Algunos hombres buenos.
En memoria de Juan Gerardi
Fernando Bermejo
La noche del domingo 26 de abril de 1998 –se cumplen esta semana 15 años –, el cuerpo de Juan Gerardi Conedera, obispo católico, fue encontrado sin vida en el garaje de la casa parroquial de la iglesia de San Sebastián, situada en el centro histórico de la ciudad de Guatemala. El cráneo y el rostro de Gerardi, de 75 años, habían sido salvajemente destrozados a golpes.
Solo dos días antes, el viernes 24 de abril, Juan Gerardi, en compañía de algunos de sus colaboradores, había presentado el informe cuya introducción él mismo había preparado: Guatemala: Nunca más, un informe de 4 volúmenes y 1400 páginas que contenía los resultados de una investigación sin precedentes de las desapariciones forzadas, las masacres, los asesinatos, las torturas y la violencia sistemática que la población guatemalteca había padecido desde el comienzo de los años 60. Aunque los Acuerdos de Paz habían promovido la creación de una Comisión para el Esclarecimiento Histórico, muchos activistas de Derechos Humanos, entre los cuales se hallaba el obispo Gerardi, dudaban de la imparcialidad y la efectividad de esa comisión (entre otras razones, porque no estaba autorizada a identificar por su nombre a los violadores de derechos humanos ni a responsabilizar a nadie por los crímenes). Por ello, bajo la guía de Gerardi, la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado (más conocida por su acrónimo ODHA) emprendió una investigación, el proyecto para la Recuperación de la Memoria Histórica (REMHI).
En la guerra que las dictaduras militares y gobiernos civiles de derecha bajo dominio militar emprendieron contra grupos guerrilleros de izquierda fueron asesinados o “desaparecidos” unos 200.000 (sí, doscientos mil) civiles. La guerra había concluido formalmente en diciembre de 1996 con la firma de los Acuerdos de Paz supervisados por la ONU, en la que el ejército había diseñado para sí mismo y para las organizaciones guerrilleras una amnistía que suprimía de entrada toda posibilidad de que se entablaran juicios por los crímenes relacionados con la guerra. Mucho más del 90% de tales crímenes fueron cometidos por el ejército guatemalteco y los grupos paramilitares afines.
Gerardi se había significado desde varias décadas antes, hablando claro acerca de los asesinatos cometidos por militares (entre las víctimas hubo también catequistas y sacerdotes), y había sido objeto en varias ocasiones de amenazas de muerte y hasta de algún atentado. Pero aunque años atrás se había visto obligado al exilio, y aunque en las últimas semanas de su vida advirtió a sus colaboradores que tomaran precauciones, parece haber pensado que su estatus como figura pública de la jerarquía eclesiástica en un país de mayoría católica lo protegería. En ello, lamentablemente, se equivocó.
Aunque sobre el asesinato de Gerardi (en realidad una ejecución extrajudicial, un crimen de Estado premeditado) se vertieron desde el principio todo tipo de cortinas de humo y embustes para despistar a los investigadores y aun manchar la memoria del asesinado, y a pesar de innumerables intentos de intimidación de testigos, fiscales e investigadores de la ODHA, en 2001 fueron condenados como autores el coronel retirado Byron Lima Estrada, su hijo el capitán Byron Lima Oliva, y el antiguo especialista del ejército, Obdulio Villanueva. En calidad de cómplice, fue juzgado y condenado el sacerdote Mario Orantes Nájera, que había compartido las tareas parroquiales con Gerardi durante ocho años. Los autores intelectuales de la infamia pertenecían, no obstante, a las más altas esferas, y una de ellas era desde luego el Estado Mayor del ejército de Guatemala.
La historia de la investigación de este crimen en extremo cobarde y vil –una historia difícil, enrevesada, a menudo desesperante y repugnante, pero transida de la valentía, de la decencia y el coraje de quienes expusieron sus vidas para esclarecer los hechos e identificar a los responsables – está contada en un libro del periodista estadounidense (de madre guatemalteca) Francisco Goldman, titulado El arte del asesinato político. ¿Quién mató al obispo?, publicado originalmente en inglés, en Nueva York, en 2007, y cuya traducción española apareció en Anagrama en 2009.
Esta historia es una de tantas que cuando se conoce y se asimila le hace a uno desesperar de la especie humana, tan a menudo instalada en el embuste perpetuo y en la indignidad, y en cuyo seno verdad y justicia solo fugaz y raramente se obtienen. Quizás por los destellos de estas valga la pena vivir y morir. La historia de Juan Gerardi (1922-1998) merece ser recordada, en honor de la decencia que lo caracterizó, de las innumerables víctimas inocentes de Guatemala y de las personas dignas que tomaron partido por ellas, y para vergüenza y oprobio –jamás suficientes– de los verdugos y de sus innumerables cómplices.
Saludos cordiales de Fernando Bermejo
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