domingo, 29 de diciembre de 2013

¿Manipulan la fiesta de la Sagrada Familia?
José Manuel Bernal




El tema de la familia constituye una de las preocupaciones más agudas que hoy atormentan la conciencia pastoral de la Iglesia. Los vertiginosos cambios que el modelo de familia está sufriendo en la sociedad actual están cuestionando de raíz el modelo ofrecido por la Iglesia. Somos conscientes, por supuesto, de la importancia de la familia en la transmisión y educación en la fe, en el impulso de los valores cristianos, en el cultivo de experiencias tan ricas como el amor, la solidaridad y el calor entrañable surgido entre padres e hijos. Yo soy plenamente consciente de todo ello.

Por lo demás, tengo la persuasión de que la atención pastoral referida a la familia requiere unos espacios propios, especiales. No podemos servirnos de cualquier oportunidad para adoctrinar sobre el tema de la familia o para promocionar los valores cristianos. Es, a mi juicio, lo que está pasando, lamentablemente, con la festividad natalicia de la Sagrada Familia.

 Esta fiesta fue instituida por el papa León XIII el año 1893. Frente a los movimientos secularizadores de la época el papa instituye esta fiesta a fin de dar a conocer y promover el modelo cristiano de la familia, fuertemente cuestionado y amenazado por las nuevas corrientes modernistas. Ya en sus orígenes se percibe la intencionalidad adoctrinadora de la fiesta y su clara intención de llevar a cabo una promoción de los valores ejemplares que encarna la familia de Nazaret. Ahí radica precisamente el problema que yo intento señalar en estas líneas.

Ocurre lo de siempre. Pensamos que la celebración eucarística es una plataforma de la que nos servimos para poner en marcha, promocionar o solemnizar cualquier iniciativa: jornadas especiales, proyectos y actividades de cualquier tipo. En este caso, ahora, está ocurriendo eso precisamente. Una fiesta o una referencia a la familia de Nazaret habría que entenderla en el marco de las fiestas natalicias; es un aspecto importante del misterio de la manifestación del Señor, que se nos ha hecho cercano, que ha irrumpido en nuestra historia, encarnándose en un pueblo concreto, en una cultura concreta, en una familia. No celebramos, sin más, a la sagrada familia; celebramos al Señor hecho uno de nosotros y como nosotros.

Ahora quiero denunciar el hecho. Es harto conocido. Se trasluce sin recato en las hojas semanales ofrecidas a los pastores para preparar las celebraciones. En todas ellas el acento se carga en la necesidad de condenar los desmanes que la sociedad actual está cometiendo contra la familia; al mismo tiempo, se destacan las virtudes de la familia de Nazaret. En la práctica pastoral de las celebraciones ocurre otro tanto; buena parte de los responsables tienen la convicción de que ésta es la fiesta de la sagrada familia. 

Quiero terminar subrayando algo que he venido diciendo repetidas veces en estos breves escritos del blog. La Iglesia, en su liturgia, no celebra ideas, ni proyectos, ni consignas. La Iglesia celebra hechos, acontecimientos. Celebra, por encima de todo, el gran acontecimiento pascual del Señor, muerto y resucitado; y, también, encarnado en el seno de María, nacido en Belén, educado en el seno de la familia de Nazaret, donde vivió hasta el comienzo de su ministerio público. Eso es lo que celebramos, lo que proclamamos y creemos. Pero convertir la fiesta de la Sagrada Familia en una oportunidad para ofrecer a los fieles una catequesis sobre las características y exigencias de la familia cristiana, o para denunciar los desmanes que, en la sociedad moderna, se cometen contra la institución familiar, no deja de ser una manipulación de la fiesta. Hay que educar a los fieles, cierto; pero debemos buscar otros espacios apropiados para hacerlo; no convertir la eucaristía en algo que no es, en un gran discurso de adoctrinamiento.

sábado, 28 de diciembre de 2013

Abiertas al proyecto de Dios
José Antonio Pagola




 Los relatos evangélicos no ofrecen duda alguna. Según Jesús, Dios tiene un gran proyecto: construir en el mundo una gran familia humana. Atraído por este proyecto, Jesús se dedica enteramente a que todos sientan a Dios como Padre y todos aprendan a vivir como hermanos. Este es el camino que conduce a la salvación del género humano.

 Para algunos, la familia actual se está arruinando porque se ha perdido el ideal tradicional de “familia cristiana”. Para otros, cualquier novedad es un progreso hacia una sociedad nueva. Pero, ¿cómo es una familia abierta al proyecto humanizador de Dios? ¿Qué rasgos podríamos destacar?

 Amor entre los esposos. Es lo primero. El hogar está vivo cuando los padres saben quererse, apoyarse mutuamente, compartir penas y alegrías, perdonarse, dialogar y confiar el uno en el otro. La familia se empieza a deshumanizar cuando crece el egoísmo, las discusiones y malentendidos.

 Relación entre padres e hijos. No basta el amor entre los esposos. Cuando padres e hijos viven enfrentados y sin apenas comunicación alguna, la vida familiar se hace imposible, la alegría desaparece, todos sufren. La familia necesita un clima de confianza mutua para pensar en el bien de todos.

Atención a los más frágiles. Todos han de encontrar en su hogar acogida, apoyo y comprensión. Pero la familia se hace más humana sobre todo, cuando en ella se cuida con amor y cariño a los más pequeños, cuando se quiere con respeto y paciencia a los mayores, cuando se atiende con solicitud a los enfermos o discapacitados, cuando no se abandona a quien lo está pasando mal.

Apertura a los necesitados. Una familia trabaja por un mundo más humano, cuando no se encierra en sus problemas e intereses, sino que vive abierta a las necesidades de otras familias: hogares rotos que viven situaciones conflictivas y dolorosas, y necesitan apoyo y comprensión; familias sin trabajo ni ingreso alguno, que necesitan ayuda material; familias de inmigrantes que piden acogida y amistad.

 Crecimiento de la fe. En la familia se aprende a vivir las cosas más importantes. Por eso, es el mejor lugar para aprender a creer en ese Dios bueno, Padre de todos; para conocer el estilo de vida de Jesús; para descubrir su Buena Noticia; para rezar juntos en torno a la mesa; para tomar parte en la vida de la comunidad de seguidores de Jesús. Estas familias cristianas contribuyen a construir ese mundo más justo, digno y dichoso querido por Dios. Son una bendición para la sociedad.

