ANIVERSARIO CON ESPERANZA
GABRIEL
Mª OTALORA,
En este mes se
cumple los cincuenta años de la muerte de Juan XXIII. Murió en una tarde de
junio en la que muchos, incluidos los no católicos, intuyeron que aquél hombre
había revolucionado la Iglesia del siglo XX abriéndola a la Modernidad, aunque
quizá demasiado tarde. La miopía de su antecesor, Pío XII, evitó una apertura
anterior al mundo. Al fin y al cabo, este era un pontífice de la "vieja escuela", un príncipe de la
Iglesia, sobre quien no han cesado de verterse críticas, en especial por sus
relaciones contemporizadoras con las dictaduras nazi y fascista, así como por
su talante claramente reaccionario en materia ideológica. Críticas que tuvieron
su réplica en las alabanzas de los sectores más conservadores y reaccionarios
del catolicismo.
Por este contraste, la figura de Juan XXIII se
hace más grande y es vista por una gran mayoría como el reflejo de la bondad de
Dios; no en vano ha sido llamado el “el Papa de la bondad” que irradiaba la paz
característica de quien confía siempre en el Dios de la misericordia. A nadie
le hubiera extrañado una más rápida beatificación (ocurrió en 2000) y un
proceso de canonización que todavía está casi varado, sobre todo en comparación
con otros modelos de cristiandad que han gozado de una sorprendente celeridad.
Su pontificado no llegó a cuatro años, pero entre lo que él hizo y Pablo VI
continuó, sobre todo en torno al Concilio Vaticano II, pocos periodos tan
cortos han logrado cambiar la orientación de la Iglesia católica hacia un
modelo más evangélico y coherente con la Buena Noticia de Jesús de Nazaret.
Dicen que hasta N. Kruschev, sucesor de Stalin como Secretario General del Partido Comunista soviético, se inclinó
ante su bondad.
Juan XXIII supo leer los signos de los tiempos enfrentándose con
los hechos de su sencillez a esa imagen que algunos han querido propalar de un
papa simple, poco intelectual y de transición, que desmerece su personalidad y
santidad. La bondad es cosa de inteligencias. Más aún, la mayor expresión de
inteligencia es ser buena persona. Solo con repasar la habilidad que tuvo el
papa Juan en su etapa de ocho años como nuncio en Bulgaria, Turquía, Grecia y
Francia, aquí lidiando con obispos colaboradores del régimen de Vichy, se puede
valorar su gran capacidad para solucionar problemas muy serios con tacto e
inteligencia. De hecho, algunos suspiraban por un Pio XII bis, pero su modelo
lejano y principesco era una rémora que requería volver a la actitud de
servicio y la cercanía evangélica. Con su nombramiento se conformaron pensando
en un papado de transición aunque lo que resultó fue una gran conversión
eclesial y esperanza universal.
El espíritu de su papado lo definió él mismo con el término de aggiornamento (actualización, puesta al
día), algo que recuerda mucho a los primeros cien días del papa Francisco. Otra
primavera en ciernes para una iglesia institución que mantiene su resistencia a
los signos de los tiempos sin abrirse a una nueva actualización, desprendida de
todo poder humano y pompa vaticana; que el poder no tiene valor cristiano, como
acaba de señalar Adolfo Nicolás, compañero de orden religiosa de Francisco,
pero en este caso en calidad de padre general de los jesuitas. Al loro.
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