sábado, 30 de julio de 2016
Mártires y oligarcas
En Rusia, la propiedad de medios a cargo de personajes con dinero somete la misión periodística a sus objetivos
Tres años antes de ser asesinada, Anna Politkovskaya se preguntó en un reportaje si valía la pena morir por el periodismo. En noviembre de 2003, Mijail Komarov, el editor adjunto de la edición de Riazán del periódico Novaya Gazeta, sobrevivió a un atentado. Atacado a fierrazos por sicarios hasta quedar inconsciente y sangrante, yacía un día después “en la estrecha cama típica de un hospital ruso sin recursos”, como anotó, pronta en llegar, la reportera Politkovskaya.
Komarov, “pálido y vendado” (con las vendas y medicinas que llevó su madre y que el hospital no solía proporcionar), hablaba a los otros pacientes sobre el deber de los medios “de no vacilar en la lucha contra la corrupción”. Su madre lo reprendía pidiéndole ser menos temerario.
Con pasión que Politkovskaya describe como “euforia post-traumática”, Komarov respondió a su madre que en la lucha por el bien son los bribones “los que deben temer cada semana lo que vamos a escribir sobre ellos, antes que nosotros a ellos”.
Cuando Komarov le repitió a Politkovskaya al despedirse que continuará escribiendo sin rendirse ni ceder, esta se preguntó nuevamente: “¿Vale la pena sacrificar tu vida por el periodismo? ¿Cómo lo decide cada uno de nosotros? Si el precio de la verdad es tan alto, quizá debiéramos parar y encontrar una profesión con menos riesgo. ¿Cuánto le importa [el sacrificio por la verdad] a la sociedad, por cuya causa nosotros trabajamos?”.
El día que la mataron, tres años después, el 7 de octubre de 2006, sin haber dejado de estar lista a pagar “el precio de la verdad” por alto que fuere, con la prosa intrépida y reveladora de sus reportajes, Politkovskaya conversó por teléfono con su madre, y esta le mencionó un epígrafe que la había emocionado, cuyo autor no conocía: “Hay años borrachos en la historia de los pueblos. Tienes que vivir a través de ellos, pero nunca puedes vivir en ellos”. La autora era Nadezhda Teffi, la gran escritora emigrada, le dijo Politkovskaya a su madre, pidiéndole que le marcara la cita. Quizá pensaba aún en ella cuando entró al ascensor de su edificio donde encontraron luego su cadáver junto a la pistola Makarov que usó el asesino.
¿Los kovernys y los oligarcas que los dirigen se preguntarían si vale la pena morir por el periodismo?
Desde el 2001, seis periodistas deNovaya Gazeta, incluida Politkovskaya, fueron asesinados.
El “precio de la verdad” no ha bajado en Rusia y tampoco la lucidez de los periodistas dispuestos a pagarlo. Pável Sheremet, asesinado este 20 de julio en Ucrania, reaccionó con este grito del alma al asesinato de Boris Nemtsov en 2015: “Amo a Rusia, pero odio al régimen actual. La sociedad está enferma y tendremos una gran catástrofe y conmoción”.
El periodismo tiene mártires en todo el mundo, pero pocos como los rusos escriben y reportan sobre la lucha moral, la convicción y el valor de que, contra lo que la realidad sugiere, o quizá por ella, las palabras que describen la verdad sobreviven y que eventualmente lograrán prevalecer. Pero hasta en Rusia ese tipo de periodistas es una pequeña minoría.
Reporteros sin Fronteras tiene como misión fundamental luchar por proteger a los periodistas y al periodismo. Normalmente sus publicaciones son denuncias y llamados a investigar y castigar intimidaciones, ataques, asesinatos contra periodistas.
Su última publicación, Los oligarcas se van de compras, es un reporte de 59 páginas rebosantes de la información que indica que las amenazas mayores al periodismo no provienen ahora solo de tiranos, gángsters y corruptos —de fuera, en suma— sino desde dentro de los propios medios. En Los oligarcas se van de compras, RSF describe cómo personajes con dinero y poder “acaparan grupos de medios de comunicación cuando no sucede que simple y llanamente se apoderen de todo un paisaje mediático. Estos oligarcas […] no compran medios de comunicación con el fin de aumentar el pluralismo sino para ampliar su campo de influencia o el de sus amigos […] [y poner los medios] al servicio de otras actividades”.