José Antonio Pagola

29 de diciembre de 2013
 La sagrada familia (A)
 Mateo 2,13-15. 19-23
Martín Gelabert Ballester, OP 
Familia cristiana 


La expresión “familia cristiana” sugiere prácticamente a todos los que la oyen un tipo de familia muy definido y muy característico: se trata de la unión sacramental de un varón y una mujer, que bautizan a sus hijos y los educan cristianamente. Esto es, dicho de forma muy resumida, lo que evocan las palabras “familia cristiana”. Y, sin embargo, sin negar lo precedente, los evangelios nos invitan a ampliar el concepto de familia cristiana y a situar la idea corriente de familia cristiana en este contexto más amplio.



Jesús no puso en entredicho la estructura familiar, pero sí la relativizo en función del reino de Dios. Mi madre y mis hermanos no son los de la carne, vino a decir en un momento dado, sino los que escuchan, acogen y ponen en práctica la Palabra de Dios. Jesús mismo vivió fuera de las estructuras familiares de su época y en contraste con ellas. El era célibe. Formar parte de la familia de Dios no requiere, por tanto, el establecimiento de familias biológicas. Por eso, las familias biológicas cristianas deben vivir orientadas e integradas en la familia más amplia de Dios. En una familia cristiana importa la fidelidad, la compasión y el perdón entre sus miembros, pero estas actitudes deben ampliarse hacia todos los seres humanos. La familia cristiana es una escuela de amor universal.



La familia cristiana está además relacionada con la comunidad cristiana local, con la parroquia. Una no puede prosperar sin la otra. Una pareja cristiana se casa en el seno de una comunidad para formar parte así del cuerpo de Cristo. Por eso el fracaso de un matrimonio no es solo un fracaso de la pareja, sino de la Iglesia entera. Esta Iglesia que debería estar presta para acoger y comprender a aquellas personas que, tras una ruptura, han encontrado nuevos caminos y han logrado rehacer su vida.



Una cosa más a propósito de la familia y, en concreto, del matrimonio entre dos cristianos. En esta unión no se trata de un amor distinto al que puede darse en otras parejas que se quieren. Se trata de una distinta orientación del amor. Una pareja cristiana celebra su amor como un don transformador de Dios. En esta pareja hay “un tercero”, siempre atento y siempre dispuesto a conducirlos hacia Dios. La comprensión sacramental del matrimonio subraya la conciencia de la presencia de Dios y la perspectiva de eternidad del amor humano.

lunes, 23 de diciembre de 2013

Pedro Casaldáliga


Todavía "no hay lugar para ellos",

ni en Belén ni en Lampedusa.



¿Navidad es un sarcasmo?

"Si tu Reino no es de este mundo",

¿qué vienes a hacer aquí,

subversivo, aguafiestas?



Para ser el Dios-con-nosotros

has de serlo en la impotencia,

con los pobres de la Tierra,

así, pequeño, sí,

desnudo de toda gloria,

sin más poder que el fracaso,

sin más lugar que la muerte,

pero sabiendo que el Reino

es el sueño de tu Padre,

y también es nuestro sueño.



Todavía hay Navidad,

en la Paz de la Esperanza,

en la vida compartida,

en la lucha solidaria,

¡Reino adentro, Reino adentro!



(Pedro Casaldáliga)
PREGÓN DE NAVIDAD 

(proviene de España)


Hermanos y hermanas:
esta Noche es Nochebuena
y mañana, Navidad.
Es noche de Dios y noche de paz.
En el portal de Belén
hay Sol, luna y estrellas.
Los corazones dispuestos se alegran
y transmiten la Buena Noticia:
¡Alegrémonos, nos nació un Salvador!

La cosa empieza en Belén,
en una noche muy fría.
Los pastores están a la intemperie,
la gloria de Dios los envuelve con su luz,
un grupo de ángeles rompe el silencio:
“Gloria a Dios en el cielo
y en la tierra paz a toda persona
de buena voluntad”.
Los pastores no dudan
y se dicen “vamos a Belén”.

¡El profeta Isaías, describe el momento
en tonos de armonía desbordantes!
“El lobo habitará con el cordero
y el leopardo se recostará junto al cabrito;
el ternero y el cachorro
de león pacerán juntos,
y un niño pequeño los conducirá,
la vaca y la osa vivirán en compañía,
sus crías se recostarán juntas,
el león comerá paja lo mismo que el buey.
El niño de pecho jugará
sobre el agujero de la cobra,
y el niño apenas destetado meterá la mano
en la cueva de la víbora”.

Hoy  podemos traducir así:
toda persona creyente
rezará a un mismo Dios.
Todas las agrupaciones políticas
se sentarán en la misma mesa de paz,
renunciarán a sus intereses egoístas
para desear, buscar y cuidar
el bien de los demás.
Cada habitante de la tierra
respetará la ‘casa universal’,
cuidará toda vida, especialmente
la más frágil e indefensa. 
Las armas de guerra callarán
y brotará una paz duradera.

Desde aquella noche santa,
el Amor se hizo carne y hueso
y habita entre nosotros,
Dios se humaniza
para humanizarnos.
Es el Emmanuel,



el Dios-con-nosotros
en la impotencia, la pequeñez,

la pobreza, el silencio,
el despojo, la marginalidad.
Es Navidad,
en la Paz de la Esperanza,
en la vida compartida,
en la lucha solidaria,
¡es el Reino del Amor!


Navidad 2013
¡haya paz en nuestra patria!
La paz que es
comprensión mutua en las familias,
la paz que es vida digna para todos,
la paz que se apellida justicia,
la paz que se acuerda del más débil,
la paz que se duele de los saqueos,
la paz que lucha contra las adicciones,
la paz que se estremece ante
tanta violencia entre nosotros.

Navidad muchas veces es un retorno
a tantos sentimientos y recuerdos,
vuelta al hogar, a la familia,
nostalgia de los seres queridos…

El Señor de la Historia
pone su tienda entre nosotros
¡es el Emmanuel, Dios-con-nosotros!
Es la alegre Noticia
que llega a los corazones
de los mayores y los jóvenes,
de los tristes y los esperanzados,
de los ricos y los pobres.

Al salir de esta celebración,
el misterio que contemplamos
reavive nuestro ardor misionero
para comunicar el mensaje
de Vida de Belén,
que la alegría del Evangelio
llegue hasta los confines de la tierra
y ninguna periferia quede privada de su luz.

Hermanos y hermanas,
Alegrémonos ¡es Navidad!



