Cuidar las palabras
Un famoso pintor contaba que
un día su madre salió de compras y le encargó que cuidara de su hermanita. Por
pasar el rato, el niño dibujó el retrato de la pequeña. Cuando su madre
regresó, los abrazó y beso cariñosamente mientras le dijo:
- ¡Hijo mío, has dibujado a Sally! ¡Es maravilloso! Años después, él dijo que esas palabras y ese beso de su madre lo habían estimulado a ser pintor.
- ¡Hijo mío, has dibujado a Sally! ¡Es maravilloso! Años después, él dijo que esas palabras y ese beso de su madre lo habían estimulado a ser pintor.
Todos necesitamos palabras de aliento, de reconocimiento, gente que valore lo que hacemos, lo que somos.
Por eso, antes de proferir cualquier palabra debemos
ser conscientes del poder que éstas tienen en la vida de los demás y en la
propia. La Biblia enseña: “La muerte y la vida están en poder de la lengua, Y el que la ama
comerá de sus frutos” ( Proverbios 1,8,21).
Muchas veces hablamos por hablar y no consideramos que podemos
estar marcando a alguien de por vida, que en lugar de sacarlo del pozo en el
que se encuentra le estamos echando tierra, que anulamos el potencial que puede
tener y, de esa forma, evitamos que cumpla el propósito con el cual fue creado.
Lo peor es que no sólo lo hacemos con otras personas, sino con nosotros mismos.
Cometemos un error y nos vamos auto descalificando, somos muy duros con las
auto críticas. No perdonamos nuestros errores y olvidamos que estamos en
proceso de formación para el propósito para el cual fuimos creados.
Empieza a decirle cosas buenas a los que amas, que así como el pintor comenta
cómo las palabras de su madre fueron trascendentales para él, haya también
otras personas que digan lo mismo de ti y recuerda que Dios ve más allá de tus
imperfecciones y te ama más de lo que puedas imaginar, así que deja de
menospreciarte.
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