Carta de Adviento
José Alegre
Querido Agustín: Es gratificante volver a releer algunas cartas. Sobre todo las cartas escritas a mano. Yo defiendo siempre la importancia de escribir a mano, pues considero que es un procedimiento que me permite recoger con más fidelidad la vibración interior. La pluma en la mano sobre el blanco papel es como una prolongación más directa del corazón.
Pero estoy descubriendo que también es muy interesante releer cartas ya recibidas; es volver a recordar una amistad entretejida en la preciosas líneas de una carta amiga, es volver a sentir cerca a esta persona amiga, incluso llegar a vivir una nueva experiencia. Y una nueva experiencia puede ser siempre motivo de un nuevo enriquecimiento. Tanto que estoy considerando reservarme un pequeño tiempo semanal para ese “reencuentro lector” con mis amistades.
Quizás me sugieren todos estos pensamientos el hecho de que estos días finaliza el Año Litúrgico, y empezamos a continuación el tiempo litúrgico de Adviento.
Yo diría que el Año Litúrgico es como un precioso reportaje que recoge la historia, una historia de amor, vivida entre Dios y el hombre. Un reportaje para celebrar y vivir esa historia de amor. Un reportaje que empieza con la creación de Dios, la bondad de Dios que se derrama en el tiempo, continua con unas relaciones entre lo humano y lo divino, para culminar con la nueva creación, la del hombre nuevo, y que nos muestra dos puntos especialmente significativos: la Encarnación y la Resurrección.
Bien, pues ahora nos disponemos a “releer”, a celebrar, a vivir, esa carta de Dios, escrita y vivida a lo largo de siglos con su criatura humana.
Esta carta de Dios, este Misterio divino es algo vivo, que me vuelve a descubrir el corazón vibrante de profundo amor de un Dios que me invita, y a todos cuantos celebran este tiempo litúrgico, a incorporarme a un camino de vida y de amor. A una historia que Dios quiere vivir con cada una de sus criaturas, y con toda la humanidad.
Al iniciarse este tiempo de Adviento, volvemos a celebrar el mismo Misterio que hace un año; pero yo, tú, todos los humanos, estamos viviendo problemas diferentes, con nuevos matices. Por esto Dios se acerca con una mirada nueva a su criatura; Dios quiere suscitar vibraciones nuevas en nuestra vida. En esta vida humana donde sigue teniendo demasiada fuerza la noche. A esta noche haces referencia en tu carta: el dolor, la muerte, la violencia, la falta de fe, esperanza, las dificultades para vivir el amor… Ante este panorama agradezco tu pensamiento, tu palabra sencilla y profunda: La Palabra de Dios, incluso silenciosa, atraviesa la noche, para engendrar después la luz verdadera que “no se apaga”. Y, efectivamente, este tiempo de Adviento, y también cada uno de los tiempos del Año Litúrgico, es un tiempo para poner nuestra noche bajo la luz purificadora de la Palabra.
Agustín, cuando releo esta palabra tuya en una carta recibida hace ya un tiempo, siento que mi espacio interior vuelve a vibrar; te siento a ti detrás de esa palabra, y no puedo dejar de conmoverme por tu amistad; y, del mismo modo, sentirme muy cerca de ti, y de la vibración de tu espacio interior en el momento de ponerla por escrito.
Y algo de esto me sucede ahora cuando empiezo este nuevo Año Litúrgico con el tiempo de Adviento. Vuelvo a escuchar la Palabra de Dios, vuelvo a celebrarla en la Eucaristía, cada Domingo, o en las solemnidades del Misterio de Cristo, o de Santa María, o de los Santos que asimilaron y se incorporaron a este misterio de amor divino; y mi noche, mis oscuridades, o mis debilidades vuelven a conmocionarse ante la luz de la Palabra, ante las sugerencias e invitaciones del Misterio amoroso de Dios.
Esta Palabra, que me asegura en este primer domingo de Adviento que tendré signos, que se me mostrarán en mi camino; una Palabra que me ofrecerá su sabiduría encarnada en unas personas que me ofrecen una referencia única de cara al Misterio de Dios, como Isaías, Juan Bautista, Santa María; una Palabra que me asegura que Dios cumple su promesa, una promesa cuya realización es la presencia de justicia y derecho, y que la quiere cumplir hoy en mi vida, y en la de todos sus hijos; una Palabra que me garantiza su gracia y su paz, y que llama a escucharla, a guardarla en el corazón, atento a que se manifieste en mi vida, como una luz para otros. Una Palabra en definitiva que me interpela para que escuche la Verdad y la lleve a mi propia vida, y no me abandone en la mentira.
Y por encima de todo, en el dintel del nuevo Año contemplamos ya un Dios compasivo, humano, que nos llama a escucharle y adentrarnos en su Misterio de amor. Apasionante. ¿Qué Dios hay como nuestro Dios?
Os deseo una feliz celebración y vida del tiempo de Adviento, y mañana y pasado mañana, un feliz Año Litúrgico.
P. Abad
No hay comentarios:
Publicar un comentario