RECUPERAR LA NAVIDAD
JOSEP CORNELLÀ, 
GIRONA.

Dicen que, hace muchos años, los hombres se asustaron cuando tomaron conciencia de que los días se acortaban y el sol duraba menos horas en el cielo. Dicen que los hombres creyeron que era un presagio de que el mundo acabaría. Y tenían miedo. Y entonces intentaron modificar sus vidas. Compraban mucho, comían mucho, e iluminaban las calles. Ya que los árboles perdían la hoja, ponían guirnaldas de pino y de abeto para dar la impresión de que la vida seguía a pesar del crudo invierno. Y con estos engaños pretendían detener el tiempo. Pero el tiempo no se detenía. Y, de repente, el sol volvía a alzarse sobre el horizonte. Y hacían una fiesta. Pero al cabo del año, se repetía el mismo ciclo. Y la luminosidad del sol que renacía no era capaz de desvanecer aquellos sentimientos de miedo.

Hace poco más de dos mil años, dicen, sucedió un hecho excepcional en la actual Palestina. Con un niño, dicen, había nacido una esperanza. Y dicen que, por unas horas, en aquel lugar, los hombres proclamaban la Paz y hacían propósitos de vivir con sencillez. Pero duró poco. Los cánticos de alegría de esa noche se desvanecieron. Aquel niño creció y, dicen, sus palabras no fueron del agrado de los que tenían la sartén por el mango. Y acabó mal. Y, a pesar del esfuerzo y la perseverancia de algunos de sus seguidores, su memoria quedó encorsetada en unos ritos y en unas costumbres que no evolucionaban con el paso de los años.

Y, a pesar de afirmar que aquel nacimiento había cambiado sus vidas, los hombres volvieron a preocuparse ante el paso del tiempo. Y volvió el miedo a la muerte. Y ante los días que se acortaban, encendían luces en la calle, se compraban más y más tonterías en un esfuerzo por acaparar lo que prometía una vida perdurable, y se lanzaban a comer y beber. Era como una lucha por la subsistencia, una lucha para no desaparecer con el último rayo de sol de cada tarde.


Pero, dicen que, poco a poco, después de una grave crisis, los hombres volvieron a mirar hacia su interior. Y vieron como la racionalidad excesiva y el consumismo exacerbado generaba una saturación existencial y un sentimiento de profunda decepción. Descubrieron que la felicidad no estaba en la materialidad de las cosas, sino en las dimensiones relacionadas con el corazón, con los afectos, y con las relaciones de amor, de solidaridad y de compasión. Y, dicen que, poco a poco, los hombres descubrieron, en su profundo interior, una dimensión espiritual que no habían osado desarrollar. Y, con la dimensión espiritual, fueron capaces de celebrar la Navidad. Y recuperaron de nuevo el mensaje de aquella noche en que, hacía dos mil años, había nacido el niño. Aquel mensaje que decía "No temáis, os anuncio una gran alegría, os ha nacido un Salvador, que veréis en un pobre pesebre, y envuelto en pañales”. 
POR QUÉ TE HICISTE HUMANIDAD?
Carta de preguntas al Niño Dios
THELMA MARTÍNEZ, STJ, 
NICARAGUA.

Querido Niño Dios: Cuando era niña, me enseñaron que podía escribirte una carta para pedirte mis regalos de Navidad. Yo fui parte de ese resto de humanidad que aún podía acceder a pedir regalos de Navidad para que me los colocaran en el árbol y el Nacimiento de la sala de mi casa y me despertaran a las 12 en punto de la madrugada del 25 de Diciembre y encontrarme con “tus” regalos. Sólo que no me explicaron por qué a otros niños no les llevabas nada…
Hoy las cosas son un poco diferentes. Crecí, y la niña que escribía cartas para pedir juguetes se convirtió en una mujer que contempla la vida y se pregunta cosas difíciles, sin respuestas… Pero como estamos en época de Navidad, decidí escribirte esta carta, como cuando era niña, sólo que ahora soy una mujer…
Y sólo se me viene esta pregunta, tonta, pero es MI pregunta a vos en esta Navidad… ¿Por qué te hiciste HUMANIDAD?...
¿Por qué un niño pequeño, pobre, marginado, frágil, dependiente, en un establo y no en una casa normal? ¿Por qué los extremos y no los puntos medios donde otros humanos nos podamos “medir” un poco más equitativamente a tu altura? ¿Por qué lo pequeño, lo sencillo, lo humilde? ¿No ves que de todos modos andamos buscando por todos lados la grandeza, lo deslumbrante, lo que “vale” y lo que sirve? Y si elegiste nacer así de pobre, así de simple, así de sencillo… ¿es que esperabas que aprendiéramos alguna lección? Y si es así… ¿por qué ha sido tan difícil aprenderla después de más de veinte siglos?...
Te explico…
Son las vísperas de la Navidad y la gente anda como loca en las calles comprando regalos de navidad. Yo misma estoy preocupada porque no tengo mucho presupuesto para eso y no sé qué darle a los míos… Ya sean ricos o pobres, todos andan con la misma preocupación. Los regalos. La cena… es que la Navidad se ha convertido en un comercio desde hace mucho tiempo. Para los ricos o clase media, es un estrés… para los pobres, sigue siendo un tiempo de dolor y nostalgia, un tiempo donde tocan su pobreza con las manos llenas de callos y los ojos nublados por los escaparates deslumbrantes de las tiendas, donde se quedan prendidos sus deseos de llevar cosas a los suyos. Y yo me pregunto si esto es lo que realmente recuerda el misterio de tu Nacimiento tan pobre y sencillo, tan simple…
Mientras yo comeré una cena buena, moderada a mis posibilidades, sé que miles de seres humanos no tendrán nada en la mesa, y sé que la gente pobre de mi pueblo esperará los juegos artificiales de las 12 de la noche para irse a sus camas sintiendo otra Navidad más que se va y les deja vacíos, más pobres tal vez. Y no puedo con ello… No lo comprendo. Si la Navidad se trata de recordarte, de celebrar que te hiciste humanidad, ¿no debería de ser el tiempo de mayor solidaridad humana en este mundo? Y en vez de sentir excitación por los “regalos” de Navidad, siento un dolor hondo en la consciencia, y esta impotencia…
La otra pregunta (que es la misma), me preocupa siempre, fuera de la época de Navidad.
La HUMANIDAD… ¿qué es?
Porque en estos siglos la hemos entendido un poco diferente que vos…
Es extraño tu Evangelio… nacer en un pesebre… ¿a quién se le ocurre? Revelarse a unos pastores y no a unos poderosos… Los sencillos y humildes de corazón… En realidad aún es extraño este Evangelio, pues en el fondo lo que nos importa es aparecer bien frente a los demás. No sólo en lo superficial (vestidos, cosas, bienestar, prestigio, fama, dinero…), sino en lo cotidiano. Es difícil mostrar la fragilidad humana que llevamos dentro. Todos, ricos y pobres, buscamos cómo esconder nuestro dolor, desconcierto, miedos, limitaciones… y competimos de forma descomunal unos y otros, hasta por los lugares en el bus o en el tráfico atascado (si tenemos carro)… Y cuando tocamos el barro que somos por dentro, cuando “metemos la pata” y nuestra imagen queda desacreditada ante otros, es como si lo perdiéramos todo. Y cuando vemos esa fragilidad en otros, les criticamos y hacemos picadillo, como si nosotros estuviéramos exentos de error… ¡Y vos naciendo en un pesebre! No lo entiendo… aún no te hemos comprendido mi querido Niño Dios… tu mensaje de Navidad se nos hace inteligible a causa de tanta información que nos han dado de lo que tiene que ser el ser humano “perfecto” y “feliz”… Un ser que todo lo puede, que todo lo tiene, que es bonito, limpio, vive bien, es inteligente, competente, productivo, eficaz, bueno, educado, útil a la sociedad. Todo lo demás queda fuera…
Pero vos nacés fuera de los márgenes de la cuidad… como un acto de protesta contra un sistema que ha prevalecido por siglos…
¿Será que un día comprendamos el Misterio de tu nacimiento humilde? ¿Será que un día comprendamos el Misterio magnífico de la HUMANIDAD? ¿Será que un día nos sentaremos en una misma mesa de iguales, ricos, pobres, inteligentes, sabios, tontos, enfermos mentales, drogadictos, catedráticos, prostitutas, homosexuales, sacerdotes, religiosas, mendigos, doctores, presidentes, barrenderos, empresarios, vendedores ambulantes y celebraremos la cena de Navidad recordando que Dios, DIOS, quiso nacer como el más pequeño de los seres humanos de la tierra?
Si esto fuera posible… quizás ese sea hoy el regalo de Navidad que te pido en esta carta… Ya pasó el tiempo de los juguetes… hoy es tiempo de invocar tu HUMANIDAD y desearla para toda la tierra… para mi pueblo… para mi gente… y para mí, que soy un ser humano roto y en proceso de restauración, parte de este mundo roto que sólo necesita de tu presencia para ser sanado.
Si pudieras pasarte por aquí un rato en esta Navidad, y contagiarnos un poquito de esa humanidad tuya tan humana… sería nuestro mejor regalo de Navidad… pondremos un plato más en nuestra mesa, por si querés pasar…
  Martín Gelabert Ballester, OP 
Noche de Dios 