Los actuales oligarcas dueños de medios rusos tienen en común estarperfectamente alineados con el Gobierno de Putin. Aprendieron a tiempo la lección y no tuvieron que mirarse en el espejo de Boris Berezovski, Mijail Jodorkovski o Vladimir Gusinski. Sus periodistas sirven a los oligarcas y estos a Putin y su Gobierno.
Como en Rusia los dramas suelen ser más profundos, los protagonistas más intensos, ilustran mejor un problema mundial: el de los oligarcas cuya propiedad concentrada de medios representa no solo masivos conflictos de interés y subordinación de la misión periodística a los objetivos de aquellos, sino —como lo puntualiza Reporteros sin Fronteras— una de las mayores amenazas actuales al periodismo libre. Adquiridos antes que tomados a la fuerza (por lo general), los medios se subordinan pronto a los intereses de su nuevo dueño, que solo excepcionalmente suponen un buen periodismo y con frecuencia todo lo contrario. Desde Berlusconi hasta Murdoch, el inquietante club de oligarcas dueños de medios utiliza con mayor frecuencia, para domar sus redacciones, la oficina de recursos humanos antes que los sicarios con Makarov, pero los resultados, la feroz entropía del periodismo libre, son parecidos.
El escenario de los actores en redacciones sometidas fue descrito por Politkovskaya en sus meses finales de vida: “El Koverny fue antaño un payaso ruso cuyo papel era hacer reír al público mientras cambiaban el escenario del circo entre un acto y otro. Si no lograba hacer reír era pifiado por la gente y despedido por la gerencia. […] Casi toda la generación actual de periodistas rusos y las secciones de medios masivos que han sobrevivido hasta hoy son […] un gran grupo de kovernys”.
¿Los kovernys y los oligarcas que los dirigen se preguntarían si vale la pena morir por el periodismo? Claro que no, pero no solo en Rusia, es difícil pensar que pertenezcan a la misma profesión que Sheremet y Politkovskaya.
Tres años antes de ser asesinada, Anna Politkovskaya se preguntó en un reportaje si valía la pena morir por el periodismo. En noviembre de 2003, Mijail Komarov, el editor adjunto de la edición de Riazán del periódico Novaya Gazeta, sobrevivió a un atentado. Atacado a fierrazos por sicarios hasta quedar inconsciente y sangrante, yacía un día después “en la estrecha cama típica de un hospital ruso sin recursos”, como anotó, pronta en llegar, la reportera Politkovskaya.
Komarov, “pálido y vendado” (con las vendas y medicinas que llevó su madre y que el hospital no solía proporcionar), hablaba a los otros pacientes sobre el deber de los medios “de no vacilar en la lucha contra la corrupción”. Su madre lo reprendía pidiéndole ser menos temerario.
Con pasión que Politkovskaya describe como “euforia post-traumática”, Komarov respondió a su madre que en la lucha por el bien son los bribones “los que deben temer cada semana lo que vamos a escribir sobre ellos, antes que nosotros a ellos”.
Cuando Komarov le repitió a Politkovskaya al despedirse que continuará escribiendo sin rendirse ni ceder, esta se preguntó nuevamente: “¿Vale la pena sacrificar tu vida por el periodismo? ¿Cómo lo decide cada uno de nosotros? Si el precio de la verdad es tan alto, quizá debiéramos parar y encontrar una profesión con menos riesgo. ¿Cuánto le importa [el sacrificio por la verdad] a la sociedad, por cuya causa nosotros trabajamos?”.
