jueves, 18 de abril de 2013


Diácono Lucas Trucco

Domingo IV de Pascua –ciclo C-

Jesús es muy claro: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco; ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna”. Jesús no fuerza a nadie. Él solamente llama. La decisión de seguirle depende de cada uno de nosotros. Y lo primero para tomar esa decisión es escuchar su llamada. Nadie se pone en camino tras los pasos de Jesús siguiendo su propia intuición o sus deseos de vivir un ideal. Comenzamos a seguirle cuando nos sentimos atraídos y llamados por Él. Por eso, la fe no consiste primordialmente en creer algo sobre Jesús sino en creerle a él. Muchas veces nuestra fe corre el riesgo de quedar reducida a una aceptación de creencias, una práctica de obligaciones religiosas y una obediencia a la disciplina de la Iglesia.

Todos estamos llamados a ser pastores. Ha ser guías y servidores de nuestros hermanos, a rezar con ellos y compartir la vida. Por eso aquellas palabras del Papa Francisco: 
“Cuando estamos en esta relación con Dios y con su Pueblo, y la gracia pasa a través de nosotros, somos sacerdotes, mediadores entre Dios y los hombres. Lo que quiero señalar es que siempre tenemos que reavivar la gracia e intuir en toda petición, a veces inoportunas, a veces puramente materiales, incluso banales –pero lo son sólo en apariencia– el deseo de nuestra gente de ser ungidos con el óleo perfumado, porque sabe que lo tenemos. El que no sale de sí, en vez de mediador, se va convirtiendo poco a poco en intermediario, en gestor. Todos conocemos la diferencia: el intermediario y el gestor «ya tienen su paga», y puesto que no ponen en juego la propia piel ni el corazón, tampoco reciben un agradecimiento afectuoso que nace del corazón. De aquí proviene precisamente la insatisfacción de algunos, que terminan tristes, sacerdotes tristes, y convertidos en una especie de coleccionistas de antigüedades o bien de novedades, en vez de ser pastores con «olor a oveja» –esto os pido: sed pastores con «olor a oveja», que eso se note–; en vez de ser pastores en medio al propio rebaño, y pescadores de hombres.” [1]

Todos como bautizados somos sacerdotes, profetas y reyes. La misión de cada uno es diferente. El objetivo el mismo: irradiar el amor de Jesús que llegue a todos, especialmente a los más alejados, pobres y olvidados.

Que María nos conceda un corazón semejante al de su Hijo el Buen Pastor.



[1] Papa Francisco. “Misa Crismal de Jueves Santo”. 2013

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