La noche de Navidad simboliza todo lo hermoso y deseable que hay en el corazón humano: inocencia, cariño, bondad, amabilidad, ternura, sonrisas, alegría, vida y el futuro por delante. Todo está simbolizado en la inocencia de un niño que nace. Con la ventaja, en nuestro caso, de que este niño tiene a Dios en lo más profundo de su ser. Su ser es ser de Dios. Desde entonces la bondad, amabilidad, alegría y vida de lo humano están impregnadas de eternidad. El pasado, el presente y el futuro de este niño es el pasado de todos los humanos (venimos de Dios), el presente de todos ellos (estamos en Dios) y su futuro (estamos hechos para Dios y Dios es la meta y el sentido de nuestra vida).



La noche de Navidad recapitula los deseos de paz y entendimiento que anidan en todo ser humano, estos deseos que los avatares de la vida corrompen con demasiada frecuencia. La paz fundamentada en la inocencia, en el mirar al otro sin resquemores, con una espontánea confianza. La paz que es fruto del amor. Y el entendimiento que se basa en la necesidad que todos tenemos del otro, como el niño que necesita de los demás para nacer, sostenerse en el ser y crecer. Porque los necesita los acoge con naturalidad, y extiende los brazos para acoger y ser acogido.



La noche de Navidad une lo humano con lo divino, reconcilia lo distante, une lo alejado. Dios y el hombre en una sola persona. Y al unir a Dios con el hombre, une a los seres humanos entre sí. Porque si Dios se hace hombre, ser hombre es lo más maravilloso que se puede ser. Si Dios se hace hombre no es solo porque el hombre tiene capacidad de Dios, sino sobre todo porque los seres humanos tienen capacidad de amor, están hechos para el amor. Lo humano no es el odio o el rechazo, sino la acogida y el encuentro.



En la noche de Navidad todo es amanecer, todo apunta hacia este sol que nace de lo alto para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz. En esta noche, Dios desvela el rostro oculto de su ser: gracia, amor, misericordia. Por eso, en esta noche importa proclamar que no hay nada más urgente, nada más necesario que conocer y dar a conocer al verdadero Dios, aquel cuya última palabra se pronuncia: Jesucristo. Este es el único nombre que puede salvar; el nombre que, aún sin saberlo, todos buscamos
Navidad, ¿aniversario o misterio?
José Manuel Bernal




En realidad, lo que intento aclarar aquí es la propia identidad de la navidad. Lo hago porque, con el correr del tiempo, esta fiesta, entrañable y de gran colorido popular, ha ido perdiendo su hondura religiosa y, sobre todo, su identidad cristiana. Tanto la gente como incluso los pastores de las iglesias tienen la idea de que navidad es una especie de gran aniversario del nacimiento de Jesús en Belén. En el mejor de los casos, para las personas piadosas, navidad es un recuerdo enternecido de los acontecimientos que rodearon el nacimiento de Jesús, de los contratiempos que sufrieron en Belén, de la aventura de un parto inminente, de la entrañable presencia de los pastores y, sobre todo, de la maravillosa aparición de los ángeles en el cielo iluminando la oscuridad de la noche. Este sería el contenido de la celebración. Así como celebramos, a lo largo del año, las fiestas de los santos y conmemoramos su nacimiento o su tránsito, su natale, así también, en navidad, celebraríamos el natale, el nacimiento, del santo de los santos.