El día que la mataron, tres años después, el 7 de octubre de 2006, sin haber dejado de estar lista a pagar “el precio de la verdad” por alto que fuere, con la prosa intrépida y reveladora de sus reportajes, Politkovskaya conversó por teléfono con su madre, y esta le mencionó un epígrafe que la había emocionado, cuyo autor no conocía: “Hay años borrachos en la historia de los pueblos. Tienes que vivir a través de ellos, pero nunca puedes vivir en ellos”. La autora era Nadezhda Teffi, la gran escritora emigrada, le dijo Politkovskaya a su madre, pidiéndole que le marcara la cita. Quizá pensaba aún en ella cuando entró al ascensor de su edificio donde encontraron luego su cadáver junto a la pistola Makarov que usó el asesino.
¿Los kovernys y los oligarcas que los dirigen se preguntarían si vale la pena morir por el periodismo?
Desde el 2001, seis periodistas deNovaya Gazeta, incluida Politkovskaya, fueron asesinados.
El “precio de la verdad” no ha bajado en Rusia y tampoco la lucidez de los periodistas dispuestos a pagarlo. Pável Sheremet, asesinado este 20 de julio en Ucrania, reaccionó con este grito del alma al asesinato de Boris Nemtsov en 2015: “Amo a Rusia, pero odio al régimen actual. La sociedad está enferma y tendremos una gran catástrofe y conmoción”.
El periodismo tiene mártires en todo el mundo, pero pocos como los rusos escriben y reportan sobre la lucha moral, la convicción y el valor de que, contra lo que la realidad sugiere, o quizá por ella, las palabras que describen la verdad sobreviven y que eventualmente lograrán prevalecer. Pero hasta en Rusia ese tipo de periodistas es una pequeña minoría.
Reporteros sin Fronteras tiene como misión fundamental luchar por proteger a los periodistas y al periodismo. Normalmente sus publicaciones son denuncias y llamados a investigar y castigar intimidaciones, ataques, asesinatos contra periodistas.
Su última publicación, Los oligarcas se van de compras, es un reporte de 59 páginas rebosantes de la información que indica que las amenazas mayores al periodismo no provienen ahora solo de tiranos, gángsters y corruptos —de fuera, en suma— sino desde dentro de los propios medios. En Los oligarcas se van de compras, RSF describe cómo personajes con dinero y poder “acaparan grupos de medios de comunicación cuando no sucede que simple y llanamente se apoderen de todo un paisaje mediático. Estos oligarcas […] no compran medios de comunicación con el fin de aumentar el pluralismo sino para ampliar su campo de influencia o el de sus amigos […] [y poner los medios] al servicio de otras actividades”.
Los actuales oligarcas dueños de medios rusos tienen en común estarperfectamente alineados con el Gobierno de Putin. Aprendieron a tiempo la lección y no tuvieron que mirarse en el espejo de Boris Berezovski, Mijail Jodorkovski o Vladimir Gusinski. Sus periodistas sirven a los oligarcas y estos a Putin y su Gobierno.
Como en Rusia los dramas suelen ser más profundos, los protagonistas más intensos, ilustran mejor un problema mundial: el de los oligarcas cuya propiedad concentrada de medios representa no solo masivos conflictos de interés y subordinación de la misión periodística a los objetivos de aquellos, sino —como lo puntualiza Reporteros sin Fronteras— una de las mayores amenazas actuales al periodismo libre. Adquiridos antes que tomados a la fuerza (por lo general), los medios se subordinan pronto a los intereses de su nuevo dueño, que solo excepcionalmente suponen un buen periodismo y con frecuencia todo lo contrario. Desde Berlusconi hasta Murdoch, el inquietante club de oligarcas dueños de medios utiliza con mayor frecuencia, para domar sus redacciones, la oficina de recursos humanos antes que los sicarios con Makarov, pero los resultados, la feroz entropía del periodismo libre, son parecidos.
El escenario de los actores en redacciones sometidas fue descrito por Politkovskaya en sus meses finales de vida: “El Koverny fue antaño un payaso ruso cuyo papel era hacer reír al público mientras cambiaban el escenario del circo entre un acto y otro. Si no lograba hacer reír era pifiado por la gente y despedido por la gerencia. […] Casi toda la generación actual de periodistas rusos y las secciones de medios masivos que han sobrevivido hasta hoy son […] un gran grupo de kovernys”.
