El Papa Francisco habla con un no
creyente de hombre a hombre
Leonardo Boff
Francisco, obispo de Roma, se
despojó de todos los títulos y símbolos de poder que no hacen otra cosa que
distanciar a unas personas de otras y publicó una carta en el principal
periódico de Roma, La Repubblica, respondiendo a su ex-director y conocido
intelectual no creyente Eugenio Scalfari. Éste había planteado públicamente
algunas preguntas al obispo de Roma. Francisco realizó un acto de
extraordinaria importancia, no solo porque lo hizo de una forma sin precedentes
sino principalmente porque se mostró como un hombre que habla a otro hombre en
un contexto de diálogo abierto, colocándose al mismo nivel que su interlocutor.
Efectivamente
Francisco, que como sabemos prefiere llamarse obispo de Roma y no Papa,
respondió a Eugenio Scalfari de un modo cordial, con la inteligencia cálida del
corazón antes que con la inteligencia fría de las doctrinas. Actualmente, en
filosofía, se procura rescatar la “inteligencia sensible” que enriquece y
alarga la “inteligencia intelectual”, pues aquella habla directamente al otro,
a su profundidad. No se esconde detrás de doctrinas, dogmas e instituciones.
En
este sentido, para Francisco no es relevante que Scalfari se confiese creyente
o no, pues cada uno posee su historia personal y su trayectoria existencial que
deben ser respetadas. Lo que es relevante es la capacidad de ambos de estar
abiertos a la escucha mutua. Para decirlo en el lenguaje del gran poeta español
Antonio Machado: «¿Tu verdad? No, la Verdad. Y ven conmigo a buscarla. La tuya,
guárdatela». Más importante que saber es no perder nunca la capacidad de
aprender. Este es el sentido del diálogo. Con su carta, Francisco mostró que todos
buscamos una verdad más plena y más amplia, una verdad que todavía no tenemos.
Para encontrarla no sirven los dogmas tomados en sí mismos, ni las doctrinas
formuladas en abstracto). La presuposición general es que existen todavía
respuestas a buscar y que todo está rodeado de misterio. Esta búsqueda coloca
sobre el mismo terreno a todos, creyentes y no creyentes, también a los fieles
de las distintas Iglesias. Cada cual tiene derecho a expresar su visión de las
cosas.
Todos
vivimos una contradicción terrible que envuelve a creyentes y a ateos: ¿por qué
Dios permite las grandes injusticias de este mundo? Es la pregunta que con
profundo abatimiento hizo el Papa Benedicto XVI cuando visitó el campo de
exterminio nazi de Auschwitz. Se desprendió, por un momento, de su papel de
Papa y habló solamente como un hombre con el corazón abierto: “Dios, ¿dónde
estabas cuando sucedieron estas atrocidades? ¿Por qué te callaste?”.
Todos
nosotros cristianos debemos admitir que no hay una respuesta y que la pregunta
sigue abierta. Nos consuela solo la idea de que Dios puede ser aquello que
nuestra razón no comprende. La inteligencia intelectual sola se calla porque no
tiene una respuesta para todo. El Génesis, como decía el filósofo Ernst Bloch,
no se encuentra al principio sino al final. Las cosas, así piensan los
creyentes, se desarrollan en dirección a un desenlace feliz. Solamente al
final, de alguna manera, nos será dado comprender el sentido de la existencia.
Únicamente al fin podremos decir: “y todo es bueno” y podremos dar el “Amén”
definitivo. Pero mientras vivimos no todo es bueno.
¿Verdades
absolutas y verdades relativas? Prefiero responder con el gran poeta, místico y
pastor, el obispo don Pedro Casaldáliga, allá en la Amazonia profunda: “¿Lo
absoluto? Sólo Dios y el hambre”.
Tengo
una gran confianza en que Francisco con su diálogo podrá conseguir grandes
cosas para el bien de la humanidad. Empezó haciendo una importante reforma del
papado. Dentro de poco hará la reforma de la Curia romana. A través de varios
discursos ha señalado que todos los temas pueden ser discutidos, una afirmación
impensable tiempo atrás. Temas como el celibato de los curas, el sacerdocio de
la mujer, la moral sexual y la existencia de los homoafectivos hasta fechas
recientes no podían ser planteados por teólogos y obispos.
Creo
que este Papa es el primero en no querer un gobierno monárquico y absolutista,
el “poder” como decía Scalfari. Al contrario, quiere estar lo más cerca posible
del Evangelio que presenta los principios de la misericordia y de la compasión,
teniendo como centro de referencia a la humanidad.
Seguramente
su diálogo con los no creyentes puede verdaderamente ampliarse y abrir una
ventana nueva a la modernidad ética que no considera solamente la tecnología,
la ciencia y la política, y puede también llevar a superar un comportamiento de
exclusión típico de la Iglesia Católica, en otras palabras, la arrogancia de
entenderse como la única heredera verdadera del mensaje de Jesús. Siempre es
bueno recordar que Dios envió a su Hijo al mundo y no solo a los bautizados. Él
ilumina a cada persona que viene a este mundo, no solo a los creyentes, como
recuerda san Juan en el prólogo de su evangelio.
En
este sentido, en carta al Papa Francisco he sugerido personalmente un Concilio
Ecuménico de toda la cristiandad, de todas las Iglesias, incluyendo incluso la
presencia de ateos que puedan, por su sabiduría y ética, ayudar a analizar las
amenazas que pesan sobre el planeta y cómo enfrentarlas. Y en primer lugar las
mujeres, generadoras de vida, pues la vida misma está siendo amenazada.
El
cristianismo se presenta como un fenómeno occidental y debe encontrar su lugar
en el interior de la nueva fase de la humanidad, la fase planetaria. Solamente
así será para todos y de todos.
En
Francisco, como ya lo había mostrado en Argentina, no veo voluntad de
conquistar y hacer proselitismo, sino, como lo reafirmó a Scalfari, la
disposición de testimoniar y andar un trecho del camino junto con otros. El
cristianismo antes que institución es un movimiento, el movimiento de Jesús y
de los Apóstoles. En esta comprensión, vivir la dimensión de la dignidad
humana, de la ética y de los derechos fundamentales es más importante que
afiliarse simplemente a una Iglesia. Este es el caso de Eugenio Scalfari. Es
importante mirar más la dimensión de luz de la historia que la dimensión de
sombras, vivir como hermanos y hermanas en la misma Casa Común, la Madre
Tierra, respetando las opciones de cada uno, bajo el gran arco-iris, símbolo de
la transcendencia del ser humano.
El
largo invierno eclesial terminó. Esperamos una primavera solar, llena de flores
y de frutos, en la cual también vale la pena ser humano en la forma cristiana
de esta palabra.
(Entrevista dada por teléfono
a Vera Schiavazzi, de Romano Canavese, Turín, el 15 de septiembre de
2013).
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