miércoles, 25 de septiembre de 2013

Perdidos en la historia
José Ignacio González Faus





Anécdotas de excursionistas perdidos (y rescatados) son material frecuente en nuestros informativos: el grupo dudaba, decidió seguir adelante; ante sospechas mayores, en lugar de volver atrás, intentó enderezar el camino por desvíos laterales, trepó con algunos riesgos… hasta que llega un momento en que no se sabe a dónde ir y no se puede volver atrás… Suerte que podemos echar mano del móvil para recabar ayuda. Pero a veces el episodio, ha de anotar algunas vidas humanas en su “debe”.

Es bueno que la anécdota nos resulte familiar porque es un parábola completa de la historia del género humano. Embarcados en una loca obsesión de progreso hemos ido adentrándonos por caminos desconocidos, al principio quizás convencidos de llegaríamos a buen puerto; más tarde con dosis crecientes de sospecha pero también con la obsesión de que ya no era posible volver atrás. Y la lección a sacar es ésta: todos los crímenes que cometemos para acelerar nuestro progreso, acaban enquistándose en nuestro mundo en forma de problemas si solución.

Problemas sin solución hay muchos: algunos tan fáciles como el hambre parecen insolubles. Recientemente, dramas como los de Egipto y Siria se han convertido en emblemas de estos callejones sin salida: malo es bendecir un golpe de estado cruento y malo es sostener a un dictador cruel. Malo es implicarse en aventuras bélicas oscuras y malo es permitir que quede impune la transgresión de algunas “líneas rojas”.

Pero además de constatar la falta de soluciones claras, y el peligro de buscar salidas falsas por la temeridad o por el pasteleo, convendría preguntarse por qué y cómo se ha llegado hasta ese callejón sin salida. Entonces descubriremos cuántos de esos problemas insolubles los hemos creado nosotros mismos a base de pasos en falso. Obama puede no ser personalmente un hipócrita. Pero resulta hipócrita oír a un jefe de estado proclamar lo intolerable de la muerte de miles de civiles inocentes (buen número de ellos niños) gaseados por las llamadas armas químicas, y no pararse un minuto a preguntar quién fabrica y vende esas armas cuyo uso estamos maldiciendo, cuando ese agente ha sido precisamente nuestro propio país. (Para no hablar sólo de USA, España cobró el año pasado 100 millones de euros por venta de armas a Egipto…).

Los productos de la técnica se fabrican para ser usados: y hacer nuestro negocio entregando armas a un país, con la esperanza de que luego no las use (o quizás que las regale a las Hermanitas de los pobres…) resulta tan ridículo como venderle a uno un jamón de jabugo con la condición de que luego no lo abra nunca (o, en todo caso, si lo abre que sea sólo para olerlo…).

Por supuesto, no percibimos la barbarie de estas contradicciones cuyo reconocimiento nos avergonzaría. Pero ello no es debido a que no sean atroces, sino a que la mayor salvajada puede convertirse en una evidencia cuando se ampara en una fuerte convicción social. Hace poco puse el ejemplo de las mujeres africanas que mutilan genitalmente a sus hijas. Nos parecerá increíble; pero no podemos argüir que esas mujeres sean malas madres desalmadas, quizá incluso quieren a sus niñas más que nosotros. 

¿Qué ha pasado pues? Pues que la convicción ambiental se ha convertido en evidencia de que las cosas ”son y han de ser así”. Y nosotros, por muy fatuamente ilustrados que nos creamos en nuestro primer mundo, somos tan incivilizados como esas madres africanas. Ellas practican sólo una clitoridectomía; nosotros practicamos una “humanotomía” (extirpación de lo humano) en nombre del progreso. Hora es pues de que comencemos a reconocer que estamos mutilando brutalmente al género humano. 

¿Cómo? Veamos algunos ejemplos: un sistema económico donde el capital tiene toda la primacía sobre el trabajo; un sistema político mundial donde no existe una autoridad global, como no sea ese fantoche impotente de la ONU que siempre llega tarde a todas partes y que no sirve para evitar conflictos sino para cohonestar los crímenes de los poderosos; la conversión de las armas en objeto de mercado y de comercio, cuando éstas deberían estar reservadas únicamente a esa autoridad mundial inexistente; y la conversión de la educación en un negocio en lugar de un derecho. Además estamos esquilmando la tierra y ahogando al planeta, pretendiendo que no hacemos más que emprender caminos audaces y creativos de progreso. Pero el progreso era otra cosa.

Luego podremos mirar con superioridad a esas incultas mujeres africanas y hasta prohibirles que hagan lo que hacen con sus hijas. Y bien está. Pero nosotros mutilamos a nuestros hijos con la misma inconsciencia que ellas a su niñas. Así hemos llegado a vernos perdidos en mitad de la marcha de la historia. Consecuencia de la tozudez en seguir caminando por una senda que decíamos nos llevaba al progreso, pero que no era más que la senda de un crecimiento económico cuantitativo.

Cómo salir de ahí, no lo sé: porque aquí no podemos llamar a ninguna central con ningún teléfono móvil, ni echar botellas al mar con algún mensaje para que nos vengan a sacar. Pero al menos, saber que vamos por mal camino, algo podría ayudarnos.





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