jueves, 20 de junio de 2013

En Roma ponen trabas a la comunión 
en la mano
José Manuel Bernal 




Lo confieso con asombro. He podido ver atónito cómo, en una celebración romana en la plaza de san Pedro, presidida por el papa Francisco, numerosos sacerdotes, al distribuir la comunión, se negaban a depositar el pan consagrado en la mano abierta que el comulgante extendía para recibirlo, y les obligaban a sacar la lengua para comulgar. Para ello, un eclesiástico de alta compostura daba las órdenes oportunas. ¡Vivir para ver!

Aunque el tema ha sido tratado profusamente durante estos años, voy a permitirme apuntar unas reflexiones. Ante todo, deseo comentar que el tema ha sido objeto de vivas discusiones. Algunos lo plantean hasta con una cierta virulencia. Es lamentable. Es cierto, sin embargo, que la postura adoptada sobre el particular es reflejo de posicionamientos ideológicos muy significativos. Existe la falsa idea de que la comunión en la mano es una falta de respeto a la eucaristía, algo así como una irreverencia. Lo cual es absolutamente falso.

Quiero advertir, primero, que recibir el pan eucarístico en la mano es una costumbre que se remonta a la más venerable antigüedad. Se reconoce así en la Instrucción Memoriale Dominini, impulsada por Pablo VI (1969): «Es verdad que, según el uso antiguo, en otros tiempos se permitió a los fieles tomar en la mano este divino alimento y llevarlo a la boca por sí mismos». Los testimonios son numerosísimos. Aquí voy a citar solo dos. Uno de Cirilo de Jerusalén en el siglo IV: «Cuando te acerques a recibir el Cuerpo del Señor, no vayas con las palmas de las manos extendidas ni con los dedos separados, sino haciendo de tu mano izquierda como un trono para tu derecha, donde se sentará el Rey. Con la cavidad de la mano recibe el Cuerpo de Cristo y responde Amén» (Catequesis mistagógica V, 21). Otra cita es de Teodoro de Mopsuestia en el siglo V: «Acercaos a comulgar con los ojos bajos y las dos manos extendidas; la mano derecha es la que se alarga para recibir la oblación, y debajo se coloca la izquierda; y con esto se muestra gran reverencia», (Homilía XVI sobre la misa, 27).

Pablo VI, a través de la Memoriale Domini, reivindicó la legitimidad de la comunión en la boca, pero admitió al mismo tiempo la posibilidad de recibir la comunión en la mano si así así lo solicitan las Conferencias Episcopales correspondientes. Así lo hizo la Conferencia Episcopal Española en enero de 1976. A cuya solicitud correspondió la respuesta de la Congregación para el Culto Divino accediendo a la petición. Desde entonces los fieles españoles pueden comulgar en la mano. 

Las normas litúrgicas que regulan el modo de celebrar la eucaristía advierten lo siguiente sobre el modo de comulgar: «El que comulga recibe el sacramento en la boca o, en los lugares en que se ha concedido, en la mano, según prefiera» (Ordenación General del Misal Romano 161).

Este es el comportamiento que se está viviendo en nuestro país. Los fieles, según su sensibilidad, reciben el cuerpo del Señor en la boca o en la mano. Este modo de actuar viene practicándose en las iglesias españolas desde hace años y nunca ha sido causa de problemas especiales, de abusos o de irreverencias. Lo mismo ocurre en las iglesias de los países europeos. Nuestros fieles han ido aprendiendo a comportarse de manera correcta, no atrapando la hostia de la mano del sacerdote, sino abriendo la palma de su mano izquierda para recibir la eucaristía.

No entiendo ahora esa fijación que demuestran las escenas que todos hemos contemplado con desagrado desde la televisión. No nos parece apropiado desdeñar el gesto sencillo de los fieles abriendo su mano para recibir el pan eucarístico, para verse advertidos de improviso y de manera contundente para que abran la boca si quieren comulgar. Este comportamiento me resulta bochornoso, además de grotesco.

Hay que pensar, además, que a estas celebraciones masivas en la plaza de San Pedro asisten personas y grupos provenientes de todas las partes del mundo; de iglesias en las que, desde tiempo, existe una gran libertad para los fieles para poder recibir la eucaristía en la boca o en la mano, y un gran respeto por parte de los sacerdotes que, en un momento de tan hondo sentimiento religioso, ofrecen la eucaristía a los fieles sin cuestionar en absoluto el modo de hacerlo. Me resulta difícil de encajar que, en los albores de un pontificado que se nos antoja con aires de juventud y de frescura, reaparezcan resabios que recuerdan viejos comportamientos ya olvidados del pasado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario