sábado, 10 de noviembre de 2012


Pbro. Diego Fenoiglio
Domingo XXXII del tiempo ordinario – Ciclo B 2012

(...) ella, en su pobreza ha dado todo lo que tenía para vivir


La primera lectura tomada nos presenta el caso de una viuda que comparte lo poco y único que tiene con el profeta Elías. El pasaje está ambientado en una sequía que el mismo profeta había pedido a Yavé para Israel. Ante una situación tan extrema, todo el mundo evita gastar lo poco que tiene como una forma de mantenerse aferrado a la vida. Eso es lo que ha hecho esta viuda. Sin embargo se ve «obligada» a compartir aquello que solamente le proporcionará unas horas más de vida. Donde más disponibilidad hay para compartir, donde más desprendimiento uno encuentra es entre los pobres; con toda razón se puede decir que los pobres nos evangelizan. Con razón están ellos en primer lugar en el corazón de Dios, no sólo porque es Él lo único que a ellos les queda, sino porque entre ellos, los signos de la presencia de Dios son más visibles; son ellos por medio de los cuales Dios se hace ver con mayor claridad en el mundo;  son el sacramento de Dios en el mundo y el testimonio permanente de cuán lejos estamos del proyecto de solidaridad y de la igualdad querido por Dios… los secretos del reino están escondidos entre la vida de la gente sencilla. Pidamos al Señor que sepamos descubrir sus secretos en medio de la vida de los pobres que son capaces de compartir aún lo poco que tienen para vivir.

Marcos, nos ofrece una escena que está cargada de simbolismo. Se retoma, en cierta forma, el papel de la viuda y el profeta Elías. Las palabras contra los escribas que buscan los primeros puestos… y más cosas, es probablemente una advertencia independiente, pero que se entiende en nuestro texto con la narración que describe la acción de la viuda. Jesús tiene una mirada contemplativa sobre la realidad, y de la entraña de esta misma realidad, va extrayendo su sabiduría. “Jesús estaba una vez sentado frente a los cofres de las ofrendas, mirando cómo la gente echaba dinero en ellos”. San Marcos no dice que Jesús pasaba por allí o que estaba orando y vio esta escena... Dice explícitamente que Jesús estaba allí mirando cómo la gente echaba dinero en los cofres de las ofrendas, que contribuían a la grandeza de Jerusalén, de su templo y del culto majestuoso que allí se ofrecía. Siempre se ha pensado que el culto debe ser impresionante e imperecedero.
¿Está Jesús a favor o en contra del culto? Esta pregunta puede parecer hoy capciosa, pero la verdad es que debemos responder con inteligencia y sabiduría. ¡No! ¡No está Jesús contra el culto como expresión o manifestación de la religión! Pero también es verdad que no hace del culto en el templo un paradigma irrenunciable. Jesús respeta y analiza… y saca las consecuencias de todo ello. No dice a la mujer que se vaya a su casa… porque todo aquello es mentira. No era mentira lo que ella vivía, sino lo que vivían los “prestigiosos” de la religión que no eran capaces de ver y observar lo que él hizo aquella mañana y enseñó a los suyos con una lección de verdadera religión y culto.
Jesús está proponiendo el culto de la vida, del corazón, ya que aquella viuda pobre ha echado en el arca del tesoro lo que necesitaba para vivir. Ella estaba convencida, porque así se lo habían enseñado, que aquello era para dar culto a Dios y entrega todo lo que tiene. Lo interesante es la “mirada” de Jesús para distraer la atención de todo el atosigamiento del templo, del culto, de los vendedores, de lo arrogantes escribas que buscan allí su papel. Esa mirada de Jesús va más allá de una religión vacía y sin sentido; va más allá de un culto sin corazón, o de una religión sin fe, que es tan frecuente.

La mirada de las personas es, a veces, muy distinta a la de Jesús y a la de su Padre Dios.
En tiempos de Elías en Sarepta y en Israel en tiempos de Jesús, una mujer viuda era necesariamente, aunque fuera joven, alguien humanamente sin esperanza. La mujer dependía de su marido y si no lo tenía era pobre de solemnidad. De ahí que la palabra viuda y el adjetivo pobre estuvieran irremediablemente unidos.

Sin embargo, más allá de la pobreza, en Sarepta y en Jerusalén, el distintivo de las mujeres que nos relatan los pasajes bíblicos fue la generosidad. Ambas lo dieron todo, no lo que les sobraba, sino lo único que tenían para vivir. Las dos lo ofrecieron a Dios. La primera atendiendo al enviado de Dios y la segunda ofreciendo su limosna al Templo de Dios.
¿A qué nos invita la palabra? Primero a ser como la viuda. Capaz de dar no lo que me sobra, sino lo que tengo para vivir, lo que soy. A poner no mi confianza y mi corazón en los bienes, sino en Dios. Y segundo a ser como Dios. Con una mirada profunda sobre las personas, para saber descubrir la intencionalidad del corazón. Poniéndonos del lado de los que son solidarios y no del lado de los que explotan y abusan de los más pequeños y de los que menos tienen… Mirar la vida, mirar lo que pasa a nuestro alrededor, sería la mejor manera de aprender sobre los secretos del reino que están ocultos para los sabios y entendidos, pero se revelan, de una manera sorprendente, a los de corazón sencillo. Jesús no se pierde en teorías, va a lo concreto.


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