¿Los kovernys y los oligarcas que los dirigen se preguntarían si vale la pena morir por el periodismo? Claro que no, pero no solo en Rusia, es difícil pensar que pertenezcan a la misma profesión que Sheremet y Politkovskaya.
“Juntos vivieron y juntos murieron”, de Sergio Lucero
Un delicioso pero doloroso libro
sobre los mártires palotinos
"Es prosa, es poesía y se mete con delicadeza y compromiso en un género poco recorrido: la prosa poética"
El libro es tan delicioso como doloroso; atraviesa sin contradicciones el gozo del diálogo con Dios en la intimidad del uno a uno
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Juntos vivieron y juntos murieron
Virginia Bonard
.- Me gustaría convenir con los lectores de este comentario que el abordaje de un libro es un viaje. El "hacia dónde" nos lleva ese viaje está sujeto a variables con múltiples e insospechadas combinatorias: la propuesta tanto del autor, como de la historia y del propio bagaje del aleatorio lector. Y también cuántos condimentos más que no estoy considerando: entorno, formación, información, sorpresa...
El viaje en palabras al que invita Juntos vivieron y juntos murieron de Sergio Lucero es prosa, es poesía y se mete con delicadeza y compromiso en un género poco recorrido: la prosa poética.
Lucero escribe sobre una historia trágica -enmarcada en la gran historia trágica de la última dictadura militar que vivimos en la Argentina- que ya está andando caminos martiriales. Publiqué una nota en la agencia Telam ante los 40 años de acontecidos los asesinatos, de la que les comparto un párrafo como para contextualizar:
Hace 40 años, un 4 de julio de 1976 fueron asesinados los sacerdotes Alfredo Leaden, Pedro Dufau y Alfredo Kelly, y los seminaristas Salvador Barbeito y Emilio Barletti, todos miembros de la comunidad palotina con sede en la parroquia San Patricio del barrio de Belgrano en Buenos Aires.Nuestra Argentina atravesaba con dolores, desgarros, indiferencias, eufemismos y silencios esos tiempos violentos. En tanto que la Iglesia católica universal respiraba vientos de cambio que habían nacido en el Concilio Vaticano II y que las oleadas latinoamericanas que llegaban de las conferencias organizadas por el Consejo Episcopal Latinoamericano ofrecían con los condimentos necesarios y propios de la interpretación local.
Con este marco ya puedo decir que el libro es tan delicioso como doloroso; atraviesa sin contradicciones el gozo del diálogo con Dios en la intimidad del uno a uno y se expande cuando plantea preguntas que interpelan directo a la zona de interrelación con los otros. Hay otros y hay que hacerse cargo.
El prólogo, escrito por el padre Rodolfo Capalozza, sacerdote palotino quien sobrevivió a la terrible noche mortal porque optó por ir a pernoctar a la casa de sus padres, es testimonio vivo y puro de quien conoció a los 5 y se preguntó a sí mismo "por qué" hasta que un día la respuesta llegó contundente cuando encontró el "para qué". Les sugiero ver el siguiente video donde el mismo padre Capalozza cuenta su historia:
Como vivo y escribo desde Buenos Aires, me gustaría trasladarles (siempre será poquito lo que añada; leerlo y atravesarlo es un viaje dentro del viaje) la belleza del poema del inicio: Calle Estomba.
La calle Estomba es una hermosa calle del barrio (catastralmente) de Villa Urquiza pero en la estética y otras semánticas e interpretaciones sociales pertenece al barrio de Belgrano. Los árboles, las casas de una o dos plantas como mucho, arquitecturas amigables, los colores, las veredas, los perfumes (aun en invierno) se alzan invitantes a caminar y seguir la marcha sin perder detalles. Al llegar a la intersección con la calle Echeverría (también tan linda a los ojos y todos los sentidos) aparece el templo de San Patricio, parroquia donde acontecieron la violencia y la muerte x 5.