Algo así se pensó en la antigüedad al colocar la fiesta del nacimiento de Cristo al principio del santoral. Los expertos deducen esta conjetura del testimonio de la llamada Depositio martyrum, conservada en una especie de antiguo calendario llamado "Cronografo del 354". Se trata de una lista en la que se consignan los nombres de los mártires. La primera referencia de la lista señala la fiesta del nacimiento de Cristo el 25 de diciembre. Él va el primero, el santo de los santos, el mártir por antonomasia. Lo mismo ocurre en el viejo sacramentario Veronense; también aquí la fiesta de navidad aparece integrada en el santoral.

Pero navidad no es una fiesta de aniversario. Nadie, serenamente informado, reconoce que el 25 de diciembre corresponda a la fecha exacta del nacimiento de Jesús en Belén. Ese es un asunto que escapa del todo a los cálculos y a las hipótesis que han podido aventurarse desde opciones religiosas diversas. Por eso no es posible celebrar el natale de Jesús lo mismo que celebramos, año tras año, el aniversario de un mártir o de un santo haciéndolo coincidir con la fecha del martirio o de su nacimiento. Navidad no es una fiesta de aniversario.

Habrá que esperar a san León Magno. Él es quien, distanciándose en esto de los planteamientos de san Agustín, profundizará sobre este tema y nos descubrirá el sentido profundo de las fiestas de navidad. Una larga serie de sermones, pronunciados por él a lo largo de su pontificado romano, son la fuente doctrinal en la que se han inspirado los teólogos. Los mismos textos de oración, los más venerables, contenidos en los viejos sacramentarios, reflejan claramente el pensamiento del papa León Magno. 

Para el gran papa romano, el acontecimiento del Dios hecho hombre es celebrado no como un puro evento pasado y lejano, sino como realidad sacramental, perennemente presente y actuante. Porque en los gestos y palabras de Jesús hay algo más que el puro hecho histórico. Hay la fuerza viva, regeneradora y salvadora de Dios. Las acciones temporales pasan, pero la virtus salvadora del misterio permanece. Al celebrar el misterio, la acción liberadora de Dios se actualiza y se hace presente. Para san León, en efecto, navidad, lo mismo que pascua, renueva y actualiza el misterio salvador del Dios hecho hombre, haciéndolo presente. Por eso. Navidad también es un misterio, un sacramentum. El habla expresamente del sacramentum Natalis Christi [sacramento del nacimiento de Cristo] y del Nativitatis Domini sacramentum  [sacramento de la natividad del Señor]

http://bernalllorente.files.wordpress.com/2013/12/theotocos.jpgEste es el filón de pensamiento, enraizado fuertemente en la tradición patrística y de manera especial en León Magno, que ha inspirado una buena parte de los textos litúrgicos de mayor solera, conservados todavía en la liturgia romana. Aquí bebió Odo Casel y de aquí surgió su convicción más profunda respecto a la presencia viva y actuante del Señor en los misterios del culto. En un escrito póstumo, publicado por la revista francesa «La Maison-Dieu» en 1961 (n. 65), el célebre liturgista alemán interpreta la significación del Hodie, tantas veces repetido en los textos litúrgicos de la solemnidad romana de navidad. Para Dios, que es presencia perenne e incesante, no hay ni pasado ni futuro. Todo se resuelve en un «hoy» divino e inmutable. Para nosotros, que vivimos inmersos en la provisionalidad del tiempo, el instante presente —nuestro «hoy»— es pasajero, fugitivo, inconsistente. El «hoy» de Dios no pasa jamás. Significa una presencia inmutable, para siempre, que no se marchita jamás. Pero Dios, a través de las celebraciones del culto, nos brinda a las comunidades cristianas, cada uno de nosotros, la posibilidad de entrar, desde ahora, en su presente inmutable, en el «hoy» eterno de la divinidad. En el ahora, en el «hoy» de la celebración cultual, convergen misteriosamente el pasado y el futuro. Todo se hace presente y actual. De ahí la riqueza inextinguible y la fuerza salvadora de los misterios del culto. De ahí también la consideración del culto como memoria [anamnesis] del pasado y anticipación escatológica del futuro.´

A través, pues, de la celebración litúrgica la comunidad cristiana se libera de los estrechos límites de lo temporal y se ve transportada a la órbita de lo divino, inmersa en el eterno presente de Dios, en un «hoy» inmutable y siempre nuevo. Por ahí debiéramos adentrarnos en la comprensión profunda y en la vivencia del misterio del Dios hecho hombre; el misterio de su aparición entre nosotros; de su manifestación, de su epifanía, como como Señor de la historia, como salvador y regenerador de nuestra condición humana. Esa es la gran realidad que celebramos. Por encima de la escenografía y más allá de los pormenores del acontecimiento histórico, la comunidad cristiana se reúne para celebrar la fuerza de la acción de Dios y abrirnos de par en par al impulso renovador del misterio que celebramos.

sábado, 21 de diciembre de 2013

Resistid, cantad, recordad
José Ignacio González Faus




Debió ser la fiebre porque pasé unos días malos: pero así lo soñé y así lo cuento. Segundo día de la huelga de basuras de Madrid. Por sus calles iban apareciendo multitudes que confluían hacia Atocha entonando aquel entrañable “we shall overcome” de antaño, guiadas por la voz acariciadora y penetrante de Joan Baez. Cuando Madrid estaba menos transitable, comenzaron a surgir en otras ciudades de España marchas en dirección Madrid, desde Ciudad real, Coruña, Barcelona, Alicante… 

Con solemnidad litúrgica como los peregrinos del Tannhäusser, sin otras armas que los mismos cantos y la misma profunda convicción serena, en multitudes pacíficas donde nadie era nadie, pero cada uno era todos. Y esa identidad fraterna daba una fuerza irresistible a la marcha.

En pocos días las marchas se habían globalizado desde Filipinas a Estados Unidos, mientras se sumaban al frente viejos testigos de la resistencia humana. Por allí andaba Labordeta recordando que hemos “perdido canciones y caminos en duro batallar”, pero decidido a ir “poniendo en las palabras la fuerza de los labios para poder besar tiempos perdidos y anhelados de manos contra manos izando la igualdad”. Allí apareció Bob Dylan preguntando cuántas veces hemos de mirar a otra parte para luego pretender que no nos habíamos dado cuenta. Hasta Paco Ibáñez recordando lo que le decía su papá: no pienses que sin dinero vivirás: el mundo es de los que han sabido alzarse sobre los demás”. Y Cecilia, inocente, cantando a cospedales de baja ética y altos caudales... Tras ellos nosotros, todos “al vent” del Raimon, ”como hilillos insignificantes de plastilina” que acababan provocando un chapapote político. Todos en la más religiosa y más divinamente transparente de las procesiones. Poniendo en acción la frase bíblica: “el Espíritu de Dios llena toda la tierra”. 

