viernes, 2 de noviembre de 2012


Pbro. Diego Fenoglio
Domingo XXXI del tiempo ordinario – Ciclo B 2012

“Ningún mandamiento 

es más importante que estos”


Cuestionar la existencia de Dios porque hay dolor y sufrimiento en el mundo es olvidarse que nuestra fe en Dios exige, precisamente, que nos ocupemos de los demás, como Dios quiere. Y que en la medida en que nosotros colaboramos con la obra de Dios, que es construir seres humanos plenos, según la estatura de Jesús, estamos haciendo creíble la fe en este Dios. No podemos separar la fe en Dios del mandamiento de la caridad para con nuestro prójimo; pero tampoco podemos separar la caridad con nuestro prójimo, de la fe en Dios. Esto es lo que Jesús quería resaltar cuando le responde al maestro de la ley que nos presenta el Evangelio hoy.

Amor y adhesión a Dios en términos de «escuchar» su Palabra y ponerse en función de obedecerle. Ese es el proyecto de vida de Jesús, eso fue lo que movió toda su vida y su obra y eso es lo que tiene que mantener vivo al cristiano, su adhesión a ese único y verdadero Dios a quien no le interesa otra cosa que el amor y adhesión a Él lo vivan sus fieles en el amor mutuo y fraterno. No tiene sentido para Jesús hablar del amor a Dios sin tener en cuenta la ÚNICA puerta de acceso a Él: el prójimo. 

nadie puede amar a otro ser, ni a Dios, si no es capaz de amar la bondad proclamada por Dios en la creación cuando creó al ser humano, es decir, si no es capaz de amarse a sí mismo. Sin embargo, esto, lejos de conducirnos al egocentrismo, al narcisismo, al egoísmo o al desprecio que son formas de vivir dependiendo de los frutos del desamor, del miedo, o la inseguridad; más bien, nos ha de ayudar a llenarnos de una mutua estima, como respuesta al amor que Dios puso en nosotros desde la creación. Para sanar las heridas, llena tu vida, tu ser de un sentido capaz de comprender y expresar lo mutuo, la reciprocidad; y el amor recibido por Dios, hazlo extensivo: ama a tu prójimo. Y aunque es puesto en un segundo momento, la realidad más simple, es la más inmediata: mi propia persona, mi ser más cercano, y mis seres más próximos. Y para curar las heridas no hay nada como los gestos de amor.


Amar a Dios, amar al prójimo, y amarse a sí mismo, vale más que cualquier sacrificio y holocausto que podamos pensar u ofrecer…

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