Pbro. Diego Fenoglio
Domingo
XXXI del tiempo ordinario – Ciclo B 2012
“Ningún mandamiento
es más importante que estos”
Cuestionar
la existencia de Dios porque hay dolor y sufrimiento en el mundo es olvidarse
que nuestra fe en Dios exige, precisamente, que nos ocupemos de los demás, como
Dios quiere. Y que en la medida en que nosotros colaboramos con la obra de
Dios, que es construir seres humanos plenos, según la estatura de Jesús,
estamos haciendo creíble la fe en este Dios. No podemos separar la fe en Dios
del mandamiento de la caridad para con nuestro prójimo; pero tampoco podemos
separar la caridad con nuestro prójimo, de la fe en Dios. Esto es lo que Jesús
quería resaltar cuando le responde al maestro de la ley que nos presenta el
Evangelio hoy.
Amor
y adhesión a Dios en términos de «escuchar» su Palabra y ponerse en función de
obedecerle. Ese es el proyecto de vida de Jesús, eso fue lo que movió toda su
vida y su obra y eso es lo que tiene que mantener vivo al cristiano, su
adhesión a ese único y verdadero Dios a quien no le interesa otra cosa que el
amor y adhesión a Él lo vivan sus fieles en el amor mutuo y fraterno. No tiene
sentido para Jesús hablar del amor a Dios sin tener en cuenta la ÚNICA puerta
de acceso a Él: el prójimo.
nadie puede amar a otro ser, ni a Dios, si no
es capaz de amar la bondad proclamada por Dios en la creación cuando creó al
ser humano, es decir, si no es capaz de amarse a sí mismo. Sin embargo, esto,
lejos de conducirnos al egocentrismo, al narcisismo, al egoísmo o al desprecio
que son formas de vivir dependiendo de los frutos del desamor, del miedo, o la
inseguridad; más bien, nos ha de ayudar a llenarnos de una mutua estima, como
respuesta al amor que Dios puso en nosotros desde la creación. Para sanar las
heridas, llena tu vida, tu ser de un sentido capaz de comprender y expresar lo
mutuo, la reciprocidad; y el amor recibido por Dios, hazlo extensivo: ama a tu
prójimo. Y aunque es puesto en un segundo momento, la realidad más simple, es
la más inmediata: mi propia persona, mi ser más cercano, y mis seres más
próximos. Y para curar las heridas no hay nada como los gestos de amor.
Amar a Dios, amar al prójimo, y amarse a sí
mismo, vale más que cualquier sacrificio y holocausto que podamos pensar u
ofrecer…
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