El texto de todas las pancartas era el mismo: “Resistid”: vomitad el consumo, vaciad los estadios, apagad los televisores, conducid utilitarios, limitad el uso de los móviles a lo indispensable; vestid con limpia sencillez, fundid esas joyas que afean vuestra humanidad. Que no os domestiquen con sus regalos envenenados ni os adormezcan con los nuevos opios del pueblo. Ese progreso no hace al hombre. Resistid impertérritos, abrazados, cantando sonrientes, soportando. Que eso sí que humaniza.

Resistid y cantad. Recordad a Mª Dolores Pradera con la letra hoy olvidada de H. Guaraní: “si se calla el cantor muere la vida, porque la vida misma es todo un canto”, y hoy la hemos convertido en inacabable llanto. “Si se calla el cantor, los obreros del puerto se preguntan quién habrá de luchar por sus salarios; que no calle el cantor porque el silencio cobarde apaña la maldad que oprime”.

Cantad, porque el canto da fuerzas para resistir. No bastará sólo con cantar, pero no podemos prescindir del canto: habrá que trabajar mucho, fuerte y con talento para recuperar tantos derechos perdidos, o sustituidos por otros deformados. Pero la canción sostiene el cuerpo e ilumina la mente. ¿Cómo íbamos a olvidar el viejo fandango: “la hierba de los caminos la pisan los caminantes; la dignidad del obrero la pisan cuatro tunantes de esos que tienen dinero”?.

Resistid y cantad: que vuestra resistencia impida el negocio de los listillos que tienen bolsillo en vez de alma; que vuestro canto atruene los oídos de quienes necesitan silencio para calcular nuevos negocios.

Resistid y caminad manifestándoos. Delante de vosotros y de vuestros cantores abre la marcha el coro de los profetas de Israel, con Jesús de Nazaret a la cabeza: Isaías, Amós, Oseas… cuyas voces retumban como bombas no violentas: “¡Ay de los que convierten la justicia en amargura!”. “Devastáis las haciendas, tenéis en casa lo robado al pobre, trituráis a mi pueblo y moléis el rostro de los desvalidos”. “¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal”, y llaman reformas a los robos! “¡Ay de los que acumulan mansiones hasta no dejar sitio!” (en Madrid, París, New York, Indonesia…) como si quisieran vivir ellos solos en medio del planeta. 

Ay de los que tienen helicóptero personal transoceánico. Ya cantó Isaías que “los ricos son como estopa y sus obras como chispa: arderán los dos juntos y no habrá quien los apague”. Y Amós le hacía la segunda voz: “venden al justo por dinero y al pobre por un par de hipotecas; oprimen contra el polvo la cabeza de los míseros”… Razón tenía Jesús: “es más difícil que se salve un millonario que enhebrar una aguja con una soga de barca; es un milagro que sólo puede hacer Dios”. Porque sólo Dios puede hacer que el millonario a ser más rico y a acumular, contentándose con todo y sólo lo que realmente necesita.

Resistid. Y el ángel del Señor volverá a cantar: “se derrumbará la (¿o el?) gran Capital, ya no sonarán allí músicas ni cítaras, ni luces de lámparas ni arrullos de novios… porque en ella se encontró la sangre de los profetas y de todos los asesinados en la tierra” (Apoc 18, 21 ss).
  Martín Gelabert Ballester, OP 
Dios del mundo, mundo de Dios 



Siempre me ha llamado la atención eso que dice el capítulo primero del cuarto evangelio a propósito de la Palabra de Dios y, en definitiva, de Dios mismo: “vino a los suyos” (in propia venit). Los suyos somos nosotros. Eso significa que sin nosotros Dios no está completo, le falta algo que es propiamente suyo. En Jesucristo queda claro, de una vez siempre, que Dios es del mundo y el mundo es de Dios. Ahí me parece que tenemos una de las diferencias entre el primer testamento y el nuevo. En la Escritura cristiana queda más claro que en la de Israel la universalidad del amor salvífico de Dios. Para el Nuevo Testamento, el Dios de Israel abre fronteras para convertirse en Dios de todos los seres humanos.



Uno de los mejores teólogos del siglo XX, Karl Barht, ofrece la siguiente reflexión: “A través de Jesucristo, Dios ha demostrado, haciéndolo visible, audible y perceptible, que Él amaba al mundo, que Él no quiso ser Dios sin tal mundo, sin los hombres, sin ningún individuo en particular. Y en el mismo Jesucristo, Él ha demostrado, haciéndolo visible, audible y perceptible, que el mundo, al igual que todos los hombres y que cada individuo en particular, no pueden existir sin Él. La demostración de que Él pertenece al mundo, y este mundo le pertenece a Él, es la opción y la obra de Su amor en Jesucristo, el reino del hijo de Su amor”.



Es fuerte eso que dice Barht: Dios no quiso ser Dios sin los hombres. Pero eso es lo propio del amor: no querer ser sin el otro, no querer teniéndose a sí mismo sin el tú amado. Por otra parte, si aceptamos de verdad que Dios no quiso ser Dios “sin ningún individuo en particular”, o sea, con todos y cada uno de los seres humanos a los que conoce personalmente por su nombre, eso significa que cuando rechazamos a un ser humano estamos rechazando una “parte”, algo propio de Dios.



Por lo demás, decir que ningún “individuo en particular” puede existir sin Él, no es una afirmación imperialista. Es una convicción cristiana que debemos expresar con respeto hacia los que no la aceptan. La Iglesia es la que conoce esta gran verdad. Y en esto se distingue del resto de los seres humanos. Por su conocimiento del amor universal de Dios, no por ser más amada que aquellos que lo desconocen. El conocimiento no aumenta el amor recibido de Dios; quizás da una mayor calidad de vida al conocedor del amor, y siempre crea más responsabilidades. La responsabilidad de vivir de acuerdo con lo que se sabe y de responder en función de lo que se sabe.

viernes, 20 de diciembre de 2013

Tís Tí Are
 Dolores Aleixander
                         


Mantengan el suspense sobre el título que lo voy a explicar después. Antes quiero decir algo sobre las dos últimas tonterías que he visto en las vallas publicitarias: una anuncia moda: “Llega tu otoño”; otra es sobre un coche: “De Mii a Mío por 2 euros al día”. Las dos coinciden en considerar a sus destinatarios, o sea nosotros, tan irremediablemente estúpidos que sólo nos fijaremos en lo que lleve delante su correspondiente posesivo: mi otoño, mi coche…,misma táctica que en mis documentos, mis descargas, mis imágenes, mi iphone, mi ipad…Y la nueva ola de “yo cuantificado” que se nos viene encima: mis calorías, mis latidos, mi tensión, mis sensores… Y lo malo es que la cosa no es reciente y se remonta a mi infancia: ya entonces el devocionario que usábamos niños y niñas era el “Mi Jesús”. No tenemos remedio.


Lo constata Rilke en uno de sus poemas:

“No debes tener miedo, Dios. Ellos dicen mío
 a todas esas cosas, tan pacientes.
 Son como el viento
 que roza las ramas y dicen: árbol mío.
 Dicen mío y llaman su posesión
 a lo que se cierra cuando se acercan,
 al modo que un insulso charlatán
 llama acaso suyo al sol y al relámpago…


Y en medio de este pringue pegajoso del yo, mi, me, conmigo y para mí,  emerge la “pasarela Belén” por la que vuelven a desfilar, como cada año, unos personajes peculiares con aire de vivir ajenos al tema de los posesivos e incapacitados para decir: mi posada, mi establo, mi pesebre, mi paja, mis pañales, mis ángeles, mis pastores… Y ahora es cuando viene lo del tís tí are del título en griego: “quién cogía qué” sería la traducción en bruto de lo que dice Marcos al contar que los soldados echaron a suertes las vestiduras de Jesús. “Que cada cual coja lo que quiera o pille lo que pueda…”, diríamos hoy.


Como si fueran dos páginas distantes del Evangelio pero que al doblarlas coinciden, la escena del comienzo de la vida de Jesús está ya “anticipando tendencia” de cómo van a ser su trayectoria y su final. Ya desde el principio lo encontramos acampado en un espacio público, abierto y a la intemperie, sin puertas, defensas, cerrojos o alambradas. Qué acierto el del posadero al reservarse el derecho de admisión y no dejar entrar a aquella pareja de indocumentados sin blanca.


Que esto no es Lampedusa, oiga, y yo no hago más que seguir directrices europeas y estoy muy satisfecho de haberme adelantado a la “Jornada Mundial contra las Migraciones Indeseables”, que debería celebrarse todos los 24-D.
                                                         

Así que el niño se quedó fuera en plan “indignadito”, precursor de los que vendrán después y que sabrán poco de propiedad privada, ese inviolable derecho que permite a algunos “obtener, poseer, controlar, emplear, disponer de, y dejar en herencia tierra, capital, cosas y otras formas de propiedad”, según la definición de Wikipedia.

Perteneció al colectivo de los que carecen de estrategias para proteger lo suyo y no consiguen entender las bondades de “lo privado”: desde que salió de Nazaret, no supo ya lo que era disponer de casa propia ni de un lugar donde reclinar la cabeza. Pescaba, dormía y cruzaba el lago en una barca de amigos; comía y bebía donde le invitaban y, cuando fue él quien dio de comer a la gente, solo pudo ofrecerles como asiento la hierba de un descampado. Pidió prestados el borrico sobre el que entró en Jerusalén y la sala en la que se despidió con una cena de los que llamaba suyos, porque él sólo usaba los posesivos para decir “mi Padre” y “mis hermanos”.

Al morir, echaron a suertes su túnica y volvió a estar tan desnudo como en el pesebre.
 Se nos anuncia una gran alegría: nos ha caído en suerte un Niño. Que cada uno coja de él lo que quiera. Y que siga haciendo lo mismo que él hizo en memoria suya.


martes, 17 de diciembre de 2013

Martín Gelabert Ballester, OP 
Demonios y ángeles 



En un post reciente, uno de los comentaristas suscitó la pregunta de por qué los ángeles caídos habían hecho una decisión irrevocable que no podía ser perdonada. Sin entrar en la existencia de los ángeles o de los demonios, me pareció oportuno contestar: “Todas las creaturas están llamadas a responder al amor de Dios. Y el amor es una respuesta libre. Cuanto más perfecta es una criatura, cuanta más luz tiene, más responsable es de sus actos y más decididas y acabadas son sus acciones. Al final nos encontramos con el misterio de la libertad. Si no fuera posible decir no, el sí no tendría ningún valor”.



Mi respuesta provocó esta reacción por parte de otro lector: “Dicho sea con todos los respetos, me ha extrañado la cuestión planteada sobre los ángeles caídos, pues personalmente me resulta muy difícil entender y aceptar lo que creo que forma parte de lo mítico e incomprobable de nuestra religión, como que esos ángeles, transformados en demonios, se dedican a malmeter a los humanos, como si nos hiciera falta”. Evidentemente, para hacer el mal nos bastamos nosotros solos, sin necesidad de que haya ningún demonio. De hecho, la existencia del demonio no ha sido nunca objeto de una declaración dogmática. Por tanto, cada uno es libre de opinar sobre esta cuestión, aunque es cierto que las intervenciones del Magisterio de la Iglesia dan por supuesta la existencia de los demonios.



Tan interesante como la cuestión de los ángeles malos es la de los ángeles buenos. En la Escritura, el ángel es signo de la presencia de Dios en la vida de una persona, desde una de estas dos perspectivas: Dios tiene un mensaje para esta persona, o Dios manifiesta que cuida de esa persona. Cuando se afirma que “el ángel del Señor anunció a María”, se está diciendo: Dios se hizo presente a María. ¿De qué modo? Eso ya no lo dice la Escritura, aunque, en demasiadas ocasiones, sea lo que interesa a nuestra curiosidad. Pero este interés denota la preferencia por cuestiones secundarias, que desgraciadamente olvidan la principal.



Me gusta lo que dice el artista dominico Miguel Iribertegui: "los ángeles representan una antropología escatológica: ni hombre ni mujer, eternamente joven, eternamente bello”. Jesús hablando del matrimonio utilizó parecidas ideas: los que sean hallado dignos de la resurrección no se casarán, serán como ángeles. El encuentro con Dios potenciará todas las dimensiones de nuestra existencia, pero las relaciones entre los seres humanos no serán como en este mundo. Nuestros encuentros se realizarán en un nivel que irá más allá de lo biológico, nos relacionaremos en el nivel más profundo y auténtico de nuestra personalidad.



