miércoles, 24 de abril de 2013


¿Dios a la vista?
José Ignacio González Faus




Con este título acaba de aparecer un laborioso libro editado por Diego Bermejo en el que toman alguna posición sobre el tema de Dios más de 20 autores, creyentes y no creyentes (nombres como J. A. Estrada, Torres Queiruga o Adela Cortina por un lado, y Puente Ojea, Fernando Savater y Javier Muguerza por el otro). Me voy a permitir reproducir aquí el comienzo del capítulo mío para contar después una anécdota digna de ser conservada.

DIÁLOGO PLATÓNICO ENTRE SÓCRATES Y St. HAWKING

Ya cantaban don Hilarión y don Sebastián que las ciencias adelantan que es una barbaridad. Tanto que, con esos conocimientos de la expansión del universo, de la vinculación del tiempo a ese fenómeno, y de las posibilidades de “viajar al pasado” o “recordar el futuro”…, pues llegó un momento en que un grupo de expertos de “Silicon World”, consiguió encapsular una porción del universo que iba ya desapareciendo en su expansión y hacerlo retroceder hasta otra porción de tiempo más reciente. Fue un trabajo enorme, pues hubo que eliminar infinidad de adherencias para que aquellos personajes ya perdidos en la lejanía de los tiempos volvieran a ser los que fueron hace más de veinte siglos. Y quiso la casualidad (o los genios de la física) que esa porción del pasado recuperada estuviera poblada por tres figuras fundamentales de la antigua Grecia: dos filósofos, Sócrates y Protágoras, y un jovenzuelo objeto de muchas admiraciones llamado Alcibíades. Los tres figuran en varios diálogos que recogió el maestro Platón.

Y he aquí, que ese fragmento recuperado del tiempo perdido, se encontró junto a otro fragmento de nuestro espacio-tiempo en el que vivía una de las grandes figuras del campo de la física, autor de una obra muy conocida titulada precisamente Historia del tiempo. Se llamaba Stephen Hawking y acababa de publicar un nuevo libro en el que (al menos según las noticias de prensa) sostenía haber llegado a la conclusión de que la ley de la gravedad puede dar razón de por qué el universo existe y se creó de la nada; con lo que no es necesario apelar a Dios para responder a la pregunta de por qué existimos. De este modo, Hawking daba por contestada, o dejaba sin responder, la pregunta con que concluía su obra anterior: “¿qué es lo que insufla fuego a las ecuaciones y crea un universo que puede ser descrito por ellas?”. Y daba un paso atrás respecto a la insinuación de aquel mismo libro, calificada por él como “principio antrópico débil”: que si un segundo después de la “gran explosión”, la velocidad de expansión hubiese sido sólo una cien-mil-billonésima parte menor, no habrían aparecido los seres humanos que, por primera vez, pueden hacerse cargo de toda la historia del tiempo y del universo. 

Como es lógico, y dada la curiosidad innata de Sócrates, el encuentro se convirtió pronto en un diálogo sobre las tesis de Hawking. Alcibíades, impetuoso y joven, simpatizaba con las ideas del inglés y se sentía mucho más moderno de lo que nunca pensó poder ser. Sócrates y Protágoras preferían no tomar postura de entrada, sino examinar antes el tema con calma…
 ( Siguen cuatro partes: I. Ciencia, II. Filosofía, III. Ética, IV. Mística).

Pero si doy a conocer el libro es, sobre todo, por esta anécdota que me contó el editor. Cuando estaba preparando el volumen llamó a un conocido ateo, antaño perseguidor de creyentes con un fervor casi paulino. No pretendo decir que éste sea ninguno de los firmantes en el libro: no importa esto. Lo que quiero contar es que a este señor (hoy ya muy anciano y que ha sufrido el clásico eclipse de todos los famosos), casi se le saltaron las lágrimas al responder: “ahora que ya nadie se acuerda de mí y todos me tienen olvidado, han tenido que ser unos cristianos quienes se acuerden de mí para pedirme algo”…

No quisiera contar la anécdota para presumir de nada (líbrenos Dios de semejante memez), sino porque expresa a maravilla lo que tendríamos que ser los cristianos (y que la mayoría de las veces no somos): si el creer en el Dios de Jesús no nos sirve para intentar actuar siempre de esa manera, entonces esa fe nos aporta muy poco a nosotros, y creo que le sirve muy poco a Dios, si cabe hablar así.

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