viernes, 14 de junio de 2013

Martín Gelabert Ballester, OP 
Iglesias sin mendigos



Es difícil encontrar mendigos en las puertas de las Iglesias de San Salvador. En las Iglesias españolas ocurre todo lo contrario: lo raro es que no haya mendigos en la puerta. Es muy fácil comprender el motivo: en las Iglesias de San Salvador no hay mendigos porque allí no tienen nada que sacar, porque los que entran en la Iglesia son tan pobres o más que ellos. Cuando uno se da un paseo por las calles de la capital y entra en alguna de sus Iglesias entiende la “conversión” de Monseñor Romero. Si la Iglesia no está con la gente, la Iglesia se queda sin gente. Y la gente del El Salvador es pobre en su gran mayoría. Por este motivo, o se está con los pobres o las Iglesias se quedan vacías. En otras palabras, nos quedamos sin pueblo y, por tanto, nos quedamos sin Iglesia, pueblo de Dios.



En El Salvador hay mucha religiosidad y también mucha competencia (por llamarlo de algún modo) religiosa. Desgraciadamente, además de las grandes y tradicionales confesiones protestantes, hay muchos grupos sectarios, apoyados por dinero norteamericano, con los que resulta difícil convivir eclesialmente y que, para colmo, van a pescar no en los caladeros de la gente no religiosa, sino entre la gente católica. Pero prefiero fijarme en otra cosa: todos los grupos religiosos en este país hacen, de una u otra manera, obra social. Y eso debería alegrarnos. La primera noche que dormí en San Salvador estaba cansado del viaje. Sobre las dos de la madrugada creí escuchar cantos religiosos. Al día siguiente me dijeron que se trataba de un grupo sectario que llevaba alimentos a la gente que dormía en la calle, y aprovechando la ocasión, les leían fragmentos de la Biblia y les cantaban canciones religiosas.



Los dominicos en El Salvador también hacemos obra social. Tenemos una ONG que ayuda a construir casas, y allí donde no los hay, construye escuelas y dispensarios y luego pide al gobierno que envíe maestros y médicos. Los miércoles, en la Iglesia de la Virgen del Rosario sorprende ver la Iglesia llena a la hora de la primera Misa, la de las 6.45. Llena de personas necesitadas, muchas ancianas, y muchas mujeres, que participan en la Eucaristía con interés, cantando, leyendo, haciendo oraciones espontáneas en el momento de la oración de los fieles, participando en la homilía, dándose la paz y comulgando. ¿Qué pasa un día laborable para que a tan temprana hora la Iglesia se llene? Pasa que ese día se reparten tres dólares a cada persona necesitada. Y algunas de ellas pasan después a las oficinas sociales anejas a la Iglesia donde también les reparten comida y les dan desayuno.


De pronto recordé que un tercio de la población mundial vive con menos de un dólar al día. Y pensé dos cosas: una, en la primitiva Iglesia la bandeja se pasaba para atender a las necesidades del clero, pero también para atender a las necesidades de los pobres de la comunidad. Y otra, ¿qué refleja una Iglesia con mendigos en sus puertas? ¿Y si en vez de en las puertas estuvieran dentro, porque dentro encuentran lo que necesitan?

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