Finalmente, hablando de los ángeles, recuerdo haber leído en Kierkegaard esta idea: ¡ángeles, ángeles! ¡Algunos dicen que no existen! Bien, pues compórtate tú como un ángel y así habrá ya un ángel en este mundo. En vez de preocuparnos por la existencia de demonios y de ángeles, lo que debería preocuparnos es lo demoniaco y lo angelical. Dos actitudes bien reales y posibles, una rechazable y otra deseable, al alcance de todos los humanos.

lunes, 16 de diciembre de 2013

¿Por qué en medio del dolor 

los negros cantan, ríen y bailan?

Leonardo Boff


            Miles de personas en toda Sudáfrica mezclaron el llanto con la danza, la fiesta con los lamentos por la muerte de Nelson Mandela. Es la forma como realizan culturalmente el rito de paso de la vida de este lado a la vida del otro lado, donde están los ancianos, los sabios y los guardianes del pueblo, de sus ritos y de sus normas éticas. Allí está ahora Mandela de forma invisible pero plenamente presente, acompañando al pueblo que él tanto ayudó a liberar.
            Momentos como éstos nos hacen acordarnos de nuestra más alta ancestralidad humana. Todos tenemos nuestras raíces en África, aunque la gran mayoría no lo sepa o no le dé importancia. Pero es decisivo que volvamos a apropiarnos de nuestros orígenes, que, de un modo u otro, están inscritos en nuestro código genético y espiritual.
            Voy a referirme aquí a aspectos de un texto que escribí hace tiempo con el título: “Todos somos africanos”, actualizado teniendo en cuenta la situación mundial, que ha cambiado.
            De entrada, es importante denunciar la tragedia africana: es el continente más olvidado y vandalizado por las políticas mundiales. Solamente cuentan sus tierras. Las compran grandes consorcios mundiales y China para organizar inmensas plantaciones de granos con el fin de asegurar la alimentación, no de África, sino de sus países, o para negociarlos en el mercado especulativo. Las famosas “land grabbing”, juntas tienen la extensión de Francia entera. Hoy África es una especie de espejo retrovisor de cómo nosotros los humanos pudimos en el pasado, y todavía hoy podemos, ser inhumanos y terribles. La actual neocolonización es más perversa que la de siglos pasados.
            Sin olvidar esta tragedia, concentrémonos en la herencia africana que se esconde en nosotros. Hoy en día hay consenso entre los paleontólogos y antropólogos acerca de que la aventura de la hominización se inició en África hace unos siete millones de años. Y luego se aceleró pasando por el homo habilis, erectus, neanderthal... hasta llegar al homo sapiens hace unos noventa mil años. Después de estar 4,4 millones de años en suelo africano, se trasladó a Asia, hace sesenta mil años; a Europa, hace cuarenta mil años; y a las Américas hace treinta mil años. Es decir, gran parte de la vida humana ha sido vivida en África, hoy olvidada y despreciada.
            África no es solamente el lugar geográfico de nuestros orígenes. Es el arquetipo primitivo, el conjunto de marcas impresas en el alma del ser humano. Fue en África donde el ser humano elaboró sus primeras sensaciones, donde se articularon sus crecientes conexiones neuronales (cerebralización), brillaron los primeros pensamientos, irrumpió la creatividad y emergió la complejidad social que permitió el surgimiento del lenguaje y de la cultura. El espíritu de África está presente en todos nosotros.
            Veo tres ejes principales del espíritu de África que pueden ayudarnos a superar la crisis sistémica global que nos asola.
            El primero es la Madre Tierra, la Mamá África. Al extenderse por los vastos espacios africanos, nuestros antepasados entraron en profunda comunión con la Tierra, sintiendo la conexión que todas las cosas guardan entre sí: las aguas, las montañas, los animales, los bosques y selvas, y las energías cósmicas. Necesitamos volver a apropiarnos de este espíritu de la Tierra para salvar a Gaia, nuestra Madre y única Casa Común.
            El segundo eje es la matriz relacional (relational matrix, al decir de los antropólogos). Los africanos usan la palabra ubuntu que significa: “yo soy lo que soy porque pertenezco a la comunidad” o “yo soy lo que soy a través de ti y tú eres tú a través de mí”. Todos necesitamos unos de otros; somos interdependientes. Lo que la física cuántica y la nueva cosmología enseñan acerca de la interdependencia de todos con todos es una evidencia para el espíritu africano.
            A esa comunidad pertenecen también los muertos como Mandela. Ellos no «van» al cielo, pues el cielo no es un lugar geográfico, sino un modo de ser de este mundo nuestro. Ellos se quedan en medio del pueblo como consejeros y guardianes de las tradiciones sagradas.
            El tercer eje son los ritos y las celebraciones. Nos admira que se dedique un día entero a rezar por Mandela con misas y oraciones. Los africanos sienten a Dios en la piel, los occidentales en la cabeza. Por eso, bailan y mueven todo el cuerpo, mientras que nosotros permanecemos fríos y rígidos como un palo de escoba.
            Las experiencias importantes de la vida personal, social y estacional se celebran con ritos, danzas, músicas y presentaciones de máscaras. Éstas representan energías que pueden ser benéficas o maléficas. Es en los rituales donde las fuerzas negativas y positivas se equilibran y se festeja la primacía del sentido sobre el absurdo. Si reincorporamos el espíritu de África, la crisis no tendrá que ser una tragedia.
            Sabemos que a través de las fiestas y los ritos la sociedad rehace sus relaciones y se refuerza la cohesión social. Además no todo es trabajo y lucha. Está también la celebración de la vida, el rescate de las memorias colectivas y el recuerdo de las victorias sobre las amenazas vividas.
            Me complace presentar el testimonio personal de uno de nuestros más brillantes periodistas, Washington Novaes: «Hace algunos años, en Sudáfrica, me impresionó ver que bastaba que se reuniesen tres o cuatro negros para empezar a cantar y a bailar con una amplia sonrisa. Un día, le comenté a un joven taxista: “Su pueblo sufrió y todavía sufre mucho. Pero basta que se reúnan unas pocas personas y ustedes ya están bailando, cantando y riendo. ¿De dónde viene tanta fuerza?” Y él me contestó: “Con el sufrimiento, aprendemos que nuestra alegría no puede depender de nada fuera de nosotros. Tiene que ser sólo nuestra, estar dentro de nosotros”».

            Nuestra población afrodescendiente nos da esa misma muestra de alegría, que ningún capitalismo ni consumismo puede ofrecer.