domingo, 10 de julio de 2016

Adicciones

Durante los últimos años he hablado con cientos de personas de todo el mundo que se auto-denominan “adictos”. Seamos claros - no sólo los “adictos” son adictos. Todos somos adictos de diferentes maneras, al trabajo, al alcohol, a la pornografía, al juego, al sexo, al poder, a tener siempre la razón, a probar nuestra valía, a revisar nuestro correo electrónico cada 5 minutos. Incluso, podemos hacernos adictos a las enseñanzas espirituales, a la meditación, a los gurús, a los retiros, a libros, a los satsangs. Pero la raíz de toda adicción es la misma - nuestra adicción a nosotros mismos. Nuestra adicción a mantener y a nutrir “mi” historia. Y subyacente a esto, nuestra adicción a salir de este momento, a escapar de las molestias buscando alguna clase de liberación. Nuestra adicción hacia el momento siguiente…

Recuerdo que de pequeño regresaba de la escuela sintiéndome a veces solo, triste e incomprendido, probablemente después de haber sido intimidado por mis compañeros o después de que se burlaran de mí en el autobús de la escuela. Llegaba directamente al refrigerador o a la despensa y, cuando nadie me observaba, me devoraba cualquier bocadillo que pudiera encontrar. La comida hacía que mi tristeza se fuera, o así parecía. Por unos pocos y preciosos instantes me sentía reconfortado, satisfecho, lleno - ya no había ese vacío en mí, ni me sentía incompleto. Aparentemente la comida hacía que mi “hambre” desapareciera. Había llenado el vacío. Y mi estómago…

En realidad no quería comida, por supuesto, sino amor y aceptación. Comía para que el dolor de vivir desapareciera. Incluso a esa temprana edad, ¡comía para vivir! Pero, por supuesto, no tenía forma de articular eso en ese entonces. ¡Simplemente me sentía hambriento! sólo tenía la urgencia de comer. No era realmente comida lo que yo quería - era amor, y vida. Tenía deseos de sentirme vivo. Estaba intentando y fallando al comerme la vida. Estaba tratando de comerme a mí mismo.

Esta era una hambre cósmica, un anhelo muy profundo de ser tomado en cuenta, de ser incluido, de ser visto, de ser validado. Y si los otros no podían hacerlo, tal vez los chocolates sí. Todo esto era una expresión de una profunda hambre por la vida, hambre de recordar lo que yo era realmente - ese vasto océano de consciencia en donde las olas de pensamiento, sensaciones y sentimientos están plenamente admitidas para surgir y desaparecer. Yo estaba ignorando mi verdadera adicción - con el deseo de recordar lo que yo era me estaba volviendo falsamente adicto a algo. Me tomó años y años darme cuenta de esto, y empezar a enfrentar mi dolor, en lugar de huir de él, a recordar, en lugar de olvidarme de mí mismo, a descubrir que eso que realmente soy, jamás podría estar adicto a nada.
Más tarde, mis adicciones cambiaron hacia otros objetos y hacia otras personas y después, finalmente, todo este asunto se proyectó hacia mi búsqueda por la iluminación. La iluminación se convirtió en el objeto de adicción final. Vivía y respiraba enseñanzas espirituales hasta que empezaron a generar efectos secundarios. Pero no estuve satisfecho hasta que todo ese ciclo se rompió, justo en donde había comenzado.
Como individuos, todos somos adictos, en el sentido de que huimos del momento presente en cierto grado. Todos evitamos pensamientos y sentimientos, tratamos de no sentirlos, los ignoramos, nos distraemos de ellos, nos medicamos, o meditamos, o nos vamos de compras. Por un instante, pareciera como si la comida, el alcohol, el sexo, el gurú, la droga, la fama, tuvieran el “poder” de eliminar la tristeza, el dolor, el sentimiento de soledad, de vulnerabilidad y de aislamiento, y por último, la muerte misma. Pareciera como si la persona, el objeto o la sustancia tuvieran el poder de “arreglar” la vida. Pero, por supuesto, pronto el “efecto” desaparece, el “subidón” desaparece y luego viene una especie de baja, una especie de culpa y todas esas olas rechazadas y no deseadas regresan, algunas con mayor intensidad, y estamos de vuelta en esa fuerte identificación. Y después se nos antoja todo de vuelta. Posteriormente sentimos una mayor necesidad de la persona o de la sustancia. Y el ciclo continúa.

¿Qué es lo que rompe el ciclo?

Reconocer nuestro malestar en lugar de huir de él, aunque suene muy descabellado. Ahí es en donde el ciclo puede empezar a romperse. Contactarnos con estas olas antes rechazadas y darnos cuenta que todas ellas tienen un hogar en nosotros - la tristeza, la soledad, el miedo, la vulnerabilidad. Como el océano de la consciencia, somos lo suficientemente vastos como para aceptar a cada una de ellas. Tienen permiso para entrar en nosotros, pero no pueden definirnos. Y así, enfrentar nuestros impulsos en lugar de evitarlos, encontrando una forma de estar con nosotros mismos en el ahora sin tener que movernos hacia un “futuro”. Así es como el mecanismo de la adicción puede empezar a disolverse.

Normalmente cuando surge algún impulso o urgencia, o tratamos de ignorarlo, tratamos de no sentirlo, o bien, actuamos sobre él. Solemos juzgar el impulso como malo o erróneo o incluso “enfermo”. Sin embargo, hay un punto medio - el encuentro del que yo hablo, esta profunda aceptación, este “estar con”, sin una agenda. Encontrarse con el impulso o la urgencia hace que éste desaparezca y se rinda sin tiempo y además, sin daño. Sentarse con la urgencia, dejándose que se queme, permitiendo que esté allí con toda su intensidad, y después observar cómo todos esos pensamientos e imágenes surgen - ya sabes, esas imágenes de un delicioso pastel de chocolate, o la cerveza, esa película del pensamiento en donde te ves felizmente comiendo o bebiendo, de cuando tus problemas han desaparecido, esas películas de una liberación y una salvación inminente, de amor, de paz - y permitiéndoles estar ahí también. Y estar ahí con todas las sensaciones que surjan, incluso las incómodas. Y después también permitir la ira - con esa extraña superstición primaria de que si permitimos que la urgencia permanezca ahí terminaremos “actuando en consecuencia”, o que nos quedaremos “atascados” y nunca saldremos de ello, o que simplemente nos vencerá. Todos los juicios rondando. Sintiendo que necesitamos de inmediato “hacer algo” sobre esa urgencia. Y, después de todo esto, recordarte como ese amplio espacio abierto, el vasto océano de la vida en donde todas las olas ya han sido aceptadas. Y saber, después, que ninguna cantidad de alcohol, sexo, drogas, chocolate, palabras, imágenes o sentimientos puede generarte ese lugar de profunda aceptación en este momento - porque eso es lo que tú ya eres y lo que siempre has sido. Aquello que tanto deseas, en un nivel más profundo, ya está aquí. Tú ya eres eso que buscas, como todas las enseñanzas espirituales a través de los años nos han estado recordando.

Estamos solamente buscándonos a nosotros mismos, en millones de formas diferentes, y el chocolate o el alcohol o los casinos nunca han tenido el “poder” de llevarnos de vuelta a casa, nunca. Nuestros gurús nunca han tenido el poder que nosotros proyectamos en ellos. Perdemos la fe en los gurús del cigarro y del alcohol, y regresamos a nosotros, confiando en nuestra propia experiencia profundamente, una vez más, en una forma en que nunca pudimos hacer cuando éramos pequeños. La adicción se deshace desde dentro. Ya que lo que somos está naturalmente en paz, naturalmente no-adicto, naturalmente completo, sin necesidad de gente externa u objetos que lo complementen. Es aquí en donde el círculo de la adicción - que es el ciclo del ser - puede ser roto, justo donde empezó. Esta es la exploración que toda adicción e indudablemente todo sufrimiento nos invita a hacer, independientemente que nos veamos a nosotros mismos como “adictos” o no.


Jeff Foster

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