Francisco de Roma
y la ecología de san
Francisco de Asís
Leonardo Boff
Que un Papa lleve el nombre
de Francisco no puede ser en vano. Además de ser una referencia a otro modo de
ser Iglesia, más cercana a la gruta de Belén que a los palacios de Jerusalén,
Francisco de Asís plantea un asunto de extrema urgencia hoy en día: la cuestión
de la protección de la vitalidad del planeta Tierra y la garantía del futuro de
nuestra civilización. Para este propósito la ecología exterior sola es
insuficiente. Tenemos que amalgamarla con la ecología interior. Eso fue lo que
hizo de forma paradigmática san Francisco de Asís.
Ecología
exterior es esa sintonía con los ritmos de la naturaleza y con el proceso
cósmico que se realiza en la dialéctica de orden-desorden-interacción-nuevo
orden. Esta ecología asegura la perpetuidad del proceso evolutivo que incluye
la tierra y la biodiversidad. Pero a nivel humano sólo se produce si hay una
contrapartida de nuestro lado, que se deriva de nuestra ecología interior. Por
ella, el universo y sus seres están dentro de nosotros en forma de símbolos que
hablan de arquetipos que nos guían y de imágenes que habitan nuestra
interioridad: materiales con los que continuamente debemos dialogar e integrar.
Si hay violencia en la ecología exterior es señal de que existe turbulencia en
nuestra ecología interior y viceversa. No sabemos armonizar las ecologías
descritas por F. Guattari y por mí: la ambiental, la social, la mental y la
integral.
En
su Cántico al Hermano Sol san Francisco revela la convivencia de estas dos
ecologías. Su extraordinario logro espiritual fue reconciliar el mundo con
Dios, el cielo con la Tierra y la vida con la muerte. Para entender toda esta
experiencia espiritual es necesario leer el texto más allá de su letra y bajar
al nivel simbólico donde los elementos cantados vienen impregnados de emoción y
de significado. El contexto existencial es significativo: Francisco está muy
enfermo y casi ciego, cuidado por santa Clara en la capilla de San Damián donde
ella vivía con sus hermanas. De repente, en plena noche, tiene una especie de
exaltación del espíritu, como si estuviese ya en el Reino de los cielos.
Radiante de alegría, se levanta, compone un himno a todas las criaturas, y lo
canta con sus cofrades. Celebra los grandes esponsales del "señor hermano
Sol" y la "señora hermana Tierra". De estos esponsales nacen
todos los seres, dispuestos en pares, masculino y femenino, que según C.G. Jung
constituyen el arquetipo más universal de la totalidad psíquica: sol-luna,
viento-agua, fuego-tierra, totalidad alcanzada en su andadura espiritual.
El
himno contiene dos estrofas más, añadidas por el Poverello. En ellas ya no se
canta al cosmos material, sino al cosmos humano que también busca
reconciliación: entre el obispo y el alcalde de Asís. Finalmente se reconcilia
con la hermana muerte, el complejo más difícil de ser integrado por el aparato
psíquico humano. El ser humano se reconcilia con otro ser humano. La vida
abraza a la muerte como hermana, portadora de la eternidad.
La
ecología interior integrada con la ecología exterior alcanza en Francisco un
intérprete privilegiado. Él es como una finísima cuerda del universo en la cual
la más sutil nota musical resuena y se hace oír.
Nuestra
cultura es deudora del padre de san Francisco, Pedro Bernardone, rico
comerciante en telas, en busca de riqueza y esplendor. Confiesa el gran
historiador inglés Arnold Toynbee: «Francisco, el mayor de los hombres de
Occidente, debe ser imitado por todos nosotros, pues su actitud es la única que
puede salvar a la Tierra» (Diario ABC, Madrid, 19/12/1972,10).
¿Cuál
es nuestro desiderátum? Que Francisco de Roma bajo la inspiración de Francisco
de Asís se convierta, por su humildad, pobreza y jovialidad, en un amante de la
Madre Tierra y en un defensor de todo tipo de vida, especialmente de la vida
más amenazada, que es la de los pobres. Y que suscite esa conciencia en la
humanidad. En él están presentes todos los carismas que lo pueden hacer un faro
de referencia ecológica y humanitaria para todo el mundo.
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