jueves, 4 de abril de 2013


Martín Gelabert Ballester, OP 
Los hartos se contratan por pan 



En el primer libro de Samuel encontramos un texto ciertamente paradójico: “los hartos se contratan por pan, mientras los hambrientos engordan; la mujer estéril da a luz siete hijos, mientras la madre de muchos queda baldía”. La primera paradoja es real. Las otras son deseos, esperanzas, profecías. Pero la primera (los hartos se contratan por pan) es real y cruel: los que tienen mucho, siempre quieren más; nunca están satisfechos. El codicioso no se harta de riquezas. Y esto, a costa de dejar a los demás en su pobreza. En vez de repartir, el rico quiere acumular cada vez más, a costa de que otros no tengan nada y mueran. Es la borrachera y la ceguera de la mentalidad capitalista. La borrachera del que, aún sabiendo que tanto pan y tanto vino, tanto exceso, tanta hartura, no son sanas e incluso conducen a la muerte, parece que no puede ni quiere parar. Mientras los ricos cada día son más ricos, los pobres cada día son más pobres.



Las otras paradojas: los hambrientos engordan, la mujer estéril da a luz siete hijos, están ahí para reavivar la esperanza de los pobres. Desgraciadamente, los fragmentos de realidad de tales paradojas, cuestan mucho tiempo y esfuerzo conseguirlos. Los cristianos, a veces, hemos pensado que se trata de realidades escatológicas. Y ciertamente lo son: el Reino de Dios, que cada día pedimos, llegará, y entonces encontraremos una mesa llena de manjares, más que suficientes, y todos buscaremos que el hermano sea el primer servido. ¿Este Reino sólo es escatológico y, por tanto, no es de este mundo? La esperanza cristiana nos dice que la espera de una nueva tierra y un nuevo cielo no nos evade de nuestras responsabilidades, sino que es un motivo más para luchar con todas nuestras fuerzas por un mundo más justo y más humano.



¿Qué podemos esperar en el aquí y el ahora, qué se puede esperar del ser humano en las condiciones de nuestro mundo presente? Poco, si miramos a los demás. Mucho si decidimos comprometernos ante la terrible crisis que atraviesa el mundo. La esperanza nacerá en medio de este compromiso. No estamos en condiciones de detenernos. Tenemos el deber de resistir. Le debemos un gesto a la vida. Y, por supuesto, le debemos un gesto a Cristo resucitado.

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