domingo, 23 de junio de 2013

Mensajes cotidianos consoladores

Leonardo Boff


            Por más que estudiemos e investiguemos, tratando de descifrar los misterios de la vida y de discernir los designios del Creador, de hecho, somos guiados por unos pocos mensajes que solemos poner debajo del cristal de nuestra mesa o frente a nuestros escritorios. Son mensajes que leemos y releemos una y otra vez y tienen una fuerza secreta para sacarnos de la opacidad natural de la vida. Otras veces, son fotografías de nuestros seres queridos, de los padres, de hijos e hijas que amamos, y nos aligeran el trabajo a menudo cansado e incluso pesado.
            Hace apenas unos días vi en la mesa del director de un banco, una frase tomada de la Imitación de Cristo, libro que ilumina a muchas personas desde hace más de 800 años: "¡Oh luz eterna, superior a toda luz creada, lanza desde lo alto un rayo que penetre en lo más profundo de mi corazón. Purifica, alegra, vivifica e ilumina mi espíritu con todas sus potencias para que se una a Vos en transportes de pura alegría". Me dijo que durante el día reza a menudo esta oración, entre negociaciones, cálculos de tasas y porcentajes de interés de préstamos.
            Yo, por mi parte, he colgado enfrente de mi escritorio, donde paso muchas horas trabajando y escribiendo, varias tarjetas con mensajes que nunca dejan de inspirarme y consolarme.
            En primer lugar, una imagen tomada de la famosa Santa Faz de Jesús, pero retocada con rasgos fuertes. El rostro está desfigurado, la sangre goteando por su frente y el pelo desgreñado por la tortura. Los ojos son profundos, llenos de ternura y tienen tal fuerza que obligan a desviar la mirada. Parece que penetra el alma y nos hace sentir todo el sufrimiento de la humanidad sufriente en la cual Él está encarnado y sufre con nosotros, como decía Pascal, hasta el fin del mundo.
            A su lado, una foto de una querida hermana, que sostiene en sus brazos, en un gesto de Magna Mater, a su pequeño hijito, hermana arrancada de la vida a los treinta y tres años por un ataque cardíaco fulminante. Hay ahí tanta ternura y serenidad que cuesta contener las lágrimas. ¿Por qué se quiebra una flor antes de acabar de florecer? ¿Por qué? La respuesta no viene de ninguna parte. Sólo una fe que cree más allá de todo lo razonable soporta el tormento de esta pregunta.
          Justo encima, pegado al brazo de la lámpara, un mensaje en alemán que encontré cuando todavía estudiaba en el extranjero y que me ha inspirado durante toda esta fatigosa existencia: «Voy a pasar una vez por esta vida. Si puedo mostrar alguna amabilidad o proporcionar algo bueno a quien está a mi lado, quiero hacerlo ahora, no quiero dejarlo para más tarde o descuidarlo, porque no volveré a pasar por este camino otra vez ». Aquí se dice una verdad simple, sencilla y sabia.
          Viajo mucho por muchos medios y por muchos caminos. Uno nunca está libre de peligros. Cuántos son los que se van y nunca llegan. Y entonces leo una tarjeta frente a mí con una frase tomada del Salmo 91,11: “Dios ha mandado a sus ángeles que te guarden en todos tus caminos”. ¿No es consolador poder leer este mensaje como si hubiera sido escrito directamente para ti, justo antes de salir de viaje, sin poder saber si volverás sano y salvo?
          Todavía más consoladora es esta otra tarjeta, colocada en un portalápices, en la que Dios por medio del profeta Isaías me susurra al oído: "No temas, yo te he llamado por tu nombre, tú eres mío" (43,1). ¿Cómo temer? Yo ya no me pertenezco. Pertenezco a Alguien mayor que sabe mi nombre y me llama y me dice: "Tú eres mío". El alma se serena, las angustias de la existencia humana se calman, sólo resuena la palabra bendita: "Tú eres mío".
            Aquí hay algo que anticipa la eternidad cuando Dios nos revela nuestro verdadero nombre. Según el Apocalipsis, solamente Dios y cada persona conocen ese nombre, y nadie más. Ahí seguramente Dios repetirá: "tú eres mío", y la persona responderá: "yo soy tuya". Esta comunión del yo y del tú durará toda la eternidad, en una fusión sin distancia y sin límites por los siglos de los siglos, sin fin.

            ¿No serán, por cierto, cosas sencillas como éstas las que orientan nuestra vida y nos traen un poco de luz en medio de tanta penumbra y de preguntas sin respuesta?            

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