lunes, 3 de junio de 2013

Una nueva forma de celebrar
José Manuel Bernal




La forma de presidir las celebraciones pontificias del papa Francisco se parece poco al estilo de los papas anteriores.  Nos tenían acostumbrados a otra forma de desenvolverse más hierática, más solemne, más convencional; sobre todo, más encorsetada y más rígida. No estoy refiriéndome al cumplimiento de las normas litúrgicas, por supuesto. Para eso está el prefecto de ceremonias que vela cuidadosamente de que el papa no se salte las normas. Me refiero al estilo, a la forma de estar y de moverse, al modo de mirar a la asamblea, a la manera de levantar las manos, de bendecir, de saludar, de dirigirse a los hermanos. Todo esto va más allá de las normas litúrgicas. 

Debo confesar que el estilo del papa Francisco nos ha llenado de asombro; ha sido una sorpresa para los que estábamos acostumbrados a los usos pontificios de antaño. No voy a remontarme a las ceremonias pontificias de los tiempos de Pío XII. Sólo estoy pensando en la liturgia papal del postconcilio; a las celebraciones que moderaron primorosamente los maestros Noé y Marini. Fueron siempre celebraciones modélicas, ajustadas siempre con exquisitez a las normas renovadas del Concilio. En principio, yo no tendría que apuntar reserva alguna sobre esas celebraciones. 

El estilo, en cambio, de esas liturgias sí que merece algún comentario. No voy a referirme al tono del conjunto, que siempre destacó por su preciosismo, su exquisitez y pulcritud, por el ajustado ritmo de su desarrollo; aunque también por un cierto artificialismo convencional. Quiero prestar atención al estilo de los celebrantes. Cada uno de esos papas tuvo su proprio carisma. Salta a la vista que no podemos catalogar del mismo modo a Pablo VI y a Juan Pablo II y a Benedicto XVI. Sin embargo, hay algo común en lo que estos papas coinciden al presidir las celebraciones. Me refiero a un cierto hieratismo solemne en la forma de presentarse; a una cierta pose en sus gestos y movimientos; a un cierto sacralismo moderado en la forma de andar, de levantar las manos, de bendecir, de saludar; una cierta pasividad, también, en el modo de actuar, pendientes siempre de las indicaciones del prefecto de ceremonias, lo cual ha mermado siempre la naturalidad, la flexibilidad y la espontaneidad de los papas al presidir una celebración.

El papa Francisco está rompiendo todos los moldes. Su imagen es completamente distinta: más cercana, menos ampulosa, más espontánea, quizás hasta más amable. A los liturgistas clásicos no nos resulta cómodo encajar el estilo de Francisco. Sus gestos son opacos, su voz escasa, sus saludos poco expresivos. Su actuación pierde grandiosidad, pero gana en profundidad. A la postre, contemplando el conjunto, uno debe reconocer que se han acortado distancias, se está agudizando la comunicación con la asamblea, los hermanos se sienten más concernidos, más implicados en la celebración. Sobre todo, las celebraciones del papa Francisco están ahondando en el nivel de profundidad, de interiorización, de seriedad. La profundidad religiosa interiorizada, está ganando la batalla al boato y al ceremonialismo. 

No es cuestión de introducir aquí comparaciones odiosas, ni de emitir juicios de valor. Nadie pretende aquí, por supuesto, criticar a unos y ensalzar a otros. Hay que reconocer con serenidad la riqueza del pluralismo y de la variedad de estilos. Todo es válido y todo tiene sentido. Nos debemos resistir a la fijación de estilos fijos, modélicos. Hay que aceptar la variedad de perfiles, de talantes; hay que valorarlos y apreciarlos. 

El estilo del papa Francisco no coincide con el perfil de los pontífices anteriores. Seguramente los liturgistas dirán que el papa Francisco no se distingue precisamente por ser un gran liturgo. Sus formas no se ajustan a los cánones convencionales. Sin embargo debemos reconocer que en su modo de presidir se transmite un alma, un halo de profundidad y de misterio. El papa, con su actitud concentrada y humilde, invita al recogimiento y a la oración, a la vivencia interiorizada de los gestos, a la escucha atenta de la palabra, al sentimiento de que Dios nos inunda con su presencia. 

El papa Francisco nos está descubriendo un nuevo modo de celebrar; nos está descubriendo una liturgia más sentida y envolvente; menos gestual, menos convencional, menos grandiosa; pero más libre, más espontanea, más cercana; en la cual la intensidad del misterio vivido y celebrado se manifiesta en expresiones medidas y escuetas. No hay gestos grandiosos, ni alardes; solo franqueza, interioridad y misterio.

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