Este poema-puerta se expresa así y cito fragmentitos: "Qué se mira a través de las ventanas de las casas que están en la calle Estomba", "El amor es eterno en algunas baldosas de la calle Estomba", "pero acá, en la calle Estomba, el amor es perfecto, como solo es el Amor", "En la calle Estomba hay decenas de balas que son clavos de la cruz", "Todos los caminos conducen a Roma/pero hay uno, solo uno, que te desvía del imperio", "El mundo entero pasa por esa esquina, la totalidad de la historia pasa por ahí, el evangelio de Juan entra completo".
¿Viajaste, ocasional lector, aunque sea un poco, conmigo, en este mapa escaso, casi pobretón, pero voluntarioso de esas calles?
El libro sigue dividido en tres partes: Tiempos de cambios, La última oración de Alfie y Que todos sean uno. Tiene fotos, las expresivas ilustraciones de Roberto Frangella (el mismo artista que fue factótum de los murales que a unas calles de distancia de laparroquia San Patricio relatan esta historia que "no para de nacer" como dice Bersuit Vergarabat en su "Murguita del Sur") y una oración al final cuyo autor es el padreMamerto Menapace que da gusto rezar con conocimiento de las causas.
Buen tiempo invertido en una buena lectura asegurada.
Testigos de la Vida:
Jesús, Kolbe, Francisco... (miles de judíos)
Xabier Pikaza
Este imagen recoge un momento clave del testimonio de Francisco en la habitación de Maximiliano Kolbe, en Polonia:
El papa Francisco, sentado y a oscuras, reza en silencio, en la celda que ocupó San Maximiliano Kolbe, en el campo de exterminio de Auschwitz...
San Maximiliano Kolbe, hermano de Francisco de Asís, dio testimonio de su fe, regalando su vida a un compañero, como Jesús, que regaló su vida a todos los hombres, siendo así testigo de Dios, que es Vida que se da gratuitamente.
Junto a esa habitación de Kolbe, están los barracones y las cámaras donde miles y miles de Judíos y de otros perseguidos por los nazis fueron testigos de la Vida de Dios, de la gracia de la vida. No puedo citar nombres de judíos (de cristianos, comunistas, anarquistas, gitanos...). La mayoría fueron judíos, por eso les quiero hoy recordar, con M. Kolbe, con el Papa Francisco.
Éste es para los auténticos cristianos, judíos y musulmanes, el más hondo testimonio de la Verdad: El Don de la Vida, como signo de Dios, para que otros vivan.
Biblia judía, Biblia Cristiana. La verdad del testimonio
La verdad bíblica (cristiana) es la verdad del testimonio, no la del razonamiento, como puede ser la la verdad filosofía, ni es la verdad de una mayoría "democrática", ni la del triunfo de algunos privilegiados.
La Biblia no demuestra ni impone, sino que ofrece el testimonio personal de aquello que han visto y vivido en su camino unos hombres y mujeres que no tienen más tarea ni mérito que el ser testigos de Dios con su vida.
Por eso, la Biblia cristiana es un libro narrativo, que cuenta, describe, recuerda el testimonio de aquellos que han muerto por ser fieles a su verdad, sin violencia, sin venganza. Por eso, los creyentes de la Biblia (judíos y cristianos, incuso musulmanes) son ante todo mártires, que ofrecen a los demás el testimonio de su vida, y lo hacen de un modo fidedigno.
-- Esto es lo que hicieron los judíos, en los momentos más duros de su historia, en Babilonia (siglo VI a.C.), en tiempo de los macabeos (II a.C.), en los años de establecimiento de la Iglesia, impulsada (creada) por los testigos de Jesús.
-- Esto es lo que han hecho y quieren hacer los cristianos, con Jesús, que ha sido eliminado (crucificado) simplemente porque era testigo de Dios. No quiso tener otro título. Quiso ser y fue testigo de Dios con su vida.
-- Eso es lo que quiso ser Maximiliano Kolbe, que fue simplemente un cristiano, un testigo del Dios de Jesús, que "regaló" su vida (como Jesús) a otra persona que tenía ocupaciones familiares más urgentes. En la habitación de Kolbe, un cristiano del siglo XX, testigo del Dios de Jesús, dios de la vida reza el Papa Francisco.
