Chenu, que la gran tragediade la teología de los tres últimos siglos había sido su divorcio con el poeta, el bailarín, el músico, el pintor, el actor… en suma con todos los partícipes de la fiesta.

Y eso que Jesús nos invita a gozar y festejar y por eso abandona la senda del Bautista lo que permite a sus enemigos de tacharle de comilón y bebedor. Y en una de sus parábolas nos habla de unos niños que cantan y bailan en la plaza Lc 7,31-35 mientras que otros no lo hacen, una manera de poner de relieve dos formas distintas de vivir. La enseñanza estriba en que el juego se convierte en parte importante de sus seguidores, de esa vida modélica que nos invita a seguir, de manera que la existencia para un cristiano se tendría que convertir en un festival continuo donde el mundo es su espacio de recreo y de relación humana.
También la cuaresma tendría que ser un momento en el que “el desierto y el sequedal se alegren, se regocije la estepa y florezca la flor” Is 35. La mejor preparación para la Pascuaque se me ocurre es matar la tristeza en el mundo empezando por la nuestra y ayudando a los que sufren a superar la suya.

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