El cristianismo en pocas palabras
Leonardo Boff
No son pocos, cristianos o no, los que se preguntan: ¿qué quiere en definitiva el cristianismo? Cristo, de donde viene «cristianismo», ¿qué pretendió cuando pasó entre nosotros, hace ya más de dos mil años?
La respuesta debe, por un momento, olvidar todo el aparato doctrinario creado a lo largo de la historia e ir directamente a lo esencial. Y esto esencial debe poder expresarse de forma que el hombre de la calle pueda entenderlo.
Jesús no comenzó anunciándose a sí mismo o a la Iglesia. Anunció el Reino de Dios, que significa el sueño de una revolución absoluta que se propone transformar todas las relaciones que se encuentran deturpadas, en lo personal, en lo social, en lo cósmico y especialmente con referencia a Dios. Este Reino empieza cuando las personas se adhieren a este anuncio esperanzador y asumen la ética del Reino: el amor incondicional, la misericordia, la fraternidad sin fronteras, la aceptación humilde de Dios vivido como Padre de infinita bondad.
Además de proclamar el Reino de Dios, ¿cuál es la intención original de Jesús? Los apóstoles hicieron esta pregunta directamente a Jesús usando un rodeo lingüístico típico de aquel tiempo: «Señor, enséñanos a orar» (Lucas 11,1). Esto es lo mismo que pedir: «Danos un resumen de tu mensaje, ¿cuál es tu propuesta?». Jesús contesta con el Padrenuestro. Es la ipsissima vox Jesu: la palabra que salió indudablemente de la boca del Jesús histórico.
En esta oración está lo mínimo de lo mínimo del mensaje de Jesús: Dios-Abba y su Reino, el ser humano y sus necesidades. Más resumidamente: se trata del Padre nuestro y del pan nuestro en el arco del sueño del Reino de Dios. Aquí se encuentran los dos movimientos: uno hacia al cielo, y ahí encuentra a Dios como Abba, Padre nuestro querido y su proyecto de rescate de toda la creación (el Reino); otro hacia la tierra, y ahí encuentra el pan nuestro sin el cual no podemos vivir. Obsérvese que no se dice «mi Padre» sino «Padre nuestro»; ni «mi pan» sino «nuestro pan de cada día».
Solamente podemos decir amén si unimos los dos polos: el Padre con el pan. El cristianismo se realiza en esta dialéctica: anunciar a un Dios bueno porque es Padre querido que tiene un proyecto de total liberación y, al mismo tiempo, y a la luz de esta experiencia, construir colectivamente el pan como medio de vida para todos.
Sabemos de la tragedia ocurrida con Jesús. El Reino fue rechazado y su anunciador ejecutado en la cruz. Pero Dios tomó partido por Jesús: lo resucitó. La resurrección no es la reanimación de un cadáver sino la emergencia del «nuevo Adán» (l Corintios 15,45). La resurrección es la realización del sueño del Reino en la persona de Jesús como anticipación de lo que va a ocurrir con todos y con el universo entero.
La ejecución de Jesús y su resurrección abrieron un espacio para que surgiesen el movimiento de Jesús, las primeras comunidades a nivel familiar y local y, por fin, la Iglesia como comunidad de fieles y comunidad de comunidades.
Cristianismo. Lo mínimo de lo mínimo hace un recorrido de lo que significó el cristianismo en la historia, en sus momentos de sombras y de luces, hasta llegar al día de hoy con el desafío de encontrar su lugar en el proceso de mundialización de la humanidad. Esta se descubre viviendo en una única Casa Común, el planeta Tierra, ahora gravemente amenazado por una crisis ecológica generalizada que puede poner en riesgo el futuro de nuestra civilización, hasta la supervivencia de la especie humana.
El cristianismo puede aportar elementos salvadores porque Dios, según las Escrituras judeocristianas, es «el soberano amante de la vida» (Sabiduría 11,24) y no va a permitir que la vida y el mundo, asumidos por el Verbo, desaparezcan de la historia.
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