lunes, 24 de junio de 2013

  Martín Gelabert Ballester, OP 
Creer en los milagros de forma coherente 



Hay creyentes que interpretan algunos acontecimientos poco corrientes y llamativos como milagros operados por Dios. Creer en los milagros es un modo de creer en Dios y de comprender que está con nosotros e interviene en la historia. Pero que Dios está con nosotros en todo momento debería ser obvio para cualquier creyente, puesto que es nuestro creador trascendente y permanente. Desde este punto de vista no hay nada más admirable. Cosa distinta es concebir a Dios como el que unas veces deja que las cosas sigan su curso natural y otras veces cambia el curso natural de los acontecimientos.



Afirmar que hay milagros supone situarse en una determinada actitud. Según como vivamos psicológicamente nuestra conciencia religiosa, diremos que hay milagros, aunque para el matemático o el físico, no los haya. Pero la buena pregunta es si quienes creen en los milagros son coherentes consigo mismos y con su propia fe en Dios. Por una parte, podemos afirmar que son coherentes en la medida en que expresan su fe en Dios, confesando que obra favorablemente en sus vidas y en su historia. En tal caso, podrían profundizar su fe admirando la bondad de Dios no sólo en un hecho que para ellos fue excepcional, sino también en todos los instantes de su vida y en la vida de las otras personas, momentos que son también dones maravillosos de Dios.



Hay un modo incoherente con la propia fe de creer en los milagros. Es el de aquellos que, al considerar un acontecimiento como milagro divino, suscitan (explícita o implícitamente) la pregunta de por qué Dios no obra de forma favorable con otras personas, especialmente con las que están en situación de extrema necesidad. ¿Acaso Dios solo manifiesta su bondad en ambientes religiosos y permanece silencioso ante el grito de los niños torturados en campos de concentración? Creer que Dios manifiesta mejor su bondad en determinados acontecimientos, equivale a decir que en otros no se manifiesta igual de bondadoso. Concebir así el milagro provoca la acusación de que Dios es injusto y partidario. No se puede creer coherentemente en el amor de Dios, permanente, universal y siempre fiel, si solo somos sensibles a sus manifestaciones en algunos hechos que nos sorprenden. ¿Cómo se puede creer en un amor universal si sólo lo reconocemos en favores particulares y selectivos?

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