viernes, 15 de julio de 2016

LO ÚNICO NECESARIO
(María la hermana de Marta)


Para la reflexión del Evangelio 
que se proclamará el domingo 17 de julio


El ser humano no es sólo idea y decisión (verdad y eficacia), sino que también es belleza. Quien busca la verdad y el bien, bus­ca también la belleza. Y necesita de la belleza, como necesita de pan y de aire.


La verdad y la bondad se sitúan al nivel de lo funcional, la be­lleza se sitúa al nivel de «lo inútil». Lo inútil es esencial al hombre. Porque es esencial a lo humano el amor. El amor, es absolutamente inútil. Desde el momento en que se le utiliza, desde ese momento deja de ser amor, para convertirse en instrumento. No se ama «para algo»; el amor tiene su ra­zón de ser en sí mismo.


Nos situamos al nivel de la experiencia personal y de la relación interpersonal; no de la relación a «algo», sino de la relación a «alguien». No podemos vivir sin amor. Aquí se sitúala experiencia afectiva; no se trata ya del «ser PARA», sino del «estar CON».


La persona necesita crear en torno a sí un «espacio afectivo», es decir, un espacio humano en el que encuen­tren satisfacción y respuesta sus apetencias profundas de belleza, de compañía humana, amor, intimidad y sentido coherente de la vida en su totalidad.


Ni la idea (ideología), ni el proyecto, por importantes y atrayentes que sean, pueden satis­facer y unificar a la persona. Un «proyecto», un programa de acción, un cristia­nismo reducido a una ética... Ya sabemos de sobra que lo utilitario y lo funcional de la vida, en el fondo, nos dejan pro­fundamente vacíos. Porque hay algo más profundo a lo que siempre aspira el hombre: sólo una persona puede saciar verdaderamente al ser humano.


Se trata de ver en Jesús de Nazaret algo más que una idea y un proyecto, algo más que un programa de acción (= “algo”), es decir, hay que encontrar a Jesús como a una “persona viva” (= “alguien”) que llena su espacio afectivo en los momentos supremos y en las situaciones cotidianas. Desde el momento en que a Cristo se le encuen­tra como “persona” —no como simple idea o como mero proyec­to—, desde ese momento no hay más remedio que “dialogar con él, estar con él”, en la presencia de quien lleno de sentido. La vida entonces adquiere su plena significación.


Es la “persona” lo que está en juego. De la misma manera que la persona, en su relación al «otro-semejante» termina en diálogo, en su relación al «Otro-Dios» termina en oración. Y es entonces la oración lo que llena el espacio afectivo de la persona en cuanto creyente.


Saludos cordiales.


Juan Manuel

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