La enfermedad del fundamentalismo
Leonardo Boff
Todo
lo que está sano puede enfermar. La religión, al contrario de lo que dicen sus
críticos como Freud, Marx, Dawkins y otros, se inscribe dentro de una realidad
saludable: la búsqueda de la Última Realidad por el ser humano, que da un
sentido último a la historia y al universo. Esa búsqueda es legítima y se
encuentra atestiguada en las más antiguas expresiones del homo
sapiens/demens, pero puede conocer expresiones enfermizas. Una de ellas, la
más frecuente hoy, es el fundamentalismo religioso, que también se manifiesta
donde reina el pensamiento único en política.
El
fundamentalismo no es una doctrina en sí, sino una actitud y una forma de vivir
la doctrina. La actitud fundamentalista surge cuando la verdad de su iglesia o
de su grupo es entendida como la única legítima con exclusión de todas las
demás, consideradas erróneas y por eso sin derecho a existir. Quien imagina que
su punto de vista es el único válido está condenado a ser intolerante. Esta
actitud cerrada conduce al desprecio, a la discriminación y a la violencia
religiosa o política.
El
nicho del fundamentalismo se encuentra históricamente en el protestantismo
norteamericano de finales del siglo XIX cuando irrumpió la modernidad no solo
en lo tecnológico, sino también en las formas democráticas de convivencia
política y en la liberalización de las costumbres. En este contexto surgió una
fuerte reacción por parte de la tradición protestante, fiel a los ideales de
los «padres fundadores», todos procedentes del rigorismo de la ética
protestante. El término fundamentalismo está unido a una colección de libros
publicados por la Universidad de Princeton por los presbiterianos que llevaba
por título Fundamentals. A Testimony of Truth, 1909-1915 (“Los
fundamentos, el testimonio de la verdad”).
En
esta colección se proponía un antídoto a la modernización: un cristianismo
riguroso, dogmático, fundado en una lectura literalista de la Biblia,
considerada infalible e inequívoca en cada una de sus palabras, por ser
considerada Palabra de Dios. Se oponían a toda interpretación exegético-crítica
de la Biblia y a la actualización de su mensaje para los contextos actuales.
Esta
tendencia fundamentalista ha estado siempre presente desde entonces en la
sociedad y en la política norteamericana. Adquirió expresión religiosa en las
llamadas «electronic Churches», esas iglesias que se valen de los modernos
medios televisivos de comunicación que cubren el país de costa a costa y que
tienen otras semejantes en Brasil y en América Latina. Combaten a los
cristianos liberales, los que practican una interpretación científica de la
Biblia y aceptan los movimientos modernos de las feministas, de los
homoafectivos, de los que defienden la descriminalización del aborto. Todo eso
es interpretado por ellos como obra de Satanás.
La
vertiente política asimiló a la religiosa, uniéndola a la ideología política
del «destino manifiesto», creada después de la incorporación de
territorios de México por parte de Estados Unidos, según la cual los
norteamericanos tienen el destino divino de llevar claridad, los valores de la
propiedad privada, del libre mercado, de la democracia y de los derechos a
todos los pueblos, como lo afirmó el segundo presidente de Estados Unidos, John
Adams. Como rezaba la versión popular y política, los americanos son «el nuevo
pueblo escogido» que va a llevar a todos a la «Tierra de Emanuel, sede de aquel
Reino nuevo y singular que será concedido a los Santos del Altísimo» (K.
Amstrong, En nombre de Dios, Companhia das Letras, São Paulo 2001).
Esa
amalgama religioso-política ha dado origen a la arrogancia y al unilateralismo
en las relaciones internacionales de la política exterior norteamericana que
perdura también bajo Barack Obama.
Un
tipo semejante de fundamentalismo lo encontramos en grupos católicos
extremadamente conservadores que todavía sostienen que «fuera de la Iglesia no
hay salvación». Se afanan en convertir al mayor número de personas que pueden
para librarlas del infierno. Algunos grupos evangélicos, especialmente en
sectores de las iglesias carismáticas con sus programas de TV, revelan
discursos fundamentalistas, particularmente de cara a las religiones
afrobrasileñas, pues consideran sus celebraciones como obras de Satanás. De ahí
los frecuentes exorcismos y hasta invasiones de terreiros para
«purificarlos» del Exu.
El
fundamentalismo más visible tanto en grupos católicos como en algunos grupos
evangélicos se muestra en las cuestiones morales: son inflexibles ante los
problemas del aborto, las uniones de los homoafectivos, el empeño de las
mujeres por su libertad de decisión. Promueven verdaderas guerras ideológicas
en las redes sociales y medios de comunicación contra todos los que discuten
tales cuestiones, aunque estas formen parte de la agenda de todas las
sociedades abiertas.
Lamentablemente
tenemos una candidata a la presidencia de la República, Marina Silva, que
manifiesta un tipo de fundamentalismo que es el biblicismo. Hace una lectura
literalista de la Biblia, como si en ella se encontrase la solución de todos
los problemas. Como bien dijo el Papa Francisco, la Biblia antes que un
depósito de verdades es una fuente inspiradora para la iniciativas humanas
benéficas. Hay que ponerla detrás de la cabeza para iluminar la realidad, no
delante de los ojos, tapando así la realidad.
El
Estado brasilero es laico y pluralista. Acoge todas las religiones sin
adherirse a ninguna. Según la constitución no es lícito que una determinada
religión imponga a toda la nación sus puntos de vista. Una autoridad puede
tener sus convicciones religiosas pero no es por ellas, sino por las leyes como
debe gobernar. Existen cuatro evangelios, no solo uno. Y todos ellos conviven
entre sí en la diversidad de las interpretaciones que dan del mensaje de Jesús.
Es un ejemplo de la riqueza de la diversidad. El mismo Dios es la convivencia
eterna de Tres Divinas Personas que por el amor forman un sólo Dios. La
diversidad es fecunda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario