Diácono Lucas Trucco
Domingo IV de
Pascua –ciclo C-
Jesús es muy claro: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco; ellas me
siguen, y yo les doy la vida eterna”.
Jesús no fuerza a nadie. Él solamente llama. La decisión de seguirle depende de
cada uno de nosotros. Y lo primero para tomar esa
decisión es escuchar su llamada. Nadie se pone en camino tras los pasos de
Jesús siguiendo su propia intuición o sus deseos de vivir un ideal. Comenzamos
a seguirle cuando nos sentimos atraídos y llamados por Él. Por eso, la fe no consiste
primordialmente en creer algo sobre Jesús sino en creerle a él. Muchas veces
nuestra fe corre el riesgo de quedar reducida a una aceptación de creencias,
una práctica de obligaciones religiosas y una obediencia a la disciplina de la
Iglesia.
Todos estamos llamados a ser pastores. Ha ser guías y servidores de
nuestros hermanos, a rezar con ellos y compartir la vida. Por eso aquellas
palabras del Papa Francisco:
“Cuando
estamos en esta relación con Dios y con su Pueblo, y la gracia pasa a través de
nosotros, somos sacerdotes, mediadores entre Dios y los hombres. Lo que quiero
señalar es que siempre tenemos que reavivar la gracia e intuir en toda
petición, a veces inoportunas, a veces puramente materiales, incluso banales
–pero lo son sólo en apariencia– el deseo de nuestra gente de ser ungidos con
el óleo perfumado, porque sabe que lo tenemos. El que no sale de sí, en vez de
mediador, se va convirtiendo poco a poco en intermediario, en gestor. Todos
conocemos la diferencia: el intermediario y el gestor «ya tienen su paga», y
puesto que no ponen en juego la propia piel ni el corazón, tampoco reciben un
agradecimiento afectuoso que nace del corazón. De aquí proviene precisamente la
insatisfacción de algunos, que terminan tristes, sacerdotes tristes, y convertidos
en una especie de coleccionistas de antigüedades o bien de novedades, en vez de
ser pastores con «olor a oveja» –esto
os pido: sed pastores con «olor a oveja», que eso se note–; en vez de ser
pastores en medio al propio rebaño, y pescadores de hombres.” [1]
Todos como bautizados somos sacerdotes, profetas y reyes. La misión de cada
uno es diferente. El objetivo el mismo: irradiar el amor de Jesús que llegue a
todos, especialmente a los más alejados, pobres y olvidados.
Que María nos conceda un corazón semejante al de su Hijo el Buen Pastor.
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