Testigos de Dios
Los cristianos (con todos los hombres religiosos...) quieren ser personas que han visto y tocado a Dios (es decir, al Absoluto, al Amor original), en el sentido más hondo de su vida, a través de un “tacto” superior, centrado en la humanidad del Cristo, “pues a Dios nadie le ha visto…, pero aquel que estaba en el seno del Padre nos lo ha manifestado…” (Jn 1, 18).
Por eso, como dice Jn 19, 35, el evangelio es la obra y recuerdo de unos testigos, que han vista a Jesús, y al verle (al escucharle y seguirle, al tocarle y compartir con él los caminos de la vida) han descubierto que estaban viendo a Dios.
‒ Testigos del Dios de la alianza. Los judíos mantienen de esa forma el testimonio del “Yo soy”, del Dios que se hace presente y actúa por ellos, de manera que son hombres y mujeres de “memoria”. Lógicamente, no han tenido que apelar a razones, ni han podido imponer su religión a través del poder político o del influjo social, sino que se han limitado a mantener la memoria (zakar, zikkaron) de aquello que Dios ha realizado en ellos, a fin de que no se olvide nunca. Otros pueblos han ofrecido otras aportaciones culturales, sociales, económicas o militares. Los judíos, en cambio, han querido ser y han sido, básicamente, testigos de una presencia de Dios, de quien se sienten enviado.
«Vosotros sois mis testigos, dice Yahvé: sois mis servidores a quienes yo escogí, para que me conozcáis y me creáis, a fin de que entendáis que Yo Soy. Antes de mí no fue formado ningún dios, ni lo será después de mí. Yo, yo Yahvé; fuera de mí no hay quien salve. Yo anuncié y salvé; yo proclamé, y no algún dios extraño entre vosotros. Vosotros sois mis testigos, y yo soy Dios, dice Yahvé» (Is 43, 10-13). Estas palabras describen bien la identidad israelita: vosotros mis testigos, y yo Dios).
‒ Testigos mesiánicos del Dios de Jesús. Por su parte, el Nuevo Testamento mantiene el testimonio judío, y lo actualiza por Jesús, testigo fiel (o` ma,rtuj( o` pisto,j, Ap 1, 5), aquel que ha venido a ofrecer sobre la tierra (dentro de la historia) el recuerdo pleno de Dios. De esa forma ha culminado y cumplido el camino de fe de los israelitas fieles a la palabra Dios, definiendo ya de un modo pleno su sentido:
«La fe es la fundamento, la sub-stancia (hypostasis) de las cosas que se esperan y la comprobación de los hechos que no se ven. Por ella dieron testimonio (evmarturh,qhsan) los antiguos… ». (Heb 11, 2). «Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan gran nube de testigos, despojémonos de todo impedimento, y del pecado que tan fácilmente nos enreda, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el iniciador y consumador de la fe, que es Jesús (Heb 12, 1-2).
Jesús no es por tanto un filósofo que razona, sino un testigo de la fe, alguien que da testimonio de ella, de manera que aquellos que le siguen pueden confiar en él, vinculándose de esa manera a Dios. Por eso, se le llama “testigo fiel (Martir Pistón; Ap 1, 5; cf. 3, 14), mártir de Dios en quien ha confiado, proclamando e iniciando en su nombre el Reino.
Así nos muestra con su vida el valor de la fe, de manera que también nosotros podamos mantener el buen testimonio de Dios, como él lo mantuvo ante P. Pilato (cf. 1 Tim 6, 13). Lógicamente, los cristianos han de ser ante todo mártires/testigos de Jesús “en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra” (cf. Hch 1, 8; cf. 2, 32; 3, 15).
Si no hubieran mantenido el testimonio de su alianza especial con Dios a través de los siglos, los judíos habrían desaparecido, como lo han hecho la mayoría de los pueblos y culturas de los siglos VII a.C. al I d.C. Por trasmitir el recuerdo activo de Dios, ellos han seguido existiendo y se han renovado, sin convertirse nunca en un fósil del pasado.
Por eso han conservado, comentado y cumplido los libros de su recuerdo (Sagrada Escritura), para avanzar con y por ellos hacia el futuro de la tierra prometida. Pero ellos siguen esperando todavía la llegada del tiempo mesiánico, cuando se experiencia y testimonio puede ofrecerse y compartirse entre todos los pueblos.
