viernes, 16 de noviembre de 2012


Pbro. Lucas Trucco

Domingo XXXIII durante el año –ciclo B-

“Si ya sabes lo que tienes que hacer y no lo haces entonces estás peor que antes” 
(Confucio 551-478 AC. filósofo chino)

Me permito comenzar con la frase de Confucio, dado que el tema del género literario apocalíptico siempre dio pie, entre los que lo escuchaban, el dejar todo porque ya se acercaba el final, y no vale la pena construir algo que dentro de poco no va a existir más. Cuando lo que en realidad quiere dar a entender dicho sistema de escritura es todo lo contrario: la esperanza de seguir poniendo las manos en el arado. La esperanza de mirar los frutos de un pequeño árbol como la higuera y saber que es posible el cambio.

Pero mucho son los que actualmente buscan de manera agotadora el conocer el fin de los tiempos. E inventan miles de formulas y fechas. Una forma atenuada de aquellas tendencias apocalípticas es la que, sin aludir al fin temporal de nuestro mundo, se caracteriza por el pesimismo histórico sobre el presente: cualquier tiempo pasado fue mejor, que diría Jorge Manrique. Es interesante lo que a este respecto escribe San Agustín en uno de sus sermones, y que no ha perdido nada de actualidad:

“Todas las aflicciones y tribulaciones que nos sobrevienen pueden servirnos de advertencia y corrección a la vez. Pues nuestras mismas sagradas Escrituras no nos garantizan la paz, la seguridad y el descanso. Al contrario, el Evangelio nos habla de tribulaciones, apuros y escándalos; pero el que persevere hasta el final se salvará (Mc 13, 13). No protestéis, pues, queridos hermanos, como protestaron algunos de ellos –son palabras del Apóstol–, y perecieron víctimas de las serpientes (1 Cor 10, 9). ¿O es que ahora tenemos que sufrir desgracias tan extraordinarias que no las han sufrido, ni parecidas, nuestros antepasados? ¿O no nos damos cuenta, al sufrirlas, de que se diferencian muy poco de las suyas? Es verdad que encuentras hombres que protestan de los tiempos actuales y dicen que fueron mejores los de nuestros antepasados; pero esos mismos, si se les pudiera situar en los tiempos que añoran, también entonces protestarían. En realidad juzgas que esos tiempos pasados son buenos, porque no son los tuyos.”[1]

Pero Cristo sí que nos invita a discernir los signos de los tiempos para descubrir la cercanía de ese final. Así pues, atendiendo a los signos del “fin del mundo” que experimentamos en nuestro tiempo, podemos reinterpretarlos así: no son tanto los signos del fin (temporal) del mundo (que no sabemos cuándo será y, en consecuencia, no debemos preocuparnos de ello), sino los signos y la expresión de los límites del mundo. Nuestra generación, como dice Jesús, es aquella en la que “todo esto se cumple”: vivimos realmente “los últimos tiempos”, porque vivimos en contacto permanente con los límites del mundo, chocando de continuo con las fronteras de esta limitación: física –dolores y desgracias–, temporal –la muerte ajena y la certeza de la propia–, moral –los muchos rostros del mal responsable, producido por la voluntad humana. Pero el ser humano, por su corazón y su espíritu, está abierto a otros bienes y otras dimensiones, a otros valores, llamados a perdurar para siempre.[2]


[1] El texto de San Agustín fue tomado de la pág. Web: “Ciudad Redonda”.
[2] Cfr. Pág. Web: “Ciudad Redonda”

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