jueves, 18 de abril de 2013


Cristo, el primer hombre nuevo

José Manuel Bernal






Es importante que, en estos día de pacua, nos preguntemos qué ha representado la resurrección para Jesús; cómo ha vivido su experiencia pascual. Ante todo, debemos repetir que toda la vida y todas las acciones de Jesús han tenido la resurrección, no la muerte, como meta última. La muerte ha sido el paso para la vida.


La resurrección ha representado para Jesús la transformación total de su existencia. Esto es lo fundamental. Por ello hay que rechazar interpretaciones adulteradas de la misma. La resurrección no ha consistido simplemente en un acontecimiento milagroso utilizado para demostrar la divinidad de Jesús; ni tampoco en una vuelta a la vida de antes, como en el caso de Lázaro. En la resurrección, por el contrario, es donde culmina toda la vida de Jesús, donde ésta se llena de sentido y de plenitud. Quiero decir que la resurrección ha eliminado cualquier posible ambigüedad respecto a su persona o a su mensaje. Por ella, por la resurrección, Jesús se ha constituido en el «hombre en plenitud», en el hombre nuevo y regenerado. Él es la plena revelación de Dios sobre el hombre. 


Pero el Jesús de la resurrección no es un Jesús distinto del de la muerte. El Jesús que ha resucitado no es un Jesús diferente al Jesús de Nazaret, al Jesús que anunciaba el reino acompañado de sus discípulos, al Jesús que denunciaba a los fariseos, al que comía con los pecadores y hablaba con las mujeres. El Jesús de la resurrección es el condenado por los judíos y muerto en la cruz. Es el mismo Jesús, pero transformado, glorificado, recreado en plenitud. No es «otro».


Lo que aquí se atribuye a la resurrección lo decimos igualmente de la ascensión. Ésta no debe ser interpretada como un desplazamiento local. Por el contrario, implica la superación o abandono de una existencia en la esclavitud, en la fragilidad de la carne, en la servidumbre impuesta por el pecado, en la corrupción, en la incoherencia, en la muerte. Para entrar en comunión con el Padre, para compartir su gloria y su cercanía. Así es como Jesús recupera la vida, la vida de Dios, manifestada en la apertura a la fraternidad, en el amor y en la justicia. Así es como Jesús entra para siempre en un nuevo modo de existencia. Para describir ese nuevo modo de existencia en el Nuevo Testamento se utilizan expresiones como éstas: «Entrar en el reino de Dios» (Jn 3, 5; Hch 14, 22), «pasar de la muerte a la vida» (Jn 5, 24), «ser trasladado al reino del Hijo de su amor» (Col 1, 13), «sentarse en los cielos» (Mt 26, 64; Mc 14, 62). Como puede apreciarse, todas ellas son expresiones que pertenecen al lenguaje simbólico y sólo las podemos interpretar si somos capaces de ir más allá de las palabras.


Dando un paso más, nos encontramos con expresiones bíblicas que reflejan una dimensión más profunda y en las que a Cristo se le denomina primicia, primogénito, jefe y fundador. Con ellas se intenta señalar «que Jesús resucitado es el instaurador de la era nueva y última de la historia, a saber, del futuro de la humanidad como futuro de salvación. La resurrección de Cristo garantiza nuestra resurrección futura; es el comienzo del fin, el cumplimiento anticipador de la resurrección de los muertos» (Juan Alfaro). De todas estas expresiones intuyo una resonancia especial en la palabra primicia. La encontramos en Pablo: «Cristo resucitó de entre los muertos como primicia de los que durmieron» (1Cor 15, 20). Por ser primicia, Cristo es reconocido como el primero de una serie, al que seguirán otros muchos. Él es como el primer fruto de la cosecha y en él está ya presente la cosecha entera. Él es el punto de arranque, el fundamento, la raíz. En esta misma línea hay que interpretar la expresión primogénito, porque él es el primero entre muchos hermanos: «Él es también la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia; él es Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud» (Col 1, 18).


Por tanto, la resurrección no es un acontecimiento propio y exclusivo de Jesús. Aquí hemos hablado, ciertamente, de su pascua personal y de lo que ésta representa para él. Pero, como acabo de indicar ahora, la fuerza salvadora de la resurrección no termina en él. Porque, al ser él la primicia y el primogénito, los efectos transformadores y renovadores de la pascua se prolongan y son participados por los que creen en él y le reconocen como Señor. La pascua ha comenzado en Jesús pero no termina en él. En él se ha iniciado un proceso, que se prolonga en la historia, en el que todos nos vemos implicados y comprometidos.

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