A diferencia de eso, los cristianos (con los musulmanes) creen que ha llegado el tiempo mesiánico, de forma que la experiencia de Jesús (en su caso el testimonio del Corán) puede abrirse a todos los pueblos de la tierra. En esa línea se mantiene y avanza la comunidad de Juan, a quien se llama el Discípulo Amado, por ser testigo de un amor universal. El testimonio de ese amor se expresa en un texto clave de su tradición:
“Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida…, lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos…” (1 Jn 21, 1-3).
Otras pretendidas verdades pierden su importancia, los argumentos se pueden manipular, las demostraciones falsearse… Sólo el testimonio de la vida permanece. Por eso, los seguidores de Jesús han de ser ante todo testigos y transmisores de aquello que han visto y oído y han tocado con sus propias manos”.
En este contexto se entiende el título supremo de Jesús: Ha sido y sigue siendo el testigo de Dios para aquellos que confían en él. Más tarde, con el influjo del pensamiento griego y de una administración eclesial de tipo más romano, los cristianos pueden haber dejado en segundo plano esta verdad del testimonio, para destacar la argumentación racional o la eficacia administrativa. Pero, conforme a la visión del conjunto de la Biblia y, en especial del Nuevo Testamento, el cristianismo sigue siendo la religión del testimonio, que se expresa de un modo privilegiado en el “martirio”, pues mártir es aquel que ofrece con su vida el testimonio de aquello en lo cree (incluso muriendo por ello).
(Tema tomado parcialmente de Gran Diccionario de la Biblia, Verbo Divino, Estella 2015).
Mons. Lozano destacó
la opción por los pobres
de monseñor Angelelli
Angelelli, el obispo de las periferiasver más
Gualeguaychú (Entre Ríos) (AICA): En una columna titulada “Asesinar al mensajero”, el obispo de Gualeguaychú, monseñor Jorge Lozano, destacó la figura de monseñor Enrique Angelelli, quien un 4 de agosto de hace 40 años fue asesinado en La Rioja por su compromiso con el Evangelio y la opción por los pobres. ”Angelelli fue un obispo entregado a la tarea misionera y cercano a los pobres y olvidados. Su predicación estaba fuertemente arraigada en su experiencia de encuentro con la gente y en la meditación asidua de la Palabra de Dios. De allí su conocido lema ‘con un oído en el pueblo y otro en el Evangelio’”, recordó.
En una columna titulada “Asesinar al mensajero”, el obispo de Gualeguaychú, monseñor Jorge Lozano, destacó la figura de monseñor Enrique Angelelli, quien un 4 de agosto de hace 40 años fue asesinado en La Rioja por su compromiso con el Evangelio y la opción por los pobres.
”Angelelli fue un obispo entregado a la tarea misionera y cercano a los pobres y olvidados. Su predicación estaba fuertemente arraigada en su experiencia de encuentro con la gente y en la meditación asidua de la Palabra de Dios. De allí su conocido lema ‘con un oído en el pueblo y otro en el Evangelio’”, recordó.
El prelado reconoció que la tarea de monseñor Angelelli “no le fue fácil” y aseguró que “su deseo de implementar el Concilio Vaticano II y el documento conclusivo de la Conferencia de Medellín (1968) le significaron resistencia y rechazos de algunos sectores de la Iglesia riojana”.
“Su cercanía con los pobres y acompañarlos en sus reclamos por la tierra, el trabajo, la justicia, le atrajeron el rechazo de los terratenientes, los poderosos y las Fuerzas Armadas”, sostuvo y trazó un panorama del contexto de país en aquel tiempo.
”El 24 de marzo de 1976, a través de un golpe de Estado, las Fuerzas Armadas asumieron el poder iniciando así el autollamado Proceso de Reorganización Nacional, y dando fin de ese trágico modo al gobierno democrático de María Estela Martínez de Perón. Los años previos habían estado marcados por atentados, secuestros y asesinatos. Los autores: grupos guerrilleros, paramilitares y la denominada Triple A, que enlutaron al país e instalaron un clima de violencia que se respiraba por todos lados”, detalló.
