viernes, 26 de abril de 2013


Pbro. Gabriel Martín Ghione
Domingo V de pascua: 
El único mandamiento, 
el AMOR

Ya avanzado el tiempo pascual, la liturgia nos presenta el centro existencial del discípulo misionero: el amor.

¿Tenemos miedo a amar? Podemos pensar que ponerle amor a todo lo que hacemos, puede llegar a desgastarnos y hasta en cierto sentido “vaciar” o banalizar el amor. Consideramos que el amor hay que guardarlo para ocasiones importantes, puntuales; que debemos entregarlo a determinadas personas. Escuchamos entonces las palabras de Jesús: “les doy un mandamiento nuevo: ámense, en estos reconocerán que son mis discípulos”.

El amor no se desgasta, somos nosotros quienes nos desgastamos cuando no amamos sinceramente, cuando nos motiva el egoísmo o la ambición. El amor tiene la capacidad de renovar a la persona, de entregarles siempre nuevas energías. De abrir el horizonte de la vida a la esperanza. Es que el amor nos pone en contacto con lo esencial y nos descubre la sencillez de la vida. Muchas veces estamos aturdidos por miles de ocupaciones, hacemos un montón cosas porque nos viene la tentación de pensar que cuánto más hacemos, mejor. Y descuidamos el amor. Al buscar el bien del otro, lo asociamos a lo material, a lo sentimental pero muy pocas veces lo hacemos, al tiempo y a la atención de la persona misma. El amor nos lleva a entregar, no cosas, sino a nosotros mismos, a entregarnos en lo que hacemos.

Si en el trabajo no coloco amor, no será una actividad humana. Seré lo más parecido a un elemento productivo, a una máquina. Cuando soy una persona que está llamada a realizarse en la actividad, el trabajo lamentablemente se convierte en un medio de obtención de recursos necesarios para el consumo. Nos convertimos en una máquina de trabajar y de consumir. Y la vida nos pasa sin amar, porque dejamos de ser humanos.

Tenemos miedo amar más allá del sentimiento, de entregarnos, de ser capaces de prolongar nuestras decisiones superando lo inmediato de nuestra situación. Tenemos miedo de amar hasta la cruz. El amor nos abre la esperanza de ver el germen de vida que hay cuando maduramos en la entrega generosa, cuando trascendemos nuestro bienestar egoísta y nos jugamos por el otro. Cuando somos capaces de renunciar a lo lícito para buscar lo justo, lo propio para buscar lo común, incluso mi bien para buscar el bien del otro.

Hoy muchas veces pensamos que ser Iglesia significa estar en un marco institucional, doctrinario y “jerárquico”. Lamentablemente hemos hecho de lo segundo, lo más importante. Ser Iglesia significa ante todo ser la comunidad de discípulos que se aman y cuyo criterio para reconocerlos es el amor. ¡Cuánto falta para identificar a la Iglesia con el amor! Es un hermoso desafío que nos tiene que poner a trabajar y buscar una Iglesia menos institucional y más amorosa. Las normas, preceptos y las “ideologías” vienen cuando no somos capaces de amar sinceramente. Ojalá nos encontremos prontamente hablando en la Iglesia no tanto acerca de lo mal que va el mundo y lo perdidos que están los hombres sino acerca de cómo amarnos y amar mejor a todos nuestros hermanos.  Ojala aportemos a una Iglesia que nos enseñe amar sinceramente y de verdad: a entregar lo mío por lo nuestro, lo lícito por lo justo, lo propio por lo común y supeditar todo lo que somos y hacemos al amor.


Skipe: ghione.gabriel.martin

"Servidores de ustedes por amor de Jesús" 2 Cor 4,5

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