jueves, 19 de septiembre de 2013

 Martín Gelabert Ballester, OP 
El deber de dialogar con los no creyentes 



El pasado 11 de septiembre, el Papa Francisco escribió una carta al director del diario La Repubblica, respondiendo a algunas preguntas que el director, un no creyente, le había formulado desde las páginas del mismo diario. De esta carta me han interesado las dos razones, por las que según el Papa, el diálogo sincero y riguroso con los no creyentes es “un deber y algo valioso” para la Iglesia.



El primer motivo del diálogo es superar un triste malentendido que se ha producido con la llegada de la modernidad: la fe cristiana, que siempre ha querido ser luz para la vida humana, ha sido calificada como la oscuridad de la superstición que se opone a la luz de la razón. Esta mala comprensión ha conducido a la incomunicación entre la Iglesia y la cultura moderna. La consecuencia me parece evidente: si no hay comunicación no hay posibilidad de anunciar el Evangelio. Y sin anuncio del Evangelio, la Iglesia no tiene sentido. Por tanto, la primera interesada en superar el malentendido debe ser la propia Iglesia. ¿Cómo lo va a hacer? ¿Con discursos autorreferenciales o apelando al dogma? Será necesario escuchar, humilde y atentamente, las preguntas y hasta las críticas que desde la “no fe” se le formulan.



El segundo motivo es, si cabe, más interesante. Este diálogo, dice el Papa, no es accesorio o secundario. Dicho de otro modo: puede que no interese a los no creyentes, pero siempre interesa al creyente. Para justificarlo el Papa acude a una afirmación de la encíclica Lumen fidei: de lo que da testimonio la fe es de la verdad del amor. Sería una incoherencia dar testimonio del amor sin amor. Aquí la forma es tan importante como el contenido. “Está claro, dice la Lumen fidei, que la fe no es intransigente, sino que crece con la convivencia que respeta al otro. El creyente no es arrogante; por el contrario, la verdad le hace humilde, consciente de que, más que poseerla nosotros, es ella la que nos abraza y nos posee. Lejos de ponernos rígidos, la seguridad de la fe nos pone en camino, y hace posible el testimonio y el diálogo con todos”. Supongo que entiendo bien: arrogancias, rigideces, intransigencias son incompatibles con la fe y con el ser cristiano.

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