LO
ÚNICO NECESARIO
(María
la hermana de Marta)
Para la reflexión del Evangelio
que se proclamará el domingo 17 de julio
El ser humano
no es sólo idea y decisión (verdad y eficacia), sino que también es belleza. Quien busca la verdad y el bien, busca también la belleza. Y necesita de la
belleza, como necesita de pan y de aire.
La
verdad y la bondad se sitúan al nivel de lo funcional, la belleza se sitúa al
nivel de «lo inútil». Lo inútil es esencial al hombre. Porque es esencial a lo humano el amor. El amor, es absolutamente inútil. Desde el momento en
que se le utiliza, desde ese momento deja de ser amor, para convertirse en
instrumento. No se ama «para algo»; el amor tiene su razón de ser en sí mismo.
Nos
situamos al nivel de la experiencia personal y de la relación interpersonal; no
de la relación a «algo», sino de la relación a «alguien». No podemos vivir sin
amor. Aquí se sitúala experiencia afectiva; no se trata ya del «ser PARA», sino
del «estar CON».
La persona necesita crear en torno a sí un «espacio afectivo», es decir, un espacio humano
en el que encuentren satisfacción y respuesta sus apetencias profundas de
belleza, de compañía humana, amor, intimidad y sentido coherente de la vida en
su totalidad.
Ni la idea
(ideología), ni el proyecto, por importantes y atrayentes que sean, pueden
satisfacer y unificar a la persona. Un «proyecto», un programa de acción, un
cristianismo reducido a una ética... Ya sabemos de sobra que lo utilitario y lo funcional de la vida, en el fondo, nos
dejan profundamente vacíos. Porque hay algo más profundo a lo que siempre
aspira el hombre: sólo una persona puede saciar verdaderamente al ser humano.
Se trata de ver
en Jesús de Nazaret algo más que una idea y un proyecto, algo más que un
programa de acción (= “algo”), es decir, hay que encontrar a Jesús como a una “persona
viva” (= “alguien”) que llena su espacio afectivo en los momentos supremos y en
las situaciones cotidianas. Desde el momento en que a Cristo se le encuentra
como “persona” —no como simple idea o como mero proyecto—, desde ese momento
no hay más remedio que “dialogar con él, estar con él”, en la presencia de
quien lleno de sentido. La vida
entonces adquiere su plena significación.
Es la “persona”
lo que está en juego. De la misma manera que la persona, en su relación al
«otro-semejante» termina en diálogo, en su relación al «Otro-Dios» termina en
oración. Y es entonces la oración lo que llena el espacio afectivo de la
persona en cuanto creyente.
Saludos cordiales.
Juan Manuel
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