jueves, 26 de septiembre de 2013

El papa Francisco preocupa a la derecha católica
Bernardo Barranco V.



Desde que el Papa Francisco empezó a generar expresiones y declaraciones que anuncian cambios en la vida de la Iglesia, las corrientes conservadoras católicas han empezado a manifestar su inquietud. Después de sus mensajes en Brasil y la multientrevista en el avión de regreso a Roma, ahora el papa Francisco concede una extensa entrevista a la famosa revista jesuita Civiltà Cattolica, fundada en 1850, en la que continúa con sorprendentes revelaciones y actitudes para los necesarios cambios que requiere la Iglesia católica.

Para empezar, Francisco se deslinda de los sectores conservadores, su desmarque es contundente: Jamás he sido de derechas, dijo. Sin duda, dicho deslinde ha incomodado a los sectores que predominan en la estructura no sólo de la curia romana, sino de muchos episcopados, incluyendo a la conservadora jerarquía mexicana. Después de su viaje a Brasil, diferentes medios ultraconservadores pedían moderar las lecturas de los discursos del sumo pontífice y evitar malinterpretarlos, como muchos periodistas tendenciosos, que, según portales derechosos como Aciprensa, pretenden construir agendas que no son las de la Iglesia. Los sectores recalcitrantes se empiezan a sentir desconsolados por las posiciones polémicas del Papa que, sin llegar a ser revolucionarias, tiene otro tono y nuevas tesituras. Me refiero concretamente a las nuevas actitudes que proclama Francisco en torno a las mujeres, los divorciados vueltos a casar y los homosexuales.

Sobre el tema, el papa Francisco va más lejos y cuestiona como obsesión la insistencia casi enfermiza que la Iglesia había tenido en torno a cuestiones de controversia moral. En dicha disputa, los valores católicos se han politizado en el espacio público, la Iglesia entonces ha enfrentado a las culturas seculares imperantes en la mayoría de los países bajo la era de la globalización. De manera clara dice: No podemos seguir insistiendo sólo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos. Es imposible. Yo he hablado mucho de estas cuestiones y he recibido reproches por ello. Pero si se habla de estas cosas hay que hacerlo en un contexto. Por lo demás, ya conocemos la opinión de la Iglesia y yo soy hijo de la Iglesia, pero no es necesario estar hablando de estas cosas sin cesar. Francisco sugiere un giro en los siguientes términos: Tenemos, por tanto, que encontrar un nuevo equilibrio, porque de otra manera el edificio moral de la Iglesia corre peligro de caer como un castillo de naipes, de perder la frescura y el perfume del Evangelio. La propuesta evangélica debe ser más sencilla, más profunda e irradiante. Sólo de esta propuesta surgen luego las consecuencias morales.

Francisco plantea con otras palabras lo que aquí hemos externado, modera sin cambios doctrinales la agenda moral de la Iglesia. No se trata de cambiarla o repensar sus fundamentos, pero invita a no absolutizarla. En cambio, como señaló en Brasil, posiciona su evangelio social basado en la solidaridad con los pobres, los derechos humanos y la justicia social. Pero requiere que los episcopados, los obispos y los fieles entren en nuevas lógicas.

Por ejemplo, resulta patente que el Papa argentino fue mucho más sensible que los propios obispos mexicanos al solidarizarse de inmediato con las víctimas y penurias extremas de los damnificados, adelantándose a los prelados locales. Y teniendo la Iglesia mexicana la vasta red social, de recursos y de infraestructura, se antoja que ha hecho muy poco o casi nada por las desgracias que decenas de miles de víctimas que huracanes e inundaciones han provocado.

La derecha católica puede padecer histeria y hasta depresión al imaginar la posibilidad de una apertura de la Iglesia en términos de moral sexual. Dudamos de una pronta revolución doctrinal; en cambio Francisco va insistir en una revolución de la pastoralidad de la Iglesia. Este es uno de los grandes déficits poco reconocidos o afrontados con honestidad; los números son fríos, porcentualmente la Iglesia va en caída y precipitada decadencia. Si a esta cascada de novedades del Papa sumamos las fuertes apreciaciones del futuro secretario de Estado, Pietro Parolin, sobre el celibato, los tiempos de la Iglesia están, al parecer, más abiertos para colocar estos dilemas que vienen desde el concilio, pero que fueron acallados y archivados por una curia conservadora que ha precipitado la actual crisis de la Iglesia.

A diferencia de Benedicto XVI, aquí hay una clara ruptura, Bergoglio no quiere convertir a la Iglesia en una secta iluminada por una casta sagrada de laicos muy formados y disciplinados a la jerarquía. Rechaza la idea de una Iglesia capilla por una Iglesia pueblo, siguiendo al Concilio Vaticano II. Francisco no ha dejado de exhortar a los obispos a que cambien sus posturas, muchas veces de burócratas o pastores de mostrador, para que tengan una mayor proximidad con la feligresía.

Así lo plantea el Papa, en la entrevista referida: Yo sueño con una Iglesia madre y pastora. Los ministros de la Iglesia tienen que ser misericordiosos, hacerse cargo de las personas, acompañándolas como el buen samaritano que lava, limpia y consuela a su prójimo. Esto es Evangelio puro. Dios es más grande que el pecado. Las reformas organizativas y estructurales son secundarias, es decir, vienen después. La primera reforma debe ser la de las actitudes.

Todo parece indicar que hay tiempos de cambios en la Iglesia y que se matizará la pretensión conservadora de invertir la ecuación, al insistir en cambiar el tiempo. Un huracán categoría 4 está agitando las aguas tranquilas de una catolicidad anquilosada en la tradición, en la nostalgia. Y en el confort.

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