”El gobierno de las Fuerzas Armadas también estuvo marcado por secuestros, torturas, desapariciones y asesinatos. Hace poco (el 4 de julio) se cumplieron los 40 años de la masacre de San Patricio, en la cual fueron asesinados en esa Parroquia 3 sacerdotes y 2 seminaristas Palotinos”, recordó.
El obispo gualeguaychense advirtió que, en ese contexto país, el obispo Angelelli “estaba amenazado, lo que era algo que muchos conocían”, por lo que “se produjo una escalonada sucesión de hechos de violencia”.
“En la noche del 18 de julio de 1976 fueron secuestrados, torturados y asesinados dos sacerdotes: Carlos de Dios Murias y Gabriel Longueville. Ambos estaban en la Parroquia El Salvador, de Chamical. Pocos días después, el 25 de julio, también fue asesinado el catequista y miembro del Movimiento Rural Católico, Wenceslao Pedernera. Lo fueron a buscar a su casa, y cuando abrió la puerta, en esa noche, lo acribillaron a balazos. Era estrecho colaborador del obispo. El 4 de agosto, cuando viajaba llevando la denuncia del crimen de sus dos sacerdotes, se fraguó un accidente para asesinar a Angelelli”, subrayó.
Monseñor Lozano destacó que “nuestro hermano (Angelelli) comenzó a ejercer el ministerio sacerdotal en su Córdoba natal como asesor de la Juventud Obrera Católica (JOC) y la Juventud Universitaria Católica (JUC), ambas instituciones vinculadas a la Acción Católica. En 1961, con apenas 38 años de edad, San Juan XXIII lo nombra obispo auxiliar de Córdoba. Participó de varias de las sesiones del Concilio Vaticano II, que marcarían a fuego su experiencia de Iglesia. El 11 de julio de 1968 el Beato Pablo VI lo nombra obispo de La Rioja”.
”Se dedicó incansablemente a recorrer todas las comunidades, llegando también a algunos ranchos apartados y pobres. Convocó a la Primera Semana Pastoral, de la cual participaron laicos consagrados y sacerdotes”, añadió.
El prelado afirmó que monseñor Angelelli fue también poeta y citó un texto que el obispo riojano escribió para sus 25 años de sacerdote.
Por último, monseñor Lozano memoró que cuando se cumplieron 30 años del asesinato de monseñor Angelelli, el entonces cardenal Jorge Mario Bergoglio, por lo que consideró importante citar pasajes de la homilía que el hoy papa Francisco pronunció para aquella ocasión.+
Palabra del día
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El tradicional juego de la sortija se preserva en áreas
rurales del Río de la Plata
sortija
Desde hace miles de años, la forma de
la sortija llama la atención de los hombres a pesar de su simplicidad o tal
vez, precisamente, a causa de ella. El origen de la palabra sortija es el
latín sortícula, diminutivo de sors ‘suerte’, ‘destino’.
Pero los anillos se han usado, además, para adivinar la suerte, de modo que
en cierta época, a sortícula le cupo también ese significado. Por otra
parte, recordemos que los caballeros medievales se lanzaban a caballo a toda
velocidad en una difícil prueba que consistía en ensartar un anillo en la
punta de su lanza, un juego que practican hasta hoy los gauchos rioplatenses
o sus sucedáneos modernos.
La sortija conquistó fama entre los antiguos por el hecho de que no tiene
principio ni fin, por lo que los egipcios la adoptaron como símbolo del
carácter permanente de la unión matrimonial y hace más de tres mil
seiscientos años inauguraron en el valle del Nilo la costumbre del
intercambio de alianzas entre las parejas.
Se cuenta que Aníbal el Cartaginés, que por varias décadas fue el enemigo más
temido de los romanos, después de derrotarlos en la batalla de Cannas, a
orillas del río Aufidus (216 a. de C.), envió a Cartago tres arcas repletas
de anillos romanos de oro.
Otros envíos de
Ricardo Soca se pueden leer en En Perspectiva.
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