Pbro. Lucas Trucco
Domingo XXXIII durante el año –ciclo B-
“Si ya sabes lo que tienes que hacer y no lo haces entonces
estás peor que antes”
(Confucio 551-478 AC. filósofo
chino)
Me permito comenzar
con la frase de Confucio, dado que el tema del género literario apocalíptico
siempre dio pie, entre los que lo escuchaban, el dejar todo porque ya se
acercaba el final, y no vale la pena construir algo que dentro de poco no va a
existir más. Cuando lo que en realidad quiere dar a entender dicho sistema de
escritura es todo lo contrario: la esperanza de seguir poniendo las manos en el
arado. La esperanza de mirar los frutos de un pequeño árbol como la higuera y
saber que es posible el cambio.
Pero mucho son los que actualmente buscan de manera
agotadora el conocer el fin de los tiempos. E inventan miles de formulas y
fechas. Una forma atenuada de aquellas tendencias apocalípticas es la que, sin
aludir al fin temporal de nuestro mundo, se caracteriza por el pesimismo
histórico sobre el presente: cualquier tiempo pasado fue mejor, que diría Jorge
Manrique. Es interesante lo que a este respecto escribe San Agustín en uno de
sus sermones, y que no ha perdido nada de actualidad:
“Todas las aflicciones y tribulaciones que nos sobrevienen
pueden servirnos de advertencia y corrección a la vez. Pues nuestras mismas
sagradas Escrituras no nos garantizan la paz, la seguridad y el descanso. Al
contrario, el Evangelio nos habla de tribulaciones, apuros y escándalos;
pero el que persevere hasta el final se salvará (Mc 13, 13).
No protestéis, pues, queridos hermanos, como protestaron algunos de
ellos –son palabras del Apóstol–, y perecieron víctimas de las
serpientes (1 Cor 10, 9). ¿O es que ahora tenemos que sufrir
desgracias tan extraordinarias que no las han sufrido, ni parecidas, nuestros
antepasados? ¿O no nos damos cuenta, al sufrirlas, de que se diferencian muy
poco de las suyas? Es verdad que encuentras hombres que protestan de los
tiempos actuales y dicen que fueron mejores los de nuestros antepasados; pero
esos mismos, si se les pudiera situar en los tiempos que añoran, también
entonces protestarían. En realidad juzgas que esos tiempos pasados son buenos,
porque no son los tuyos.”[1]
Pero Cristo sí que nos invita a discernir los signos de los
tiempos para descubrir la cercanía de ese final. Así pues, atendiendo a los
signos del “fin del mundo” que experimentamos en nuestro tiempo, podemos
reinterpretarlos así: no son tanto los signos del fin (temporal) del mundo (que
no sabemos cuándo será y, en consecuencia, no debemos preocuparnos de ello),
sino los signos y la expresión de los límites del mundo.
Nuestra generación, como dice Jesús, es aquella en la que “todo esto se
cumple”: vivimos realmente “los últimos tiempos”, porque vivimos en contacto
permanente con los límites del mundo, chocando de continuo con las fronteras de
esta limitación: física –dolores y desgracias–, temporal –la muerte ajena y la
certeza de la propia–, moral –los muchos rostros del mal responsable, producido
por la voluntad humana. Pero el ser humano, por su corazón y su espíritu, está
abierto a otros bienes y otras dimensiones, a otros valores, llamados a
perdurar para siempre.[2]
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