Falta de vergüenza y ausencia de culpa
en
la corrupción brasilera
Leonardo boff
Después
del psicoanálisis y el estructuralismo no podemos seguir restringiéndonos al
consciente y a los dictámenes de la razón en el análisis de los fenómenos
humanos, personales y colectivos. Hay un universo pre-consciente,
sub-consciente e inconsciente (personal y colectivo), subyacente a nuestras
prácticas, que deben ser tenidos en cuenta.
Quiero
atenerme solo a dos vertientes que influencian nuestros comportamientos: son
los legados de las dos principales culturas ancestrales que subyacen a nuestro
inconsciente colectivo y que nos ayudan a entender fenómenos actuales, como por
ejemplo, la alucinante corrupción que atraviesa el cuerpo social brasilero: la
cultura griega y la cultura judeocristiana.
De
la cultura griega heredamos el sentimiento de vergüenza. El concepto
correlacionado es el del héroe. Tener vergüenza para los griegos consistía en
frustrarse en lo que se emprendía, tanto en la guerra como en la convivencia
social. Perder una batalla constituía una vergüenza colectiva para todo un
pueblo. Perder una competición en las Olimpíadas provocaba vergüenza. Triunfar
y tener éxito cumplía los requisitos del héroe.
Esta
categoría está presente hoy en nuestra sociedad. Es un héroe el jugador que
consiguió el gol de la victoria del equipo de su predilección. Vergüenza
colectiva es que Brasil perdiera 7 a 1 en la Copa Mundial de futbol contra
Alemania. Conseguir altos índices de crecimiento y de beneficio de una empresa
hace del empresario un héroe. Perder una elección produce vergüenza.
La
vergüenza tiene que ver con la imagen que proyectamos socialmente. Debe causar
admiración y respeto, de lo contrario hace que las personas se avergüencen.
La
otra vertiente es la de la tradición judeocristiana. La categoría central es la
culpa. Generalmente atribuimos la culpa a los otros. Si fracasamos en un
negocio es por culpa de la crisis económica. Si el matrimonio se deshace es por
culpa del otro de la pareja. Si hay una desgracia ecológica es por culpa de los
habitantes que se instalaron en áreas de riesgo. A veces ponemos la culpa en
nosotros mismos, por un accidente de tráfico o por errores que producen una
administración ruinosa.
La
culpa alcanza la interioridad y afecta a la conciencia. La repercusión no es
tanto ante los otros que tal vez no sepan lo que hicimos mal, sino ante el
tribunal de la conciencia. Esta nos remite inmediatamente a Dios, pues entre la
conciencia y Dios no hay mediación. Estamos directa e inmediatamente delante de
Él.
La
culpa nos causa remordimientos y sentimiento de culpa, que puede ocasionar un
castigo.
Lo
opuesto a la culpa es el sentimiento de ser justo y recto, dos conceptos
definidores de una persona “justa” (santa) en el sentido bíblico.
Sentir
vergüenza y darse cuenta de la culpa constituyen las bases de la consciencia
ética. No tener que avergonzarse delante de los otros y no sentirse culpado
delante de la conciencia y de Dios son señales de rectitud de vida y de una
actitud ética correcta.
¿Cuál
es nuestro problema concerniente a la escandalosa corrupción pasiva y activa de
Brasil? Es la completa falta de vergüenza y ausencia de culpa de los corruptos
y los corruptores ante sus acciones.
Aun
sorprendidos en el acto de corrupción, oímos siempre el mismo ritornello:
“no tengo culpa de nada”, “es injusto”, “soy completamente inocente”. Y se
trata de personas clara y comprobadamente corruptas. Han perdido la noción
total de culpa y no dan ninguna importancia a la vergüenza pública de sus
actos. Siguen tranquilos y frecuentando los mejores restaurantes.
Algunas
veces se oye la indignación ética con los gritos de “corrupto, ladrón”. Pero
los corruptos ni se inmutan y siguen con su disfrute.
Ya
Aristóteles en su Ética a Nicómaco establecía la vergüenza y el rubor del
rostro como un indicativo de la presencia de una conciencia ética. Sin esa
vergüenza la persona era realmente un “sin vergüenza”, un mal carácter, sin
sentido de los valores.
Esa
falta de vergüenza y de sentimiento de culpa se ha trasformado entre nosotros
en Brasil en una especie de segunda naturaleza, convertida en una práctica
usual. Por eso, casi todo el tejido social está contaminado por el virus de la
corrupción, de los corruptores y de los corruptos.
Pero
en los días actuales ha llegado a niveles tan escandalosos que ya no pueden ser
tolerados por la sociedad y por los ciudadanos que aún guardan una conciencia
ética, de lo que es recto y correcto, justo y bueno.
La
corrupción como práctica personal y social, sin ser moralistas ni utópicos,
tiene que ser prohibida y reducida a niveles compatibles con la condición
humana decaída y corruptible. Hay que rescatar los sentimientos de vergüenza y
de culpa, sin los cuales nuestros esfuerzos serán inútiles.
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