Que el Dios Viviente viva: Un compendio de Teología de la Liberación
Xabier Pikaza
Nunca pensé que sería necesario volver al ABC de la teología de la segunda mitad del siglo XX. Para bien o para mal ante se sabía lo que significaba y quería. La criticaban muchos, porque estaba vida, la desarrollaban otros, porque querían que estuviera más viva todavía.
Pero han pasado los decenios (poco más de cincuenta años...) y corre el riesgo de caer en el olvido, pues muchos cristianos parecen ocupados en temas de mera supervivencia, en un tipo de nuevo fascismo eclesial (y político), en contra del evangelio y de las esperanzas que quiere sembrar el papa Francisco.
Por eso es bueno volver a los fundamentos, en la línea de lo que he venido haciendo en mis Diccionarios (de la Biblia, de Pensadores cristianos) y de algunos otros libros, no para demostrar o imponer algo que no se supiera, sino para caminar y acompañar en el camino a los que quieran seguir caminando con el Dios samaritano, con el Cristo de Mt 25, 41-56 (¡tuve hambre y me disteis de comer, fui extranjero y me acogisteis...!).
La teología de la liberación no está muerta, es ahora cuando puede y deber ponerse a caminar de nuevo, con el Buen Samaritano del Evangelio de ayer, con el Dios que se encarna en la historia de amor y libertad del mundo. Por eso es bueno volver a los fundamentos, como en esta reflexión de conjunto que está inspirada en el libro D. Groody, Globalización, espiritualidad, justicia (VD, Estella 2008), un autor norteamericano que sabe pensar superando desde dentro los principios de globalización del Imperio, buscando una más honda globalización del amor que acoge, acompaña, sirve y goza.
Para los autores particulares, desde G. Gutiérrez hasta L. Boff, desde Ellacuría a Sobrino, desde R. Muñoz a Dussel pueden consultarse las entradas correspondientes de mi Diccionario de pensadores Cristianos. De un modo o de otro he conocido a todos ellos (y en especial a los seis que aquí cito, con los que he mantenido cierta relación). No soy sólo un expositor de lo que dicen, sino también un testigo.
Punto de partida
En términos generales, la teología de la liberación es un camino para pensar sobre Dios en nuestro mundo contemporáneo, desde la perspectiva de aquellos que han quedado fuera de los beneficios de la economía dominante. Es también un movimiento social que quiere expresar vitalmente aquello que significa ser cristiano en un mundo de pobreza.
Ciertamente, la teología de la liberación no es una teología monolítica, ni una teología que está ya plenamente formada; pero, en su fondo, ella quiere responder a algunas cuestiones fundamentales: ¿Cómo se puede proclamar el evangelio de manera que los pobres crean que Dios les ama, teniendo en cuenta, de un modo especial, que gran parte de las cosas que ellos experimentan a diario son de hecho una negación de amor? ¿Cómo pueden convertirse los pobres, como tales, en participantes activos de la misión de la Iglesia, en vez de ser simplemente sujetos pasivos de ella? Pero antes de responder a esas cuestiones con más profundidad, será importante que definamos de un modo más preciso lo que queremos decir cuando hablamos de “liberación”.
En el discurso teológico contemporáneo, “liberación” es otra palabra para referirse a la “salvación”. Tanto “salvación” como “liberación” tratan del deseo de Dios que quiere liberar al pueblo del pecado, de la opresión y, en último término, de la muerte. Pero la palabra “salvación” se emplea con frecuencia para aquello que sucederá después de la muerte, en la otra vida; por el contrario, la teología de la liberación se ocupa también de aquello que sucede en la vida futura, pero se fija preferentemente en algo que se realiza en este mundo, en la historia. Ciertamente, en tiempos anteriores, muchos teólogos tendían a marcar distinciones estrictas entre este mundo y el mundo futuro.
En contra de eso, los teólogos de la liberación insisten en trazar una conexión esencial entre el Reino de Dios sobre la tierra y el Reino de Dios en los cielos, entre lo secular y lo sagrado, entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe. Ellos afirman que sólo hay una historia, un Reino, un Dios y un proceso de salvación. Según eso, la liberación se ocupa de la acción de Dios en la historia, para liberar a los hombres y mujeres de todo aquello que les oprime precisamente ahora y al fin del tiempo.
