Pbro. Diego Fenoiglio
Domingo
XXXII del tiempo ordinario – Ciclo B 2012
“(...) ella, en su pobreza ha dado todo lo que tenía para vivir”
La
primera lectura tomada nos presenta el caso de una viuda que comparte lo poco y
único que tiene con el profeta Elías. El pasaje está ambientado en una sequía
que el mismo profeta había pedido a Yavé para Israel. Ante una situación tan
extrema, todo el mundo evita gastar lo poco que tiene como una forma de
mantenerse aferrado a la vida. Eso es lo que ha hecho esta viuda. Sin embargo
se ve «obligada» a compartir aquello que solamente le proporcionará unas horas
más de vida. Donde más disponibilidad hay para compartir, donde más
desprendimiento uno encuentra es entre los pobres; con toda razón se puede
decir que los pobres nos evangelizan. Con razón están ellos en primer lugar en
el corazón de Dios, no sólo porque es Él lo único que a ellos les queda, sino
porque entre ellos, los signos de la presencia de Dios son más visibles; son
ellos por medio de los cuales Dios se hace ver con mayor claridad en el mundo; son el sacramento de Dios en el mundo y el
testimonio permanente de cuán lejos estamos del proyecto de solidaridad y de la
igualdad querido por Dios… los secretos del reino están escondidos entre la
vida de la gente sencilla. Pidamos al Señor que sepamos descubrir sus secretos
en medio de la vida de los pobres que son capaces de compartir aún lo poco que
tienen para vivir.
Marcos, nos ofrece una escena que está cargada de simbolismo. Se
retoma, en cierta forma, el papel de la viuda y el profeta Elías. Las palabras
contra los escribas que buscan los primeros puestos… y más cosas, es
probablemente una advertencia independiente, pero que se entiende en nuestro
texto con la narración que describe la acción de la viuda. Jesús tiene una
mirada contemplativa sobre la realidad, y de la entraña de esta misma realidad,
va extrayendo su sabiduría. “Jesús estaba una vez sentado frente a los cofres
de las ofrendas, mirando cómo la gente echaba dinero en ellos”. San Marcos no
dice que Jesús pasaba por allí o que estaba orando y vio esta escena... Dice
explícitamente que Jesús estaba allí mirando cómo la gente echaba dinero en los
cofres de las ofrendas, que contribuían a la grandeza de Jerusalén, de su
templo y del culto majestuoso que allí se ofrecía. Siempre se ha pensado que el
culto debe ser impresionante e imperecedero.
¿Está Jesús a favor o en contra del culto? Esta pregunta puede parecer
hoy capciosa, pero la verdad es que debemos responder con inteligencia y
sabiduría. ¡No! ¡No está Jesús contra el culto como expresión o manifestación
de la religión! Pero también es verdad que no hace del culto en el templo un
paradigma irrenunciable. Jesús respeta y analiza… y saca las consecuencias de
todo ello. No dice a la mujer que se vaya a su casa… porque todo aquello es
mentira. No era mentira lo que ella vivía, sino lo que vivían los
“prestigiosos” de la religión que no eran capaces de ver y observar lo que él
hizo aquella mañana y enseñó a los suyos con una lección de verdadera religión
y culto.
Jesús está proponiendo el culto de la vida, del corazón, ya que
aquella viuda pobre ha echado en el arca del tesoro lo que necesitaba para
vivir. Ella estaba convencida, porque así se lo habían enseñado, que aquello
era para dar culto a Dios y entrega todo lo que tiene. Lo interesante es la
“mirada” de Jesús para distraer la atención de todo el atosigamiento del
templo, del culto, de los vendedores, de lo arrogantes escribas que buscan allí
su papel. Esa mirada de Jesús va más allá de una religión vacía y sin sentido;
va más allá de un culto sin corazón, o de una religión sin fe, que es tan
frecuente.
La mirada de las personas es, a veces, muy distinta a la de Jesús y a
la de su Padre Dios.
En tiempos de Elías en Sarepta y en Israel en tiempos de Jesús, una mujer viuda
era necesariamente, aunque fuera joven, alguien humanamente sin esperanza. La
mujer dependía de su marido y si no lo tenía era pobre de solemnidad. De ahí
que la palabra viuda y el adjetivo pobre estuvieran irremediablemente unidos.
Sin embargo, más allá de la pobreza, en Sarepta y en Jerusalén, el
distintivo de las mujeres que nos relatan los pasajes bíblicos fue la
generosidad. Ambas lo dieron todo, no lo que les sobraba, sino lo único que
tenían para vivir. Las dos lo ofrecieron a Dios. La primera atendiendo al
enviado de Dios y la segunda ofreciendo su limosna al Templo de Dios.
¿A qué nos invita la palabra? Primero a ser como la viuda. Capaz de
dar no lo que me sobra, sino lo que tengo para vivir, lo que soy. A poner no mi
confianza y mi corazón en los bienes, sino en Dios. Y segundo a ser como Dios.
Con una mirada profunda sobre las personas, para saber descubrir la
intencionalidad del corazón. Poniéndonos del lado de los que son solidarios y
no del lado de los que explotan y abusan de los más pequeños y de los que menos
tienen… Mirar la vida, mirar lo que pasa a nuestro alrededor, sería la mejor
manera de aprender sobre los secretos del reino que están ocultos para los
sabios y entendidos, pero se revelan, de una manera sorprendente, a los de
corazón sencillo. Jesús no se pierde en teorías, va a lo concreto.
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