Pbro. Gabriel Martín Ghione
Domingo V de pascua:
El único mandamiento,
el AMOR
Ya avanzado el tiempo pascual, la liturgia nos presenta el
centro existencial del discípulo misionero: el amor.
¿Tenemos miedo a amar? Podemos pensar que ponerle amor a
todo lo que hacemos, puede llegar a desgastarnos y hasta en cierto sentido
“vaciar” o banalizar el amor. Consideramos que el amor hay que guardarlo para
ocasiones importantes, puntuales; que debemos entregarlo a determinadas
personas. Escuchamos entonces las palabras de Jesús: “les doy un mandamiento
nuevo: ámense, en estos reconocerán que son mis discípulos”.
El amor no se desgasta, somos nosotros quienes nos
desgastamos cuando no amamos sinceramente, cuando nos motiva el egoísmo o la
ambición. El amor tiene la capacidad de renovar a la persona, de entregarles
siempre nuevas energías. De abrir el horizonte de la vida a la esperanza. Es
que el amor nos pone en contacto con lo esencial y nos descubre la sencillez de
la vida. Muchas veces estamos aturdidos por miles de ocupaciones, hacemos un
montón cosas porque nos viene la tentación de pensar que cuánto más hacemos,
mejor. Y descuidamos el amor. Al buscar el bien del otro, lo asociamos a lo
material, a lo sentimental pero muy pocas veces lo hacemos, al tiempo y a la
atención de la persona misma. El amor nos lleva a entregar, no cosas, sino a
nosotros mismos, a entregarnos en lo que hacemos.
Si en el trabajo no coloco amor, no será una actividad
humana. Seré lo más parecido a un elemento productivo, a una máquina. Cuando
soy una persona que está llamada a realizarse en la actividad, el trabajo
lamentablemente se convierte en un medio de obtención de recursos necesarios
para el consumo. Nos convertimos en una máquina de trabajar y de consumir. Y la
vida nos pasa sin amar, porque dejamos de ser humanos.
Tenemos miedo amar más allá del sentimiento, de entregarnos,
de ser capaces de prolongar nuestras decisiones superando lo inmediato de
nuestra situación. Tenemos miedo de amar hasta la cruz. El amor nos abre la
esperanza de ver el germen de vida que hay cuando maduramos en la entrega
generosa, cuando trascendemos nuestro bienestar egoísta y nos jugamos por el
otro. Cuando somos capaces de renunciar a lo lícito para buscar lo justo, lo
propio para buscar lo común, incluso mi bien para buscar el bien del otro.
Hoy muchas veces pensamos que ser Iglesia significa estar en
un marco institucional, doctrinario y “jerárquico”. Lamentablemente hemos hecho
de lo segundo, lo más importante. Ser Iglesia significa ante todo ser la
comunidad de discípulos que se aman y cuyo criterio para reconocerlos es el
amor. ¡Cuánto falta para identificar a la Iglesia con el amor! Es un hermoso
desafío que nos tiene que poner a trabajar y buscar una Iglesia menos
institucional y más amorosa. Las normas, preceptos y las “ideologías” vienen
cuando no somos capaces de amar sinceramente. Ojalá nos encontremos prontamente
hablando en la Iglesia no tanto acerca de lo mal que va el mundo y lo perdidos
que están los hombres sino acerca de cómo amarnos y amar mejor a todos nuestros
hermanos. Ojala aportemos a una Iglesia
que nos enseñe amar sinceramente y de verdad: a entregar lo mío por lo nuestro,
lo lícito por lo justo, lo propio por lo común y supeditar todo lo que somos y
hacemos al amor.
Skipe: ghione.gabriel.martin
"Servidores de ustedes por amor de Jesús" 2 Cor 4,5
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