Como dice Gustavo Gutiérrez, “la teología de la liberación trata de Dios. En último término, su único tema es el amor de Dios y la vida de Dios”. Ella examina la relación entre la salvación y el proceso histórico de la liberación humana, a la luz de la fe que busca justicia. Reconociendo al Dios de Jesucristo como el Señor de la historia y como el único en el cual se encuentra la verdadera y duradera libertad, la teología de la liberación habla de Dios y reflexiona sobre la experiencia humana, comenzando desde lo pobres y los insignificantes de la sociedad. Ella vincula un profundo sentido del don inmerecido y gratuito del amor de Dios con la urgencia de la solidaridad que ha de ofrecerse a aquellos a quienes la sociedad considera como menos importantes. En resumen, la teología de la liberación constituye una forma de hablar de Dios y de la salvación en un mundo de pobreza.
Nivel Social
En un nivel social, la liberación trata de la transformación de nuestras relaciones con los otros y de la transformación de las estructuras sociales que afectan negativamente a esas relaciones. Ella implica la eliminación de la dominación, del abuso y del sometimiento que degradan las interacciones humanas. La discriminación de otros, a causa de raza, género, cultura, religión o clase social, no es sólo una injuria contra las víctimas, sino que deshumaniza a los opresores. Cuando esa injusticia queda entretejida en la misma textura de la vida social, de tal manera que privilegia a unos excluyendo a otros, ella constituye una amenaza contra el desarrollo pacífico de la sociedad humana.
En un nivel social, la liberación quiere eliminar la pobreza y las causas estructurales de la pobreza. Dado que ella es una condición inhumana que afecta negativamente a las relaciones e impide el desarrollo de los seres humanos, la pobreza significa muerte, no sólo muerte final, sino también la muerte que brota de las condiciones deshumanizadoras de la miseria; de esa forma, la pobreza se experimenta como disminución de vida. La liberación social tiende hacia una visión de la sociedad que se basa en la dignidad humana, en el carácter igualitario de las relaciones humanas y en la preocupación por los miembros más vulnerables de la comunidad.
Nivel personal
En el nivel personal, la liberación se relaciona con las estructuras internas que influyen en nuestras relaciones con nosotros mismos y, de un modo consecuente, con otros. En este campo, ella implica la liberación de aquellos hábitos cognitivos y de aquellos modelos de personalidad que deshumanizan a los otros, tales como las actitudes de superioridad, el machismo, el racismo y otras mentalidades destructivas.
A veces, la liberación personal exige que se ayude a los pobres a cambiar la forma en que piensan sobre sí mismos, especialmente en el caso de que ellos vean su condición como un destino o, peor aún, en el caso de que la vean como algo que Dios mismo ha mandado. Paolo Freire habla de una “concienciación de los pobres” y, con esta palabra, se refiere al hecho de que, si no cambian la visión que tienen de sí mismos, los pobres nunca serán libres. Algunos teólogos de la liberación creen que uno de los mayores crímenes de la pobreza consiste en el hecho de que los pobres comienzan a internalizar los estereotipos negativos con los que viven, en su vida diaria. En ese plano, la conversión significa el redescubrimiento del designio original de la creación, según el cual, los hombres y mujeres están llamados a ser unos seres libres, dignificados, capaces de amar.
Nivel religioso
En el nivel religioso, la liberación trata de nuestra relación con Dios. En este plano, la liberación significa libertad respecto del pecado, que es la última fuente de la injusticia y de las opresiones. El pecado consiste en romper la amistad con Dios y con los otros, y la liberación es el proceso a través del cual se restauran los lazos de amistad que han sido destruidos por el pecado. La teología de la liberación considera que toda forma de opresión es pecadora, un ataque contra el amor. Sólo Dios, a través del amor redentor de Cristo, puede realizar esta liberación total de los seres humanos y conseguir la reconciliación completa en todos los niveles de nuestras relaciones.
En el nivel religioso, no sólo invita a los oprimidos, para que asuman un camino de conversión, sino también a los opresores. Esta liberación, que comienza en el corazón y transforma toda la persona, hace posible el nacimiento de aquello que la Gaudium et Spes llama “un nuevo humanismo”. En esta nueva creación, los hombres y mujeres se definen a sí mismos, primariamente, a través de sus relaciones con Dios y de su responsabilidad con sus hermanos y hermanas (GS 55). Según eso, la teología de la liberación no es tanto una nueva teología, sino una articulación nueva (contemporánea) de un tema antiguo, es decir, de la liberación o salvación de todos los pueblos, en todos los niveles de su existencia.
Para seguir leyendo:
http://blogs.periodistadigital.com/xpikaza.php/2016/07/11/p174912#more174912
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